Mi amigo Ernesto Cerdán, que ha regresado a Alicante tras pasar media vida en Edmonton, dedicado a la enseñanza, me pregunta si tengo noticias de Francisco Baeza Linares. "Y Baeza, ¿escribe todavía?". Cuando Cerdán dejó Alicante para ocupar una plaza de profesor de Literatura en aquella lejana universidad canadiense, Baeza comenzaba a ser un novelista conocido, al que todos auguraban un magnífico porvenir. Finalista del Nadal en varias ocasiones, acababa de ganar el premio Ciudad de Barcelona con Al otro lado de la mañana. La crítica recibió la novela con elogios, y destacó la habilidad del autor para mantener el interés de la obra con una trama mínima.

Baeza fue un escritor de una admirable regularidad durante el tiempo que se mantuvo en el oficio. Cada dos años, poco más o menos, concluía una obra que casi siempre lograba publicar. Jamás tuvo dificultades para encontrar una historia y contarla del modo que considerara más conveniente. Ahora, no creo que la literatura fuera para él una razón en sí misma. Baeza no era propiamente un literato, lo que llamaríamos un hombre de letras; buscaba en la novela un porvenir, el reconocimiento que acompaña al éxito y, de paso, obtener algún dinero que compensara los esfuerzos. Es una pretensión muy razonable; la misma a la que aspira hoy cualquier joven escritor. Es probable, sin embargo, que resultase excesiva para una época donde el mercado literario del país era raquítico y no existía una industria editorial que mereciera tal nombre. Los sucesivos intentos que realizó para abrirse camino en el mundo de la novela no dieron el resultado que esperaba. Finalista, una y otra vez, en los concursos más relevantes, Baeza no logró alcanzar el reconocimiento de los lectores que habría impulsado su carrera.

La pregunta de por qué un escritor deja de escribir suele fascinar a la gente de letras. De inmediato, surge en la conversación el nombre de Rimbaud y el personaje de Bartleby. Quizá porque soy una persona sin imaginación, no veo mucho misterio en ello. La respuesta -aunque podamos vestirla de forma diferente en cada caso- es siempre la misma. Uno deja de escribir porque comienza a hacerse preguntas, pierde la ilusión con la edad, le gana el tedio. No hay mucho más. A Baeza Linares no le faltó voluntad para mantener una carrera literaria. Durante más de una década perseveró en ella, hasta que consideró, en un momento dado, que el esfuerzo no merecía la pena y dejó la escritura. Cuando le conocí, andaba dándole vueltas a la idea que llevaría a término poco después. Para Baeza, escribir era un asunto de pérdidas y ganancias, y el saldo deudor comenzaba a ser excesivo como para no tomar una determinación.

En 1968 fue cuando más cerca estuvo de obtener el éxito que tanto ansiaba. Su novela Al otro lado de la mañana, había quedado finalista en el Nadal y, tras su publicación, obtuvo el premio Ciudad de Barcelona -uno de los más prestigiosos del país en aquellos años-. Ni la calidad del premio, ni los elogios que la crítica dispensó a la obra, fueron suficientes para que el público se interesara por la novela. Baeza vivió siempre al margen del pequeño mundo intelectual de la ciudad, y no se relacionó con los escritores de uno u otro grupo. Fue siempre un solitario, un excéntrico en el sentido de alguien que vive al margen.