Dentro de un año ya nadie hablará del disco 1971. Rafael Berrio está acostumbrado a que su obra caiga en el olvido. Todo el material anterior a ese 1971 que podemos recoger es un milagro de supervivencia, un triste inmigrante que llega a las costas lleno de secuelas. En la primera mitad de los años ochenta graba su primer Ep gracias al impulso que la Nueva Ola da a su espíritu. Su influencia amalgama influencias post punk como los Pretenders y los Smiths. Todo lo que consigue es formar parte de una gira que con intención promocional llamaron "Donosti Sound". En 1991 llega un modesto contrato discográfico que le ofrece una pequeñísima productora: Shanti Records. Grabó, pero en el momento en que iba a iniciarse la distribución -en cantidades muy pequeñas, no se hubieran visto discos más que en tiendas muy especializadas- Shanti cierra en quiebra irreversible. No se sabe cómo consiguió que la compañía multinacional Warner le llamara en 1993 para grabar con ellos. Su estatus de joven promesa de la música independiente era más que frágil, básicamente, una mentira. El fracaso de la colaboración es abismal. Le deja cuatro años sin editar material. Cuando el azar le llevó a entrar de nuevo en un estudio ya no era una promesa, ni siquiera era joven. Al menos, no tanto como lo son las promesas musicales. Tras varios contratos sin sentido, haciendo giras por diversas casas de cultura españolas consigue alzar un poco la cabeza. En 2010 la multinacional que le dio la espalda vuelve a permitirle grabar.

No es habitual encontrar unas dosis tan altas de precisión, de potencia lírica y de cinismo, de sana ridiculización del yo. Aunque en una propuesta tímbrica distinta, el grupo Manos de Topo estuvo cerca con su primer trabajo Ortopedias Bonitas, en 2007. Las influencias de este Berrio son otras, sin embargo. Sin la certeza con la que uno puede pensar en algunas músicas concretas y en algunas letras uniformes, no en trabajos tan mestizos, la primera referencia que podemos mencionar es la del golfo Krahe. Berrio le supera en espiritualidad. En una de las muchas veces que he escuchado el disco esta semana la cabeza se me fue a la nueva trova, a Silvio. Pero ahora me parece que solo la acaricia de una forma muy ligera. Cohen, Gainsbourg serían unos padres reconocibles, pero insuficientes. La instrumentación que corona el disco merece una mención aparte. Dos habituales de Quique González, Jacob Reguillón y Carlos Raya forman parte de la banda. Algunos arranques de orquestación nos traen ruidos de carretas cargadas de gitanos rumanos, como ya hicieran en su día Tiersen y Beirut. Sobre las letras de Berrio no pienso hacer juicio. Es imposible. Algunos las consideraran ampulosas, como una señora pasada de joyas, tan sin sentido como un Jackson Browne -el cantautor existencialista- haciendo un monólogo para el club de la comedia. Para otros, aquellos que hablan de todas sus crisis con humor y saben pero callan los pesares de sus vidas, Berrio será un hermano.

Si alguien que loa constantemente la pereza consigue levantarnos las fibras más invisibles es porque ha leído y asimilado alguno de los preceptos de Stevenson: "Tanta prisa tenemos por hacer, escribir y dejar oír nuestra voz en el silencio de la eternidad que olvidamos lo realmente importante: vivir". Para más confirmación solo tenemos que escuchar alguno de los puntos de tensión del disco: SimulacroEste Album. Al final, de Berrio solo puedo decir "necesario".