La mujer ocupa con nombre propio las salas de arte, los museos, las cátedras universitarias. Ya no depende de un marido, de un hermano o de un padre. Evidentemente esta misma capacidad que está demostrando la mujer, en la actualidad, debió existir desde el principio de los tiempos, aunque se manejen pocos datos al respecto. Sabemos que la organización de los talleres, en la Edad Media y el Renacimiento, era una labor familiar. Por lo que es poco probable que se desaprovechara una mano de obra hábil e inteligente. En las clases elevadas, la práctica de las artes formaba parte de la educación de las mujeres. De hecho, las artistas que gozaron de cierta fama proceden de un entorno propicio para las artes: Sofonisba Anguisola (1528-1624), representa a un grupo de mujeres jugando al ajedrez, un juego intelectual. Van Eyck dijo de ella: "a pesar de haberse quedado ciega a los sesenta años, en materia de pintura he recibido más luz de una ciega que de todos mis maestros". Artemisia Gentilleschi (1593-1652), pintora del Barroco, excepcional, fue la primera mujer admitida en la Academia de Vasari, en Florencia. Aunque sus obras han permanecido durante mucho tiempo atribuidas a sus contemporáneos masculinos. Luisa Ignacia Roldán (1656-1704), escultora de cámara de Carlos II y Felipe V. Llamada La Roldada, por ser hija del escultor Pedro Roldán. También sus obras fueron atribuidas a su padre. Marieta Robusti, hija del pintor Jacobo Robusti, Tintoretto, cuya obra es confundida con la de su padre, a quien acompañó, vestida con ropas masculinas, por todas las cortes europeas. De Judith Leyster (1609-1660), en el s. XIX, se descubre que muchos cuadros atribuidos a Frans Hals pertenecen a esta pintora. Los casos se multiplican, si revisamos los recibos y documentos, descubrimos un gran número de miniaturistas e ilustradoras, que trabajaban con sus maridos e hijos. El coleccionismo de arte era una actividad que desarrollaban tanto el marido como la esposa, aunque siempre figurara la firma del marido, del patriarca. Se conocen las cartas personales dirigidas a artistas y compradores de arte, que atestiguan el importante papel de Isabella d´Este (1474-1539), como coleccionista, mecenas y promotora de las artes. Además de otras figuras que demuestran que la mujer tenía un espacio propio en este sentido, que trasmitía a sus hijos como una herencia importante. Pero la historiografía, contagiada de los sistemas patriarcales imperantes, siempre ha seleccionado a las figuras masculinas y no ha investigado más allá.

La realidad es que muchas mujeres trabajaron en el mundo del arte como creadoras, ayudantes, o mecenas, y que su sexo no determinó su capacidad para el dibujo o para la visión del espacio pictórico. Es evidente que los hombres y las mujeres tenemos diferencias biológicas que determinan parte de nuestro comportamiento. Si el fin de la vida es la reproducción, está claro que no es el mismo esfuerzo el del hombre que el de la mujer. Pero otra cosa es la cultura. El arte es una formación cultural que el individuo aprende en correspondencia con sus potencias. Si las mujeres no reciben este apoyo, no tienen opción. Las que destacaron en la antigüedad lo hicieron porque, reconocidas por su entorno, pudieron dedicarse al arte como medio de vida. Actuaron igual que los hombres. Pero a la mayoría de las mujeres no se les permitió ni esta presencia ni este compromiso profesional. Solo a partir del Romanticismo, con el cambio radical de las estructuras sociales y los sistemas educativos, la mujer participa en la vida pública y exige su independencia como mujer. En EE UU, en Inglaterra, en los países cultos, son muchas las que escriben en diarios y publican libros. Y a finales del XIX y principios del XX irrumpen con fuerza en las artes visuales: Maruja Mallo, Marie Blanchard, Mary Cassat, Suzanne Valadon, Georgia O´Keeffe... Una lista que se ve acrecentada con la revolución cultural rusa, las vanguardias, el surrealismo, dadaísmo...: Lee Millar, Meret Oppenhein, Sonia Delaunay, Sophie Taeuber, Hannah Höch, Popova, Alexandra Exter, Olga Rozanova, Katarzyna Kobro, Tamara de Lempicka, Tina Modotti,É, por supuesto, Frida Kahlo. Pintoras, fotógrafas, escultoras, diseñadoras de escenarios teatrales, de objetos... Nómina que, después de la Segunda Guerra Mundial hasta prácticamente los setenta, desciende. Aunque siguen apareciendo nombres femeninos destacados, el coste de un pensamiento libre e independiente había sido excesivo, sobre todo en vidas humanas.

Pero la exposición en el MoMA de Louis Bourgueoise, en 1982, dará un nuevo protagonismo al arte realizado por mujeres. Las nuevas estrategias artísticas, creadas desde la visión de la mujer, influirán de manera decisiva en el devenir del arte. A partir de entonces, muchas artistas son reconocidas por el gran público. Quizá en otros momentos de la historia, este diálogo de influencias mutuas entre hombres y mujeres también se diera. Pero estos precedentes femeninos se atestiguan con la letra pequeña. Es el caso de Claude Cahun, seudónimo de Lucette Schwob (1894-1954), fuerte pionera en la reflexión sobre la multiplicidad de identidades en el sujeto moderno, que influye en muchos artistas posteriores, mujeres y hombres, pero que casi pasa desapercibida en los grandes manuales de historia.