En el mundo de la cinematografía, como en el de cualquier otro arte, es necesario un proceso arduo y concienzudo de aprendizaje que culmina, en el caso que nos atañe, con la elaboración de historias cuyo desarrollo narrativo encaja, con mayor o menor acierto, en un metraje de entre 90 y 150 minutos. Por supuesto ese camino en la gran mayoría de ocasiones resulta tortuoso y desprovisto del glamour que ingenuamente se predica, desde agentes externos, del séptimo arte.

Y es que el panorama de la exhibición cinematográfica nos tiene tan (mal)acostumbrados al consumo ingente de largometrajes que, por un olvido innato, tendemos a ignorar los cimientos, el germen de la obra que vemos en pantalla, sin entrar a considerar una filmografía previa, en muchos casos con tintes amateurs, no exenta de interés y que, muy probablemente, identifiquen e impriman la personalidad de un determinado director de cine. Así, el mundo del cortometraje, por su propia marginación de base (dado el escaso atractivo mostrado por las salas de exhibición y la autolimitación de los propios cortometrajistas, resignados ante su insignificancia en tamaña industria) ha quedado relegado a una parcela menor, a un producto de mercadeo vehicular que fluye a golpe de festival y que se erige como un grito desesperado de aquellos que tienen entre manos algo que ofrecer a un oficio que, sin darles la espalda, o bien les prolonga la agonía o, en su caso, les genera falsas y utópicas esperanzas.

Es por ello que, en los últimos tiempos, hemos asistido a una pequeña revolución por parte del gremio de cortometrajistas que ha dado lugar a nuevas formas de creación, publicitación y financiación, rompiendo así con la estanqueidad alarmante mostrada hasta la fecha, que ataba de pies y manos a los creadores y que condicionaba su futuro a aleatoriedades como la concesión de algún galardón en festivales, la compra de las obras audiovisuales por los entes televisivos o el apadrinamiento del autor por parte de algún bolsillo acaudalado (circunstancia ésta que se intuye como prioritaria por la pronta revisión de la Ley de Mecenazgo).

Tipologías del cortometrajista

Actualmente coexisten tres tipologías de cortometrajistas en la provincia, todos ellos con diversas y variopintas inquietudes aunque unidos bajo un mismo denominador común, las dificultades de financiación. Así, los artistas primigenios, los más experimentados, vendrían a ser aquellos que recurren a los métodos de producción arquetípicos (subvenciones, ayudas institucionales, iniciativa privada, etc) y que, en mayor medida, disponen de los mejores medios técnicos y conciben la realización de su cine a través de los procedimientos naturales y tradicionales, como es el caso de la obra de Vicente Seva, Enrique Vasalo, Adán Aliaga, Angel Gómez Hernández (ilustre alicantino de adopción), Rafael Sabater, Patricia Gandón o David Valero, de obligatorio visionado para entender el origen del nuevo cine alicantino. En la obra de todos ellos se evidencia una especial dedicación en aspectos de fotografía, composición y planificación, por lo que no parecería atrevido calificar a sus cortos como "hermanos menores" de los largometrajes.

En segundo lugar aparecen los recientes alumnos de Ciudad de la Luz, quienes se han servido, además de su gusto natural por el cine, algo que comparten todos los cortometrajistas, de una escrupulosa formación y unos medios que han cristalizado en diversos proyectos auspiciados por la propia Institución. Es el caso de autores como Josué Inglés, Nerea Marcén, José María Martínez Abarca, Pablo Riquelme, Alejandro Cabrera, Ray Marhuenda, Cristopher Cartagena o Daniel Vicedo, alumnos aventajados del centro que han sabido explorar sus inquietudes artísticas y hacerlas aflorar a través de la realización cinematográfica en géneros que abarcan desde el thriller al drama romántico o a la denuncia social, innovando en algunos casos en las formas de expresión narrativas, adaptándose a los nuevos tiempos y tendencias y ofreciendo pequeñas películas repletas de libertad creativa y, por encima de todo, de talento e implicación.

Por último, y no menos importante, están los nuevos autores que poseen un envidiable cúmulo de apasionantes ideas artísticas que ofrecer, pero que se ven obstaculizados por la siempre implacable barrera de la financiación, traba que, en muchos casos, se multiplica al no contar con un nutrido equipo artístico y técnico, como puede entenderse de un largometraje con cierto caudal presupuestario, sino que el trabajo se efectúa en pequeños grupos, aportando sus propios medios, tanto técnicos como económicos, e incluso a veces haciendo uso de sus propios domicilios como improvisados set de rodajes y recurriendo a actores no profesionales. Estamos ante un ingente grupo de mentes inquietas que ven en las estrecheces económicas de producción un motivo añadido para agudizar el ingenio y así hacer fructificar una idea original que demuestra el grado de amor y, por encima de todo, respeto, que profesan ante el séptimo arte, sin reparar en el desgaste físico y/o psíquico que ello les pueda conllevar. Se trata de artistas que recurren a medios de filmación y postproducción menos sacrificados en cuanto a costes de adquisición, pero sin que ello signifique renunciar a la calidad técnica (es el caso de las cámaras digitales, las cámaras de fotos de alta definición y los procesos de montaje y edición a través de software informático profesional), y que posibilitan la creación de una obra audiovisual alejada de los métodos convencionales, democratizando así un oficio que, hasta ahora, venía condicionado por una financiación que, en muchos supuestos, condenaba la producción de la película. De este modo, la aparición reciente de modalidades alternativas de financiación, como el crowdfunding a través de Internet (recaudación mediante multitudinarias aportaciones de bajo coste de pequeños inversores) ha devuelto la ilusión por hacer cine y hace partícipes del proceso de producción a aquellos que hasta ahora veían remota la posibilidad de formar parte del equipo impulsor de la creación de una película.

A ello debe sumársele la inmediatez y la potenciación de la difusión del cortometraje que han supuesto los diferentes canales de video en Internet, y que permiten, sin coste alguno, exhibir de forma pública y a nivel global, las distintas obras cinematográficas creadas sin el agobio que suponían las originarias y exiguas limitaciones presupuestarias (lo que ha posibilitado no sólo la producción de cortometrajes, sino incluso de webseries que tienen en Internet su gran público objetivo y un medio de difusión mundial, inmediato y de bajo coste, y que vislumbra unas opciones de creación artísticas no tan futuras). En este vasto grupo destacan figuras como las de Chema García Ibarra, Fernando Montano, Paco Soto, los hermanos Delicado Adsuar, Alfredo Navarro, Claudio Cerdán, Vizen G. Hernández, Fernando Alonso, Maxi Velloso, Iván Escoda, Sami Natsheh (este último especializado en animación por ordenador y que optó en su día a un premio Goya), Jorge Martija, Pablo Ferrando, Ricardo Fernández, Jaume Quiles o Alberto Evangelio.

A pesar de las adversidades pautadas por los recientes problemas económicos a nivel global, y que en el ámbito de la cultura se han cebado hasta el punto de reducir a la mínima expresión el fomento y apoyo a la cantera cinematográfica por parte de las instituciones públicas, ello no ha sido óbice para el empeño de unos artistas que pugnan por plasmar en un metraje reducido sus influencias, sus pasiones e incluso sus obsesiones de un modo inteligente, sin olvidar su condición de cineastas en constante formación y evolución. Por otro lado, tampoco han cesado las muestras de acogimiento y publicitación del cortometraje alicantino, surgidas por iniciativa privada, tanto por parte de grandes eventos como el Festival de Cine de Alicante, que este año alcanza su novena edición, como de otros mucho más modestos y didácticos como la Muestra de Cortos Alicantinos, de reciente creación y que ha sido aplaudida unánimemente en sus tres entregas que lleva hasta el momento. Con todo, y contrariamente a lo que pudiera pensarse (como el caer en la tentación del teatro filmado) el aplomo y tesón de estos creadores ha dado lugar a un cine con ciertos toques minimalistas pero que abarca géneros atrevidos para el cortometraje como lo son el terror, el western, la animación por ordenador, el drama social o el documental, dotado de una envidiable riqueza de personajes, de un cuidado aunque austero diseño de producción y de un mimo técnico que revela el afán de estos incipientes talentos por hacerse un hueco en esta pequeña familia que, contra viento y marea, se une por un lema común: la consecución de sus sueños y la perpetuación del cine como arte. A todos ellos, gracias por hacernos partícipes de vuestra, nuestra, sana utopía.