Esta es una novela que transcurre en un solo lugar, en un único día y donde casi todo lo que ocurre es a través del diálogo de sus personajes o a través de monólogos internos. Atendiendo a esta unidad de lugar, tiempo y acción, podríamos pensar que esta novela tiene vocación de obra de teatro. John Banville ha utilizado como inspiración la obra clásica Anfitrión, de Plauto, y se la ha llevado a una casa campestre en un punto indeterminado de Irlanda.

El narrador en el arranque de la novela, y en gran parte de ella, es el propio Mercurio, mensajero de los dioses, que revolotea en los alrededores de la casa para hacernos notar un suceso: Adam y su esposa Helen (como se puede notar, los nombres de los personajes también son significativos) vuelven a casa de éste para asistir a la muerte de Adam padre, postrado en cama y desahuciado.

La premisa es que el paganismo ha sido erradicado de nuestras creencias, pero no de la realidad, y el propio Júpiter se entrometerá en el transcurso del día que ocupa el libro. Los dioses toman distancia de los humanos, se ríen de sus anhelos y se extrañan del deseo de inmortalidad, que para ellos es un castigo. En un par de ocasiones, se personifican, Mercurio para turbar a la criada -una aristócrata venida a menos-, y Júpiter por su consabido apetito sexual, reproduciendo con Helen y Adam el episodio de Anfitrión. Banville representa el cosmos en esa familia que se completa con la hermana de Adam, deficiente mental, su novio y la segunda esposa de Adam padre, más un enigmático personaje que presentaremos más adelante.

Adam padre, postrado en una cama en estado comatoso, es el otro narrador. A través de su intensa actividad mental observará a los habitantes de la casa, y reproducirá los momentos de su vida que le han llevado ahí. Como un contemporáneo Xavier de Maistre, ahorrándose los minuciosos detalles descriptivos, desvelará mediante impotencia de su estado las mentiras a las que hemos asistido entre los habitantes de la villa.

Como no hay Eros sin Tánatos, aparecerá de repente el personaje más ambiguo de la historia: Benny, un antiguo amigo del patriarca, que oscilará entre los dioses y los mortales cumpliendo el papel de Tiresias. Educado y juguetón, como un diablo del sexto círculo, vendrá a turbar la relativa calma con la que todos están esperando la muerte de Adam, sacará a la luz otro juego literario: Helen está a punto de estrenar Anfitrión, en la que hace el papel de Alcmena, y sobre todo removerá los recuerdos de Adam padre, compañero de correrías de juventud.

El riesgo y el acierto de Los infinitos es escoger a un dios de la mitología griega como narrador: desde su distancia, los actos humanos más trascendentes, estúpidos o extravagantes cobran una pátina de distanciamiento que, pese a lo que pueda parecer, no los hace resultar vulgares. La narración desde una entidad superior, inmutable y eterna relativiza las pasiones humanas, pero se ve contrarrestada por la envidia que los dioses tienen ante la posibilidad de los humanos sentir amor, y de que cualquier suceso pueda ser importante. Aburridos, los dioses se retiran con la llegada de la mañana, la tranquilidad regresa a la tierra.