De Donde nunca hubo nada, octubre 2010.

JOSÉ LUIS VIDAL CARRERAS.

IQUIZÁ te crees perdido:

que andas bajo el no cielo,

por la no tierra...

Quizá te abruma esta presencia,

que tanta realidad

pare tu corazón,

o que no puedas ya bajarte

de esta nada al galope...

Y rezas,

como cada fragmento

que se impone a tus ojos.

II

Y miras qué has dejado atrás.

¿Irán contigo el roble centenario

y su emboscado ruiseñor?

¿Los cuidarás como a un enfermo

al que mantienes su ilusión,

que te quiere a su lado, y que se asusta

cuando apartas los ojos?

III

PERMÍTELE a tus ojos esta rosa

y cómo fragua en ellos

su blanca luz fragante.

Cuánto tiempo pediste

este don para un niño

al que no arredran las espinas.

IV

ALLÍ se vuela,

allí se canta...

allí se goza el aire.

Y tú no estás allí.

Ahí florece,

ahí madura...

ahí se rinde el sol.

Y tú no estás ahí.

V

TE sobrecoge lo más obvio,

lo que después no le dirás a nadie:

el álamo, su mástil y su vela,

ahí, absurdamente anclados;

el mirlo, un huso atrabiliario

apresurándose en el césped;

o el ceño de disgusto

en la frente de un niño.

VI

UNA vez más, la tierra.

Su ocre es una voluntad

de ser hollada por tus pies.

Tú tienes un derecho.

Donde pisas no hay gloria;

y a donde vas es un azul discreto:

no es el del cielo ni el del mar;

pero tú tienes un derecho.

VII

POR tus ojos, los pájaros

entran y salen.

Pero quizás

uno anide en tu frente:

una sola canción honrada

para dormirse y despertar,

mientras los otros pájaros

llegan y parten.

VIII

KOUROS

"... siendo al aire un sencillo monumento".

MIGUEL HERNÁNDEZ

DESDE que estás en pie,

tu columna, elocuente,

sopesa las palabras.

Estar de pie es hacerse fuerte.

Entonces hablas

igual que una congoja,

sorprendida desnuda, que sonríe.

X

QUISIERAS otros ojos

para esta leve ceremonia

del almendro que pasa.

Y quisieras la fe

de sus flores en vilo:

también ellas se van...

¡Pero cómo se exhiben,

tan pendientes de un hilo!

XI

EN ti el mundo despierta a su belleza.

Mientras tú existes,

el berrueco, la encina,

el gorrión... no son huérfanos.

Tú los reúnes

en torno a un fuego que los dora,

los aproxima,

los asemeja.

Mientras tú existes.

XII

Para A. J. López Cruces.

LAS aves.

Se manifiestan de repente

como añoranzas rojas,

amarillas, azules...

Y tú te paras,

álamo fértil,

hueco para sus voces.

Las aves.

Zurcen el mundo,

cosen ventana y río,

nube y balcón.

Y tú te quedas,

álamo libre,

franco para sus nidos.

XIII

EN la arena, tu pie

da un son de adiós y bienvenida.

Su eco y la rubia floración del alba

es la marea que tú apuras:

agua que colma y calma tu afán,

porque,

manando de una luna llena,

en la playa reúne

a tu padre y tu hijo.

XIV

ANDAR, en tu inocencia,

es una obra necesaria.

La libertad de hacerlo

desaloja las sombras

que arrinconan la luz.

Y ella, junto al arrullo

de los trechos de tierra,

llena tu pergamino,

que se alza en el aire...

y el camino perfecto.

XV

QUIZÁ ya no eres nadie

y nada te amenaza...

Qué dulce, caminar

bajo el sol de la tarde a salvo:

se oyen de nuevo los vencejos

y rebrotan las hojas,

cuando vuelve tu aliento

y huele a gratitud.

XVI

¡ESTABAS tan perdido

entre las piedras sin tarea!

El mirlo hacía ruido

-su ruido- entre los álamos;

y los niños, llenísimos

de sinrazón,

te devolvían las preguntas,

los átomos del mundo.

No te acordabas de aquel sol

sin ayer ni mañana

que os dejaba jugar

fuera de casa.

XVII

MIRA tu vela al pairo

en olas de emoción.

De su mástil se apartan,

purgándose para cruzar

el atrio de las caracolas.

La doncella sin miedo en la cintura,

el niño de las manos libres,

el hombre de mirada de muchacha...

las llevarán a sus oídos,

y sus ojos se irán al mar de adentro

y ya no volverán.

XVIII

TU sombra:

una pequeña noche

levantada en la noche,

que no puede dormir;

una mirada humilde

del perro que desprecias;

una mano tendida

del mendigo al que ignoras.

Tu sombra:

ella es lo tierno,

lo sin hacer,

lo que está vivo para nada;

tu sin luz,

tu no tú;

tu igual

cuando no te levantes.

XIX

ORACIÓN

EL pan

de la belleza fugitiva

en su momento de oro firme...

El don

de la tarde madura

para seguirla con amor...

Amor

que alumbre un alma

en cada cosa...

Alma

que las redima en pájaros...,

ícaros nuestros

en pos del sol.