Séptimo Arte

No cuesta nada imaginar a Luis García Berlanga -viejo verde vocacional, libertino más que libertario, según sus propias palabras- echando un ojo a las medias negras de rejilla y los tacones de aguja de alguna de las viudas que irán a visitarlo al cementerio. Fetichista confeso, no sería justo reducir la inmensa figura que nos acaba de dejar en un par de detalles sobre sus querencias eróticas. Pero es que Berlanga era tan completo y tan complejo (la palabra "perfeccionista" ha sido una de las más repetidas para definirlo) que también haría falta hacer un repaso a este tipo de detalles, a menudo tomados como irrelevantes, para entender el peso fílmico de alguien que comparte olimpo nacional con Buñuel.

Rococó hasta la muerte, Luis García Berlanga llenó sus películas de gente hablando y circulando a tropel por sus famosos planos secuencia, sí; pero también las llenó de guiños más o menos evidentes que ayudaron a convertir sus historias en mecanismos narrativos de múltiples lecturas. Sólo así podía lidiar con la censura de aquella época, tan quisquillosa y surrealista como sus películas. Contaba Berlanga que en una ocasión le mandaron eliminar un plano general de la Gran Vía de Madrid que no contenía nada especialmente peligroso para el régimen. Al preguntar por los motivos de aquel corte, le explicaron que viniendo de él, aquel plano podía esconder en algún rincón a varios obispos saliendo de los locales nocturnos de la calle madrileña. Asombrado por la respuesta, admitía que ni siquiera en sus mejores momentos con Azcona se les había ocurrido algo tan brillante y con tanta mala leche.

Se pueden encontrar por tanto todo tipo de pequeñas pinceladas geniales a lo largo de su filmografía. Por ejemplo: detalle evidente para apuntalar la carga de la película es la figura de una araña (¿una viuda negra?) que forma la comitiva funeraria al final de ¡Vivan los novios!, cuando hacen volver al pobre José Luis López Vázquez al redil de las buenas formas y el decoro. Detalle también evidente y cargado de humor negro -o de esperpento, más acorde con la idiosincrasia de Berlanga- es el baile contenido y emocionado de las viudas que despiden a Fernando Fernán Gómez en Moros y Cristianos.

Otras veces, estas marcas de la casa no estaban tan a la vista, como aquellas viudas (¡sí, otra vez!) que disfrutan del día de fiesta en el pueblo de La Vaquilla sentadas cómodamente en unas sillasÉ¡colgadas a varios metros de altura en los muros de los edificios! Un detalle en el que, como comentaban los técnicos de la película, apenas caía nadie, y que tenía algo de las pinturas negras de Goya. Mención aparte merece el último guiño de su carrera, ese "Tengo miedo", firmado "L" que aparece como una pintada a los pies del toro de Osborne que cierra la película París Tombuctú. Una bellísima forma de evidenciar el miedo a la vejez, al dolor y a la muerte que se asomaban ya a la vida del director hace poco más de diez años.

Pero he dejado mi guiño favorito para el final. Hablo del sombrero blanco de El Verdugo. En la última escena, una escena ante la que aún no sé si reír o llorar -este es el arte de Berlanga- un Nino Manfredi aterrorizado recibe la orden definitiva de realizar su primera ejecución. "El condenado no puede esperar", le dicen. Negándose, temblando y entre arcadas de pánico, es llevado a rastras por los policías de la prisión hacia la sala donde también acompañan al reo. Es estremecedor ver cómo empujan y casi llevan en volandas al pobre hombre en una nave enorme y blanca con una puerta negra al fondo. Y sucede que en mitad de esta lucha, se le cae el sombrero y queda en mitad de la sala. Cuando parece que la imagen va a fundir a negro, el último policía se da cuenta y corre a recogerlo del suelo, entonces sí, vuelve a la puerta, la cierra y fin.

En ese detalle, en ese plano mantenido, en ese mantengamos la compostura y no nos olvidemos del sombrero en mitad de la atrocidad de una pena de muerte, se resume el don que tuvo Luis García Berlanga para hacer el retrato más fiel y despiadado de la sociedad que le tocó vivir. Una sociedad que cabía en sus larguísimos planos secuencia, pero también en cualquiera de los pequeños detalles que abundan en sus películas.