Solomon Yurick procedía de una familia de inmigrantes judíos llegados a los Estados Unidos desde la Europa del Este. En 1945 contaba veinte años y el ejército americano acababa de licenciarlo. Gracias a un programa de becas para veteranos, logró matricularse en la Universidad de Nueva York, donde estudió Literatura.

Al acabar sus estudios en la Universidad, Yurick comenzó a trabajar para los Servicios Sociales del ayuntamiento de Nueva York; con el tiempo, se sintió decepcionado. Desde la perspectiva de un comunista convencido como él, los programas de asistencia social no pretendían sacar a los desfavorecidos de su situación, sino lograr que se adaptasen a la pobreza. Las pandillas callejeras proporcionaban a los jóvenes de los barrios degradados una identidad dañina; a cambio, les permitían un sentimiento de comunidad.

A mediados de los años sesenta, Yurick abandonó su empleo en el ayuntamiento para dedicarse a escribir. Rescató entonces el borrador de una novela que había preparado en sus tiempos de estudiante, influenciado por James Joyce (1882-1941). Se trataba de una historia al modo del Ulises (1922) del autor irlandés. Joyce había organizado su novela conforme al esquema de la Odisea de Homero; Yurick pensó en hacer otro tanto basándose en la Anábasis del griego Jenofonte (431-354 a. C.), que narra la retirada de un ejército de mercenarios griegos ante las tropas del rey persa Artajerjes.

Yurick tituló su novela The Warriors (Los guerreros); traducida como Los amos de la noche (Grijalbo, 208 p.) y sustituyó a los mercenarios griegos por una pandilla de adolescentes negros, los "Coney Island Dominators". Es la noche de un 4 de julio. Por las calles de Nueva York circula un rumor que les acusa de un crimen que no han cometido. Sorprendidos lejos de su barrio, los Dominators tratan de volver a él, perseguidos por todas las pandillas de Nueva York.

La industria del libro desconfió de la reacción del público, porque la novela alternaba escenas de notable crudeza, que previsiblemente alejarían a muchos lectores, con frecuentes referencias cultas (el personaje de "Junior" lleva consigo una versión de la Anábasis en forma de historieta gráfica) que pasarían desapercibidas o resultarían desconcertantes para otros. Yurick acumulaba veintisiete cartas de rechazo de otras tantas editoriales cuando Grove Press aceptó publicar The warriors.

Grove Press era entonces una editorial pequeña. Antiguo simpatizante comunista, su director, Barney Rosset (1922-2012), había vuelto decepcionado de un viaje a la Unión Soviética. Provocador nato, se proponía utilizar Grove Press para abrir "una grieta en el dique del puritanismo americano", publicando obras como El amante de Lady Chatterley (D. H. Lawrence, 1928) o Trópico de Cáncer (Henry Miller, 1934), cuya difusión había tenido que defender en los tribunales (en ocasiones, mediante recursos pintorescos, y siempre con entusiasmo, porque nada le hacía más feliz que una buena bronca).

En 1979, el director Walter Hill llevó The warriors al cine: el guión, de David Shaber y el propio Hill, aumentó la edad de los protagonistas (en la novela son quinceañeros), que pasaron de Dominators a Warriors y se convirtieron en una pandilla interracial por imposición de Paramount. Hill pretendía mantener el paralelismo de la historia con el texto clásico de Jenofonte: Orson Welles debía leer al principio de la película una breve introducción que ayudase al público a establecer la conexión entre los mercenarios griegos y los jóvenes perseguidos, pero finalmente se descartó la idea.

The Warriors funcionó aceptablemente bien en taquilla, aunque en algunos de los locales en que se estrenó se produjeron incidentes entre pandillas de alborotadores. Pauline Kael apuntó en The New Yorker que Hill había logrado con sus imágenes interpretar el espíritu del rock, pero la crítica se mostró en general distante: como película de aventuras le faltaba energía, y consistencia como para considerarla un producto serio (Frank Rich, Time); las imágenes eran brillantes, pero el diálogo banal (David Ansen, Newsweek); desde el New York Times, Vincent Canby la describió como una "mezcolanza desordenada de clichés románticos, violencia y efectos visuales".

El crítico más feroz resultó ser el propio Solomon Yurick. Para entonces había publicado ya varias obras, entre ellas otra novela muy crítica con el sistema de salud americano, Fertig (1966, llevada al cine en 1999 como La confesión, con Alec Baldwin y Ben Kingsley en los papeles protagonistas), pero había dejado en un segundo plano la narrativa para centrarse en ensayos sobre economía e historia. A su juicio, Hill había rodado una película "fallida y sentimental", y en su enfado llegó a renegar de The Warriors, y a proclamar que era su peor novela, escrita a toda prisa en apenas tres semanas con el exclusivo fin de ganar algún dinero.

Sin embargo, la película de Hill se convertiría con el tiempo en una obra de culto, y su iconografía sería aprovechada tanto por la publicidad, para anunciar artículos deportivos, como por la industria de los videojuegos, el cómic o los juguetes. Incluso se habló de una nueva versión, que debía dirigir el desaparecido Tony Scott, y el pasado año una productora inglesa inició las negociaciones para convertir The Warriors en un musical. Yurick murió el pasado mes de enero en Nueva York, con 87 años; la noticia de su fallecimiento apareció ilustrada en la mayoría de los periódicos con imágenes de los Warriors de Walter Hill.