Si hubiera que buscar en la historia de la literatura española el caso de dos autores con estilos dispares y personalidades opuestas, no se me ocurre mejor ejemplo que el de la extraña pareja formada por el alicantino José Martínez Ruiz y el donostiarra Pío Baroja. Y es que, aunque mucha gente no lo sepa, desde que ambos coincidieron en ese Madrid del cambio de siglo siendo unos jóvenes aspirantes a escritores, surgió entre ellos una amistad que se prolongaría durante más de medio siglo. Una relación asimétrica en la que - como suele ocurrir - una de las dos partes fue mucho más generosa que la otra (Baroja se mantuvo leal con Azorín cuando otros le dieron de lado, pero no fue nada propenso a las muestras de afecto, ni con él ni con nadie), como prueba el hecho evidente de la multitud de parabienes que el de Monóvar dedicó al de San Sebastián, no solo en forma de críticas de sus obras publicadas con una regularidad inalterable, sino también a través de una serie de textos - semblanzas, recuerdos, conversaciones - en los que el alicantino habló de Baroja con sentimiento y admiración.

Porque, exceptuando el caso de Cervantes, Baroja fue el autor sobre el que más páginas escribió Azorín a lo largo de su carrera: entre el primer artículo que le dedicó en 1900 y el último, publicado en 1960, transcurren nada menos que seis décadas durante las cuales cada nuevo libro de Baroja era saludado en el periódico - a veces incluso por partida doble, en algún medio español y en el diario argentino La Prensa - con una reseña, unas veces más elogiosa, otras con más reservas, pero siempre con un cariño de fondo y una generosidad fuera de toda duda. De los muchos críticos -algunos tan eminentes como Unamuno u Ortega y Gasset - que se ocuparon de las novelas de Baroja, Azorín fue con seguridad el más perspicaz y el único "fijo", pendiente de cada novedad.

Pero al margen de esa amistad personal que es causa y a la vez consecuencia de estos sesenta años de seguimiento, existe una razón de peso que explica la cantidad de textos azorinianos dedicados a la persona y la obra de Baroja. Me refiero al tremendo impacto que causó al joven Azorín en encuentro con el novelista vasco desde la primera vez que lo leyó. Se puede comprobar en un texto elocuentemente titulado Cambio de valores que sirvió de prólogo para la primera edición de las Obras Completas de Baroja, donde Azorín describe la impresión que le causó el hallazgo en términos de conmoción, pues el descubrimiento de Baroja había significado para él un auténtico "cambio de valores": la ampliación de un horizonte hasta entonces limitado y el inicio sin remisión posible de un cambio de mentalidad, de un cuestionamiento de los principios estéticos aceptados como válidos hasta la fecha. Si existe un rasgo en la obra barojiana subrayado de forma insistente por Azorín en los textos reunidos en Ante Baroja, ese es -sin duda alguna- el de su indudable originalidad. Esa es la palabra clave y la condición sine qua non que justifica la atención prestada: "Tengo a este novelista - dice en uno de ellos - por más el fuerte y original de todos los que actualmente escriben en lengua castellana". La gran virtud de Baroja, pensaba Azorín, era no solo haber levantado una obra intemporal, de una vigencia perenne, sino -y sobre todo- haberlo hecho valiéndose de un estilo personalísimo y aparentemente sencillo que carecía de precedentes en la tradición de nuestra literatura: "El secreto de Baroja es su estilo. No se ha dado tal estilo nunca en ningún gran escritor español".

Decía Azorín al hablar de los clásicos que la única forma de juzgarlos es "examinar si están de acuerdo o no con nuestra manera de ver y de sentir la realidad; en el grado en que lo estén o no lo estén, en ese mismo grado estarán vivos o estarán muertos". Su vitalidad, insistía el monovero, depende de la nuestra, de lo que hagamos los lectores de cada generación por mantenerlos en pie y no condenarlos a un prematuro olvido. La razón que me ha animado a rescatar esta joya que es Ante Baroja ha sido esa y no otra: mantener viva la llama de una amistad que fue y el recuerdo de unas obras que todavía son, que aún hoy nos quedan.