La literatura epistolar, en su forma más ortodoxa, es una rara avis en el actual mercado editorial. En su forma y su fisonomía más contemporáneas, renovadas, ha asumido una nueva dimensión, un nuevo horizonte. El ejemplo más diáfano lo localizamos en el fenómeno editorial y literario que significó Contra el viento del noreste y su secuela, de Daniel Glattauer, en el que el correo electrónico se convertía, de alguna manera, en el leit motiv de la novela, en la característica que explica su gran éxito.

No obstante, también hay espacio para la literatura epistolar clásica, donde la correspondencia física, la carta como tal es el eje central. Novelas con Kinshu. Tapiz de otoño nos reafirman en la idea de que cuando existe una historia consistente detrás, la manera de relatarla se convierte en un factor relativo. Esta historia, que se publicó en 1982 pero que no se ha editado en España hasta la fecha, es la primera obra de Teri Miyamoto que se traduce al castellano, pese a que su autor tiene una trayectoria reconocida y prestigiosa en su país natal, Japón.

El punto de partida de la novela es el siguiente: el reencuentro, por azar, diez años después de su divorcio, de Yasuaki y Aki, en el monte Zao. Este hecho supone el inicio de un intercambio epistolar que se mueve en la ambigüedad y la contradicción constante de querer y no querer mantener el contacto, de manifestar ante el papel en blanco los sentimientos e ideas que estaban sepultados en la memoria. El lector asiste a un toma y daca emocional que responde a la voluntad de sus personajes de conocer el pasado, de echar la vista atrás y tratar de descifrar las claves de sus respectivas existencias, de los acontecimientos que determinaros su ruptura y que los han llevado a una deriva evidente. Un viaje a los recuerdos, la culpa, el odio, la redención, las tablas de salvación que ofrece la vida, los hechos turbulentos que precipitan un ineluctable cambio de rumbo en su vida en común, la indifelidad, Mozart, son algunos de los elementos que configuran una pieza narrativa que marca eficazmente los tiempos, dosificando con inteligencia los descubrimientos que poco a poco va realizando el lector. La progresión en cuanto a intensidad se precibe sutilmente, en un crescendo notable, definido, en parte, por la propia configuración de las cartas, de distinta extensión, de tiempos diferentesÉ El dibujo de la historia deja espacios vacíos que el lector va recomponiendo, en un relato rico en sugerencias.

La escritura de Miyamoto (basándonos, claro está, en la traducción de María Dolores Ábalos) es clara, diáfana, de tono verosímil, con aspectos que denota su procedencia y su filiación a la tradición más clásica de la literatura japonesa (en lo que hace a referencias de orden natural o paisajístico, a una concepción particular de la vida y la muerte, de la sensualidad, de la visión del mundo, en definitiva). No obstante, también se perciben influencias de escritores contemporáneos suficientemente conocidos en España como Haruki Murakami (la subhistoria de Mozart es un vínculo claro) o Banana Yashimoto, aunque debemos señalar que se halla en Miyamoto un universo literatio de perfilada personalidad.

Es, pues, para el lector español, un pequeño acontecimiento la publicación de este tapiz otoñal, una novela más que digna, que no alcanza cotas para definirla como sublime, pero que se lee con notablísimo placer y emoción.