La profesora de la Universidad de Valencia Aurora Bosch es buena conocedora tanto de la historia de los EE UU como de la República española y la contienda civil de 1936 a 1939. Por ello su último libro presenta, con información de primera mano procedente de la Secretaría de Estado norteamericana y de la prensa de aquel país, un pormenorizado análisis de la actitud de aquella gran potencia ante los acontecimientos que vivió España en la convulsa década de los treinta.

Dicha actitud estuvo presidida en todo momento por el temor al comunismo. El Departamento de Estado no reconoció la República hasta el 21 de abril, una vez que lo hubiera hecho Gran Bretaña, y sólo cuando tuvo certeza de que el nuevo régimen estaba libre de influencias bolcheviques. La preocupación por la expansión del marxismo, la confusión entre anarcosindicalismo y comunismo, y los excesos clericales, con incendio de edificios religiosos, fueron elementos que situaron al gobierno norteamericano del entonces presidente Hoover en posición de preocupación expectante, sólo mitigada por la decisión de la joven República de no reconocer por el momento a la URSS.

La toma de posesión a principios de 1933 de Roosevelt como nuevo presidente en un contexto de gran tensión internacional, con el ascenso del nazismo en Alemania y la agresividad japonesa en el Pacífico, posibilitó la llegada de un nuevo embajador, Claude G. Bowers, un verdadero amigo de la República y un perspicaz analista, a lo que contribuía su condición de historiador. Bowers procuró, desde su responsabilidad, afianzar la imagen de la República española en unos Estados Unidos donde predominaba, tanto en el Congreso como en la opinión pública, el deseo de aislamiento respecto a los problemas europeos. Ya en febrero de 1936, tras el triunfo electoral del Frente Popular, Bowers informó a la Secretaría de Estado de que se estaba preparando una rebelión militar con la participación de Franco, y hasta el fin de la guerra civil no dejó de advertir a sus superiores en Washington que el éxito de los rebeldes nacionalistas supondría el triunfo del fascismo en España.

Pese a los esfuerzos de Bowers, la actitud de la diplomacia norteamericana fue reticente hacia la República. La revuelta de 1934 contribuyó a ello, así como la formación del Frente Popular, contemplada como una maniobra auspiciada por Moscú. Cuando se produjo la sublevación militar del 18 de julio la opción elegida por la administración Roosevelt fue la de declararse neutral, en sintonía por la política de No Intervención auspiciada por Gran Bretaña y Francia que, con el pretexto de evitar la guerra con Alemania, condenaba irremisiblemente a la derrota a la República.

La prensa ocupa un importante papel en el libro de Bosch. Desde aquella que se inclinó claramente hacia los rebeldes, como la católica y la cadena de Randolph Hearst, que no cesó de propagar las atrocidades republicanas, hasta la que describía la ferocidad de ambos bandos en una guerra implacable. El Chicago Tribune difundió la masacre de Badajoz, y el New York Times la de Paracuellos. Toda la prensa dio gran repercusión a la participación de los brigadistas americanos en la batalla de El Jarama.

Cuando se informó del bombardeo de Guernica, la intervención alemana no varió la supeditación norteamericana a la postura británica de apaciguar a Hitler, y se mantuvo el embargo a la República, en lo que influyó la coyuntura electoral en los Estados Unidos, donde el voto católico era importante para el Partido Demócrata. El 1 de abril de 1939 el gobierno norteamericano reconocía a Franco y a su régimen. Fue entonces cuando el embajador Bowers dimitió. Sólo tras el comienzo de la Guerra Mundial se aceptó por el gobierno estadounidense que la política hacia la República había sido el "mayor error" de la acción exterior de la administración Roosevelt. Era una manera de dar la razón, aunque demasiado tarde, a Claude Bowers, un amigo de España.