¿Qué pasaría si una equivocación en un correo electrónico hiciera plantearte tu vida y tus sentimientos? Ese tema es recuperado en las dos obras de Daniel Glattauer, un epistolario del siglo XXI, donde la correspondencia se acelera según la intensidad y la necesidad de los protagonistas, donde los diálogos se hacen ágiles a la velocidad de una descarga, donde Internet es el medio de comunicación. Un tema clásico puesto al día, en el que una errata al teclear un apellido hace que dos personas se encuentren y se busquen en la bandeja de entrada de sus cuentas de correo. Los planteamientos son clásicos; han sido, sin duda, utilizados con gran frecuencia, pero aquí hay un factor novedoso que atrapa al lector y que podría ser la clave de este inesperado éxito: la proximidad, un factor poderoso capaz de enganchar a un gran número de lectores.

¿Quién no utiliza hoy día el correo electrónico en su trabajo? ¿Para cuántos es una herramienta absolutamente imprescindible, estrictamente fundamental? ¿Con cuántas personas trabajamos a través del mail sin conocerlas físicamente y, sin embargo, nos acercarnos a ellas por este medio?

Nuevas maneras de hacer literatura

Es tal vez el modo de comunicación más usado o más habitual en la primera década del siglo XXI, y por supuesto ha relegado al tradicional correo postal. La agilidad, la rapidez -no hay distancia que no salve el correo electrónico- son las claves que han imperado en su éxito. El autor se sirve de este instrumento, para convertirse así en su herramienta y en su medio de comunicación, en uno de los elementos que caracterizan y le dan sentido a Contra el viento del Norte y Cada siete olas, la ansiada continuación.

Estamos ante una novela epistolar, según los parámetros convencionales y las características que definen al género de correspondencia, pero con matices. Tal vez con los que se puedan derivar de este actual modo de correspondencia que ha sustituido a las cartas transitadas por carteros con sellos y papel.

El autor plantea aquí la posibilidad de una novela actual, dinámica, con una trama, unos personajes, una química, una historia y dos cuentas de correo electrónico que se encuentran un día por casualidad en la Red. Es a partir de este encuentro, propiciado por el azar, cuando se inicia la historia.

El austriaco Daniel Glattauer nos enreda con esta forma de contar, de crear y tejer una historia en la que sorprende cómo unas cartas, más concretamente, un intercambio de correo electrónico, puede llegar a embelesar al lector y engancharlo sin tregua. El autor se convierte en una especie de flautista de Hamelin, nos hace pasar páginas con rapidez y curiosidad, páginas escuetas, con poco contenido, donde no nos hace falta más porque el lector ansía la respuesta tanto como el protagonista que espera el sonido del ordenador que anuncia la llegada de un nuevo correo. Ese ruido -metáfora del cartero del siglo XXI- despierta un cosquilleo y una intriga idéntica a la que otros muchos personajes creados en el marco de esta literatura han sentido al esperar una carta en papel.

Referencias epistolares

No obstante, y como ya se ha señalado, hay ciertas y notorias diferencias con lo que hasta el momento se conocía como novela epistolar. No se podría argumentar que las novelas reseñadas sean similares a, por ejemplo, algunas obras paradigmáticas de este género como La Edad de la Inocencia (novela epistolar de Edith Wharton publicada en 1920 y llevada al cine en 1993 por Martin Scorsese), o la obra de Choderlos de Laclos, escritor de la obra que también sería llevada al cine, Las amistades peligrosas. Parece, por el momento, poco probable una versión cinematográfica de estas novelas de Daniel Glattauer, aunque sí cabe dejar constancia de una adaptación teatral de Contra el viento del norte y no es descartable, desde luego, la opción cinematográfica. Pero a lo que nos referimos es a que básicamente lo que encontramos en el eje de la obra es a los dos protagonistas delante de sus ordenadores, correos electrónicos que llegan sin parar y mucha imaginación para el lector, esa es la clave de la historia de Emmi y Leo, y de su éxito. Sencillo y eficaz. No es necesario más para que esta historia funcione.

La ausencia de cualquier ornamento literario al uso es una novedad en ambas novelas, es una marca de estilo: la falta de descripciones se hace patente desde el principio; la narración lenta y pausada, que se recrea en los detalles, en el dibujo preciso, en los perfiles de los personajes y los paisajes físicos y sentimentales no se encuentran presentes en las propuestas literarias que analizamos en este artículo.

Pero lo que queda claro es que los elementos que definen a la novela epistolar clásica cambian, y estos cambios son los que se hacen evidentes en las novelas que nos ocupan. La manera de contar una historia, ahora, ha de ser distinta, y esto es lo que define el tipo de novela epistolar que ha creado/inaugurado con éxito el austriaco Glattauer. Otro aspecto fundamental en la actualización del formato epistolar lo constituye el tiempo, la dimensión temporal de una y otras propuesta. Comprobamos las notables diferencias entre el formato clásico y el formato contemporáneo: en las novelas de Glattauer el ritmo viene definido por el tiempo que dista entre un envío y otro, que nos da el eje temporal de la obra: en ocasiones son segundos, otras veces horas, días, semanas, meses.

Claves para un éxito

Ese detalle, indicado junto con el asunto de cada correo electrónico que compone la obra, marca también el ritmo de los protagonistas; en ocasiones cuando sólo son segundos los que separan los correos se produce un diálogo escrito entre ambos: por mail, sin verse, sin oírse, sólo leyéndose, pero diálogo al fin y al cabo, una nueva manera de dialogar es la que nos ofrece el autor.

Este nuevo tipo de diálogo es la gran arma del autor porque con él consigue lo mismo que sus predecesores en este género. Es en este intercambio donde nos presenta a los personajes, donde crecen, donde muestran sus sentimientos, y también donde el lector los conoce. Son amenos, divertidos, confidenciales, sorprendentes incluso. Se establece con los mensajes electrónicos de los protagonistas una especie de juego por conocerse, por acercarse sin un encuentro físico y real, por averiguarse, por llegar el uno al otro. Con ellos el autor consigue que prescindiendo del resto, de lo que convencionalmente "puede faltar", nos sea suficiente. El lector llega a imaginarse recibiendo esos mails, se encuentra cautivado queriendo saber la respuesta y sonríe, se muerde los labios, suspira y no deja de sorprenderse a lo largo del desarrollo de esta historia sin descripciones.

Es ahí donde la obra nos deja algún hueco, donde el lector curioseará, donde entrará la imaginación para completar lo que la bandeja de entrada no nos relata. Es desde esa mirada desde donde los lectores de Glattauer no deben salir o, tal vez, se defrauden porque perciban lagunas de detalles que en realidad son perfectamente prescindibles. Las dos novelas están llenas de momentos delicados y deliciosos; tiernos y ácidos, intensos y banales. El juego dialéctico está servido y la química entre Leo y Emmi tutelados por Daniel funciona de una manera evidente, directa para enganchar.

Contra el viento del Norte

Contra el viento del Norte, la obra que abre el camino de este díptico, y por tanto primera obra epistolar de Glattauer, nos plantea una historia que se deriva de un accidente, un error común, aunque posible. Un recurso, eso sí, muy literario. Y a partir de ahí se desarrolla el resto, crece la historia y los personajes. La construcción y evolución de la historia sigue unos parámetros reconocibles: el intercambio inicial viene marcado por un humor ácido, que se deriva de la casualidad y del equívoco, llegando a provocar incluso una carcajada; a continuación, las réplicas y contrarréplicas ingeniosas, un coqueteo simple y un interés creciente; una frase a tiempo, una respuesta irónica, una confesión inesperada, un encuentro a ciegas, y todo sin detalles, sólo dándole al botón de "responder".

El lector conoce tan poco de los personajes que se inserta, casi sin querer, con rapidez en la trama porque lo que quiere averiguar es más, en la que satisface su deseo más esencial de conocer: más sobre él, sobre ella y más sobre la historia que comienza con ambos. Lo atractivo surge de esa necesidad que se suscita y se genera cuando empiezas a descubrir la obra, en ese fenómeno lector tan apasionante de querer avanzar sin remisión: el lector no tiene bastante con las primeras páginas para explorar, no es suficiente con el primer capítulo, siempre quiere más, se interesa rápidamente por el siguiente correo, por si finalmente se producirá el encuentro, por cómo será, por si la imagen que tienen de sí mismos y del otro responde a sus palabras y sus imágenes mentales, por qué pasará. La química entre ambos está servida y el interés va creciendo hasta el mismo final.

Daniel Glattauer concibe Contra el viento del Norte como una novela que empieza y acaba; inicialmente el final que nos presenta es el definitivo y ahí acaban los correos electrónicos entre los protagonistas. Sin embargo, el gran éxito de público y crítica hace que se le plantee al autor la posibilidad de una segunda parte y ésta no se hace esperar. El pasado mes de noviembre teníamos acceso en España a Cada siete olas, la continuación que nos daba la posibilidad de seguir leyendo correos electrónicos y seguir conociendo más sobre la historia de Leo Leike y Emmi Rothner.

Cada siete olas

El éxito de su experimento literario, de esa eficaz psicología trazada de los personajes y la intriga hace que el lector desee más pero aquí una inevitable batería de cuestiones: ¿la segunda parte tiene la misma magia? ¿logra el encantador flautista de los mails embelesarnos igual? No es sencillo responder a estas preguntas. Es obvio que el entramado, el tono, el carácter de los diálogos es muy similar porque es la misma pluma quien firma ambas novelas, con apenas diferencia temporal entre ellas. Los personajes presentan, en primera instancia, los mismos rasgos y perfiles, los mismos destellos de ingenio, inteligencia y humanidad, el mismo tipo de humor, su psicología no cambia pero, sin embargo, algo es diferente.

La fórmula del éxito que descubre Glattauer sigue dando para continuar con la relación epistolar adaptada a los nuevos tiempos pero el impacto y el alcance no es el mismo. Los personajes, que no pierden la fuerza psicológica y los resortes, las pulsiones que los caracterizan en la primera parte, viven una serie de experiencias, de acontecimientos, que les dan unos matices nuevos, distintos.

Algo ocurre que hace que la historia cambie sustancialmente, que la percepción del lector se modifique; también la estructura es la misma, en apariencia, pero los hechos ocurridos la hacen diferente. Quizá tampoco hubiese tenido sentido mantener situaciones y estructuras que no se corresponden con la misma realidad. Los cambios forman parte del devenir, y por tanto es ineludible también en la trayectoria de estos personajes. Nos cabe preguntarnos, eso sí, si la evolución que plantea Glattauer es la mejor opción posible. Los nuevos elementos que concurren en esta segunda entrega son contados al lector del mismo modo en que lo sugerido, lo no dicho, lo intuido se convierte en fundamental, dejando al lector esa cuota de participación imaginativa absolutamente necesaria para que una historia funcione. Los personajes siguen siendo los mismos, tienen entre ellos la misma química, la misma atracción y la misma necesidad de escribirse y de leerse; todo lo vamos percibiendo de sus respuestas como en la primera parte. Leo domina nuevamente las conversaciones, las remata; su destreza, su astucia, su humor, su brevedad lo hace tremendamente encantador y enigmático. Define de la siguiente manera la relación de ambos, hacia el final de Cada siete olas le escribirá a Emmi: "En nuestro caso, hasta ahora las palabras han llegado a todo", breve pero acertado. Tal vez como las dos obras de Daniel Glattauer.

Ambas novelas están cerradas con maestría y poseen un final en la justa medida del desarrollo de cada una de ellas. La segunda cierra la puerta a la continuación porque no estamos ante una saga, ni ante una trilogía, estamos ante una novela -que el éxito ha querido que tenga dos partes- amena, divertida, sentida y lista para leer sin parar.