"Nada más opuesto a América que un libro de Azorín", sostuvo Ortega en Primores de lo vulgar, el célebre ensayo publicado en 1916, a su regreso de la Argentina (había sido escrito antes de partir, pero fue publicado al volver, por lo que este ensayo tiene agregados de notable significación). La realidad americana se le presentó al filósofo henchida de dinamismo, futuro y promesas. Por el contrario, el arte de Azorín se caracteriza, según este estudio de Ortega, por ser pura inmovilidad: en cualquier libro de Azorín, explica, no es el pasado quien finge actualidad, sino "el presente quien se sorprende a sí mismo como habiendo pasado ya, como siendo un haber sido". Y sin embargo, quienes estudiamos el fenómeno de la presencia de intelectuales y científicos españoles en los medios periodísticos argentinos entre 1900 y 1950 llegamos a la conclusión de que la producción azoriniana para La Prensa, de Buenos Aires, es la más abundante y la más constante de todas: un millar de artículos publicados en ese diario entre 1916 y 1951. Por eso nos atrevemos a agregar la siguiente afirmación a la cláusula orteguiana: "Épero nada más funcional a América que un artículo de Azorín", y estas líneas se proponen detallar esa funcionalidad.

Empezamos destacando que Azorín supo ser ameno en estos artículos escritos especialmente para La Prensa (que los pagaba muy bien, pero exigía absoluta exclusividad a sus colaboradores, quienes debían escribir sus textos originalmente para el diario, y no podían reproducirlos posteriormente en otros medios). La extensión de sus artículos, impensable para las prácticas periodísticas actuales, y las frecuentes notas de erudición no le quitan frescura ni ritmo a estos textos que se fueron ganando el espacio central del diario, y lo conservaron por tantos años. El primer deber del periodista es la amenidad, sostiene Azorín en uno de los varios artículos que dedica al tema del periodismo, y él supo ser ameno y atraer al lector de 1916. Lo notable es que con los mismos textos atraiga al lector de 2013, que es lo que esta selección que aparece en Norte Crítico se propone demostrar.

Tiene Azorín una actitud muy profesional como colaborador de La Prensa. Desde que Francisco Grandmontagne le facilitara el ingreso a este diario, el más importante de Hispanoamérica por entonces, practicó un tono, un tema y un modo de relacionarse con un lector para él nuevo, puesto que habitaba un continente que él no conoció más que por lecturas. Supo dar con ese tono cercano y cálido al conseguir la oralidad en sus textos periodísticos para América; supo dar con el tema al instalarse en el rol de mediador cultural que hará de España y sus acontecimientos literarios el centro de todas y cada una de sus colaboraciones; supo relacionarse con el lector distante optando por no ocultar su desconocimiento práctico de la Argentina y de América, y buscando los muchos elementos comunes que un habitante de estas tierras, nativo o por opción, pudiera tener con un intelectual de primera línea como era él en España. En el período que esta selección abarca (1916-1936) pisó terreno firme, encarando los asuntos que él conocía tan bien y dejando de lado las cuestiones netamente argentinas, que desconocía.

En torno a 1925 La Prensa tenía colaboradores en Alemania, Brasil, Estados Unidos, España, Francia, Inglaterra, Italia, Paraguay, Perú, Portugal y Uruguay. Alrededor de treinta cinco nombres ilustres que publicaban regularmente sus artículos en el diario argentino. Azorín tenía la certeza de que son estas colaboraciones (de firmas de primer nivel) las que aseguran a los periódicos su supervivencia, puesto que el telégrafo ya había logrado que hasta los periódicos de provincia publicaran la noticia más actual, la de último momento; pero solo los grandes periódicos traen esos artículos de firmas consagradas por las que en definitiva se sigue comprando un diario. Un modo elegante de decirle al diario argentino: yo los necesito a ustedes, tanto como ustedes me necesitan a mí.

Efectivamente, La Prensa necesitaba de colaboradores como Azorín, así como la Argentina necesitaba de publicaciones como La Prensa en el período que estamos presentando. Toda la sociedad estaba empeñada en absorber las corrientes inmigratorias que desde el último cuarto del siglo XIX llegaban a estas costas escapando de una Europa convulsionada, y se encontraban con un inmenso país despoblado, en el que todo estaba por hacer. Las oleadas de inmigrantes fueron llegando en número creciente, más alto incluso que el número registrado en Estados Unidos para este mismo arribo y en período simultáneo. La alfabetización en lengua española y la educación obligatoria, laica y gratuita fueron las herramientas que el gobierno argentino utilizó para lograr la rápida inserción de tantos inmigrantes. La lectura de textos instructivos, formativos, recreativos se convirtió en la tarea urgente de quienes necesitaban asimilarse a una sociedad y a una cultura. La Prensa se compraba para buscar trabajo o para ofrecerlo, y primariamente para practicar la lectura en español. Entre los lectores de Azorín habría españoles nostálgicos de la patria que habían dejado, pero también italianos recién llegados, franceses, ingleses, alemanes, judíos, turcos y libaneses que en cantidad siempre creciente debían asimilar una lengua oficial, imprescindible para trabajar y vivir en un país que entonces se sentía llamado a ser los Estados Unidos del Sur. Es grato pensar que ese elemento de espiritualidad, ese toque de inactualidad que Azorín reclama para el auténtico periodismo, y que está presente en cada uno de los cien artículos de esta selección, habrá consolado las tristezas de tantos desarraigados y habrá puesto una nota de reflexión e introspección en medio de la materialidad de una sociedad que se entregaba al progreso.

Desde 1860 y hasta 1930 la República Argentina no dejó de crecer. Es llamativo que La Prensa también viviera su período de expansión como empresa periodística entre 1880 y 1945. Si tenemos en cuenta que a partir del estallido de la guerra civil comenzó para Azorín una etapa signada por el autoexilio, la angustia y la posterior autojustificación, reflejados en sus artículos, entenderemos que el período 1916-1936 fuera el más pleno de esta exitosa relación protagonizada por un escritor español de renombre y un diario argentino de singular trayectoria. Actualmente estudio la segunda etapa de esta relación (1937-1951), signada por la guerra, la etapa parisina, la incursión en temas argentinos y la adaptación al régimen franquista, por el lado de Azorín; y por el fenómeno del peronismo, por el lado de La Prensa.

La selección de estos cien artículos se basó en tres principios: los textos debían pertenecer a esta primera etapa que culmina con el último artículo enviado por Azorín desde Madrid antes de partir hacia París en octubre de 1936; debían tener esa única aparición en La Prensa, lo que significa no haber tenido una segunda edición en libro, y por lo tanto ser desconocidos para el lector del siglo XXI; debían responder al criterio de periodismo inactual predicado por Azorín. Habría un cuarto ingrediente común a todos ellos: el sutil toque que marca la conciencia azoriniana de estar dirigiéndose a un lector del que lo separan once mil kilómetros: un vocativo afectuoso, una interrogación retórica, una exclamación emocionada, un cuidado especial en no sacar los trapitos al sol, puesto que está publicando fuera de España.

Fue Miguel Ángel Lozano Marco quien sugirió, con su habitual generosidad, este trabajo de selección, al término del II Congreso Internacional Azorín periodista, del que yo había participado con una ponencia en la que reunía las opiniones sobre el quehacer periodístico expresadas por Azorín en sus artículos para La Prensa, por lo que este apartado se impuso en primer lugar en la selección. La política, el teatro, el estilo, los clásicos, los modernos, el paisaje, los viajes se fueron imponiendo con la misma naturalidad. Lo del número cien fue como un símbolo: me propuse mostrar al menos el 10% de este magnífico yacimiento guardado en las páginas de un diario.