Pocos poetas han brillado de una forma más intensa que Miguel Ángel Velasco, que deslumbró a todos cuando, con apenas dieciséis años, obtuvo un accésit del prestigioso Premio Adonáis con su libro Sobre el silencio y otros sueños (1980). Poco después consiguió, no ya un accésit, sino el Premio Adonáis con un poemario ya legendario, Las berlinas del sueño (1982). Siguieron años de silencio editorial, pero de maduración de una voz prodigiosa, indispensable, única, que se materializó, a partir de la mitad de la década del noventa del siglo pasado, en títulos como El sermón del fresno (1995), El dibujo de la savia (1998), La vida desatada (1992-1999) (2000), La miel salvaje (Premio Loewe, 2003), Fuego de rueda (Premio Fray Luis de León, 2006), La mirada sin dueño (2008), Memoria del trasluz (Premio Antonio Oliver Belmás, 2008) o Ánima de cañón (2010). Su llama se apagó el 1 de octubre de 2010, pero dejó tras de sí una obra lírica irrepetible, una de las voces indiscutibles de su generación.

En La muerte una vez más. Poemas póstumos, Isabel Escudero reúne cuatro libros inéditos de Velasco en el momento de su muerte, tres de ellos totalmente cerrados por el autor, Espinas, Historia de las manos y La muerte una vez más, y un cuarto, Circulaciones, que, según Escudero, "procede de un cuaderno inconcluso con un fondo de poemas sueltos de diferentes épocas y temas de donde él había ido sacando algunos para otros libros anteriores o los había ido situando en los otros tres libros inéditos". Como ocurría ya en Ánima de cañón, su último libro publicado en vida, Velasco muestra un especial interés por la datación de los poemas, y la mayoría de ellos lleva fecha.

Espinas es, junto con Circulaciones, el poemario que tiene una estructura más compleja, ya que se divide en tres partes: El cuerpo del amor, Si la semilla no muere y La lámpara del tiempo, de diez, trece y ocho composiciones cada una, respectivamente. En Espinas, cuyos poemas están datados entre 2005 y 2009, se combinan piezas cortas con otras más extensas, y sorprende la presencia, si no del tema social, sí del mundo que rodea al poeta. Resultan fundamentales composiciones como Llama -"Es / una /espina / esta / delgada / llama // una / espina / que / sangra"- o Los nombres de la guerra, pero no me resisto a reproducir aquí los tres versos de Si la semilla no muere: "Y es la semilla un grito que no cae / en seguro, una nota sin cosecha / sostenida en el fiel de la cizaña".

Historia de las manos hilvana, bajo ese sugerente título, una serie de veintiuna composiciones rematadas por un poema que hace las veces de epílogo, El llanto de los puentes. Hay en estas piezas, por lo general más extensas, una celebración de la vida y un regreso constante a los motivos de la naturaleza y el mar. No se pierdan los versos de Los monasterios de MoldaviaLa niña de Agua Azul, pero tampoco el ya mencionado El llanto de los puentes: "Amantes, pisad quedo; laúd, refrena / tu son enamorado: / esta piedra nos dice un llanto sordo / que el agua sabe y las campanas callan".

Algo más extenso es La muerte una vez más, libro del que toma título el conjunto y que consta de treinta y seis poemas, rematados por dos poemas más extensos, La muerte una vez más y Jardín. La memoria, los libros y el paisaje se dan cita en estas composiciones, muchas de ellas escritas entre finales de los noventa y 2009. La propia ausencia, la desaparición de uno mismo, se convierte en leitmotiv del conjunto, tal como podemos comprobar en los versos de El banquete y en las dos versiones de Caja de compás (Homenaje a Emily Dickinson), que, en cierto modo, se ha transformado en la pieza más representativa del volumen: "Cuando yo ya no esté y tiréis mis cosas / al cubo de las cosas ya sin alma, / a quien tome la caja / del compás, yo le ruego / lo haga con cuidado".

Circulaciones es, quizás, la parte más llamativa del volumen, pues conserva el aliento de la obra en marcha, de la vida en construcción, y no se plantea como una despedida, ni mucho menos, sino como un libro en proceso, como un fondo permanente de poemas, como un venero inagotable. Más de medio centenar de poemas se reparten entre el pórtico -Las estrellas vendidas- y el epílogo -Eleusis-, divididos en cuatro partes: La moneda del César, Raíz y copa, La moneda del trato y Lo olvidado. Si hay una pieza que llama la atención es Strange Fruit (Nervaliana para Amy Winehouse), ya que la cantante británica, bastante más joven que Velasco, no le sobrevivió ni un año, pues murió el 23 de julio de 2011: "Cuidaros, mi Perséfona: / le dais mordiente al mundo // [...] una noche de julio / cantadme Fruta rara"

He aquí el legado de un poeta que dedicó su vida a la creación lírica, sin reservas, sin matices, sin tregua. Lo despedimos con los versos iniciales de Eleusis, un verdadero epílogo: "Con qué clara tersura hemos brillado / en esas noches altas, / bebiendo un vino recio que caldea / el vivir y lo encumbra / hasta tocar los cielos nuestra mortal herida".