Estos comienzos de año, con sus ferias digitales (la C.E.S. en las Vegas) y sus primicias exclusivas son propicios a las apuestas tecnológicas. Que si el 3D pondrá el huevo en nuestros salones, que a saber del aparato que desbanca al iPad, que si cámaras fotográficas con acceso a InternetÉ Les digo lo que ya saben: que, en general, estamos hablando de fruslerías del bienestar -dinero, vamos- y que de vivir en la inopia digital a convertirse en un todo un Geek informático no hay mucha diferencia. Cada cual que lo discuta con su bolsillo. Pero con todo lo que se nos ha caído encima -y no me refiero a la crisis (que también), sino a la Ley Hadopi, al caso Wikileaks, a la Ley Sinde y a las boberías que un enrabietado contra la piratería como Javier Bardem pueda soltar en El País- habría que pensarse cual es el verdadero punto caliente de los próximos meses. Si el nuevo teléfono u ordenador de Google, Microsoft y compañía, o el futuro de lo que conocemos hoy como Internet.

Contra pronóstico, propongo dejar a un lado las novedades del año nuevo y revisar una obra que nos aportaría algo de luz al problema actual: La Ética del Hacker y el Espíritu de la Era de la Información de Pekka Himanen. Una lectura, por la fuerza de los acontecimientos, tan actual como los líos judiciales de Julian Assange. Que no les distraiga el título, que no pretendo que nadie se ponga a teclear código para saltarse los cortafuegos de la CIA. No van por ahí los tiros. El término Hacker al que alude la obra de Himanen hace referencia a su significado original, es decir, al del apasionado (experto o novel) que practica la informática para compartir la información. Repito, compartir. La lógica de su discurso es muy sencilla: El acceso libre a la información es igual a calidad de vida; si bloquean nuestras fuentes, tendremos que luchar por liberarlas. Y esto, por mucho que se empeñen los gobiernos o empresas, no equivale a ser un espía, un delincuente o un pirata, sino a defender un estado en el que estos poderes no nos mangoneen para seguir controlando los flujos de datos -dinero, vamos-.

Fue el periodista Steven Levy, en su ensayo Hackers: Heroes of the Computer Revolution (1984), quien primero acuñó este concepto del informático responsable. Himanen lo llevó a su estadio ideal cuando hizo de él una apología de "la creatividad, la asombrosa superación individual y la donación al mundo de una aportación genuinamente nueva y valiosa". Para ello estableció una serie de valores éticos que todo hacker concienciado debe seguir: trabajo libre y apasionado, práctica de la informática responsable, dinero sí, pero tras la meta del valor social, etc. Todos ellos, defienden una actitud creativa, que no se casa ni con la rutina ni con el pensamiento conservador capitalista. Mucho menos con la moral protestante que se perfila tras ellos (Himanen cuestiona constantemente las ideas de Max Weber). Con tantos mandamientos y morales, el autor termina por cerrar el libro con irónicas alusiones al Génesis y a los posibles burocracias que tendrían que sufrir sus protagonistas para crear el mundo; contrato incluido.

Estos argumentos sobre el panorama actual pueden trazar un resumen del significativo presente digital. En primera plana, un mesías modélico encarnado en el páter de la página Wikileaks, Julian Assange. El hacker por antonomasia, que ha revolucionado el espacio de la información divulgando un volumen de documentos clasificados que podría superar al publicado por toda la prensa mundial. Tras él, sus acólitos. Grupos de hackers y usuarios que defienden sus postura actuando, casi sin proponérselo, bajo los parámetros de las escrituras de Himenan. Lo mismo se organizan (Chaos Computer Club, Anonymous) que lo mismo trabajan en solitario, para realizar ciber-ataques, ciber-revueltas o ciber-manifiestos. Frente a ellos, el diablo: Un gobierno estadounidense, muy tocado por las filtraciones de Assange, empeñado en cortar de raíz el problema. Lo acusan de traidor, de agresor sexual e incluso de estar confabulado con el estado israelí. O se le mete entre rejas o se le pasa por la silla eléctrica (lean las propuestas del conservador Joe Biden). Sus hordas: conglomerados empresariales que se niegan a reciclarse ante la más mínima pérdida económica y tachan a todo aquel que no participe de su juego de ratero. Y a su servicio, gobiernos títeres que camuflan los argumentos financieros en leyes represivas "por el bien de la cultura" (las citadas Hadopi o Sinde). También algún que otro hacker renegado (The Jester) famoso por atacar al proyecto Wikileaks, y alguno todavía tras las rejas (Tasmania). Y al final, el vulgo, que ya no sabemos que si de buenos o de pasotas nos quedamos ensimismados ante el pastel. Todo esto nos preocupa. OK. Pero también lo del iPad, lo del 3D en el salón y lo de la nueva cámara con Internet -dinero, vamos-.