París era el corazón cultural del mundo en el verano de 1940, cuando fue ocupada por el ejército de Hitler. Contaba con 105 cines, 25 teatros, 14 music halls, 21 cabarets, ópera, salas de concierto, y un sinfín de artistas que habían llegado a la Ciudad de la Luz para vivir el encanto de su ambiente, como Picasso, o que habían huido de Alemania por ser judíos, como Kandinski, Schöberg, Roth, Hanna Arendt o Walter Benjamin. Diez años después el latido de la cultura occidental se había trasladado a Nueva York, donde todavía sigue. El propósito de Alan Riding, un periodista norteamericano muy prestigioso, ha sido iluminar una historia elaborada y manipulada por el Gaullismo, para quien Francia fue una nación humillada que supo resistir al invasor, y que con todos los honores debía situarse junto a los vencedores del nazismo.

¿Cuál fue la actitud de los intelectuales y los artistas en el París ocupado? Muchos, quizá una amplia mayoría, siguieron el oportunismo cínico de Henry de Montherlant, cuando defendió que hay que hacer lo posible por eliminar al enemigo, pero si se demuestra que es más fuerte, no queda más que unirse a él con la misma convicción. Pero hubo también fascistas convencidos, como Drieu La Rochelle o Robert Brasillach, semitas paranoicos, como Luis-Ferdinand Céline, que era enemigo de la Iglesia católica por haber sido "fundada por 12 judíos", y resistentes de primera hora, como Camus o Aragón, o algo más tardíos, como Sartre o Malraux, aunque menos.

Lo que parecía abundar en la Francia de entreguerras, y mucho más en el París ocupado, eran los enemigos de los judíos, convertidos en chivos expiatorios de la derrota ante Alemania. El Estatuto de los Judíos prohibió el ejercicio profesional primero, y se pasó después a las deportaciones. De los 76.000 judíos deportados a campos de exterminio en Alemania o a territorios del Este, con la aquiescencia y el apoyo del régimen de Petain, sólo sobrevivieron 2.000. Y entre las víctimas se encuentran escritores tan extraordinarios como Irene Némorovsky, cuya novela sobre la derrota de Francia, Suite francesa, es una de las cumbres literarias del pasado siglo, pese a ser publicada por vez primera en el 2004.

Riding recorre la vida parisina en las diversas facetas de la cultura. En la música, Wagner pasó a ser el autor más representado en la Ópera de París, y el miembro del partido nazi desde 1935, el ya famoso director Von Karajan, llenaba el Palais de Chaillot. En pintura, fue saqueado todo el arte de propiedad judía y trasladado a Alemania. En cine se rodaron 220 películas, y surgieron directores, como Clouzot, Bresson y Becker, que alcanzarían gran renombre en la posguerra. El teatro vivió una edad dorada, y en literatura la sensación fue El extranjero de Camus.

Pero París era, sobre todo, su vida nocturna. Según Riding, respondiendo al título inglés de su libro (cuya traducción literal sería Que siga el espectáculo) los cabarets y los music halls estuvieron abarrotados durante la ocupación, y no sólo de oficiales alemanes.

En agosto de 1944 llegó la liberación de París, y con ella la purga de colaboracionistas. No de todos, porque hubieran sido demasiados, pero sí los más destacados, y que no lograron huir a España. Entre ellos, figuras destacadas de la cultura francesa, como Cocteau o Sacha Guitry, y hasta un total de 124.613. Las acusadas de "colaboración horizontal" con el enemigo fueron rapadas y humilladas, pero algunas, como la actriz Arletty, de reconocida promiscuidad con el enemigo, supieron responder con picardía típicamente parisina: "mi corazón es francés, pero mi culo es internacional". En 1995 el gobierno francés emitió una moneda de 100 francos con la imagen de Arletty.