En 2008, cuando Vicente Gallego (Valencia, 1963) publicó su anterior libro, Si temierais morir, parecía que el poeta valenciano había culminado un largo proceso que le llevaba directamente hacia la mística. Por eso sorprende ahora la aparición de Mundo dentro del claro, un poemario que, si bien no rompe con el tono del anterior, sí trata de conciliar ese misticismo con lo cotidiano, ingrediente que ya estuvo presente en algunos de sus libros anteriores, como Santa deriva (2002) o Cantar de ciego (2005).

La idea de celebración de la vida -y de la propia poesía- es una buena forma de aproximarse a Mundo dentro del claro, volumen dedicado a Carlos Marzal, "hermano interminable", aunque las dedicatorias se multiplicarán después a lo largo de los cuarenta y ocho poemas que conforman el libro. Allí encontraremos nombres familiares, como Ada Salas, Raquel Lanseros, Javier Lostalé, Felipe Benítez Reyes, Francisco Brines, Agustín Pérez Leal, Blanca Andreu, Eloy Sánchez Rosillo, Antonio Moreno, Antonio Cabrera y Enrique Ocaña, entre muchos otros. La amistad es, por tanto, uno de los temas centrales de un poemario que alterna piezas breves con composiciones más extensas. Junto a la amistad, encontramos también motivos recurrentes en la naturaleza y en las palabras, que van construyendo un particular homenaje.

En Amadoras, Gallego convierte a las cigarras en protagonistas imprescindibles del verano: "Cómo tuestan su pan / estas locas cigarras, / cómo son el verano sin quererlo". Y es que, no en vano, la celebración de la vida, como ya dijimos, es la auténtica columna vertebral de Mundo dentro del claro, y eso se materializa, en ocasiones, en la liturgia cotidiana que aparece en Al alba, a coger agua: "A este aljibe escondido / en este pueblo anclado entre los cerros / al que llaman El Oro, / venimos a por agua cuando el día / no puede todavía acompañarnos". Los versos de Decidme, si podéis, en cambio, parecen dialogar con todos aquellos descreídos que pensaban que el poeta de Si temierais morir simplemente había adoptado una pose, una máscara: "Decidme, si podéis, / cuatro cosas que quiero yo saber: / ¿quién puso nombre al mar, / cómo fue que los cielos lo abrazaron; / y el que en él navegaba haciendo cuentas, / en qué puerto guardó vuestras alhajas? / Decidme dónde mora la alegría".

Cuando llega Los asombros a miles, Gallego convierte en materia lírica una pequeña anécdota cotidiana, la de los pájaros que consiguen alzar el vuelo con un trozo de pan en sus picos: "Los asombros a miles, felicísimos, / la sorpresa del pan, el regodeo / en la harina del mundo, en su blancura, / que nos hace tan ricos en el gusto. / Esa lluvia no cae sino en la niña / más niña de los ojos". Eso mismo es lo que encontramos en Puesto de mejillones, donde Gallego celebra nuevamente los meses estivales: "Verano, ahora te veo enteramente, / estás sobre la mesa que a la puerta / de su casa dispone el pescador".

Acaso llama la atención, en un libro tan ceñido a la vida, una composición como Tras una relectura de la Ilíada, ya que la epopeya homérica, además del primer libro de la tradición occidental, es un hermoso canto a la guerra, que ha enamorado a Gallego, no por su contenido, sino por su musicalidad: "Como el buitre y el cuervo / se meten por el ojo y lo hacen suyo, / así se me ha metido esta belleza / por el oído adentro y me ha ganado / para su altiva causa".

Por último, me gustaría referirme a dos de las últimas composiciones de Mundo dentro del claro: Miguel Ángel Velasco, vivo en mi corazón y Si queréis darnos luz. La primera tiene como protagonista al desaparecido poeta mallorquín, del que la editorial Tusquets acaba de publicar el volumen póstumo La muerte una vez más; la segunda, que también va dedicada a Velasco, es, en realidad, una poética referida a las palabras, cuyos versos finales rezan así: "Si queréis darnos luz, si amor os mueve, / descended a este pozo donde un día / hallamos nuestro ser: / naced como las almas, ignorando / en qué fondo de fondos, verdaderas, / con los ojos cerrados". Así sea.