Memorias

Pobre Sofia. Es lo primero que uno piensa cuando lleva leídas las primeras páginas de estos diarios. Una mujer que se ha casado con dieciocho años y que no es feliz con su vida porque su marido dice no confiar en su amor. Pero no sólo por eso. Sofia está celosa de la campesina con la que Lev Nikoláievich Tolstói, el gran escritor ruso, tuvo un hijo. Y reprocha a su marido que no le dedique la atención que se merece. O que ella querría para sí. Por si fuera poco, su visión de la vida, de la organización social y política, difiere de la de él. O eso cree ella. Todo parece ponerse en su contra.

Sofia Andréievna Behrs, hija de un médico de la corte del zar, se casó con Lev Nikoláievich Tolstói, dieciséis años mayor, en 1862. El escritor había sorprendido a todos, antes incluso de que se celebrara esta boda, en la misma pedida de mano: la familia esperaba que pidiera en matrimonio a la hermana mayor, Liza. Luego de un par de semanas casada, Sofia retoma la escritura de los diarios, algo habitual en ella en el pasado "cuando me encontraba mal". La atenazan las dudas, el miedo. Se muestra al acecho, a un mismo tiempo cariñosa y desconfiada. No es para menos: antes de la boda, su marido le ha hecho leer sus diarios; queda espantada ante la vida disipada que llevó el autor de Los cosacos (Atalanta incluyó este título en su catálogo en 2009), obra por la que ya era conocido en aquel tiempo. Lo sería aún más, claro, por el libro que estaba escribiendo en aquellos momentos, una de sus cumbres, Guerra y paz. Todo ello no obsta para que siga demostrándole lo mucho que lo quiere.

Podemos entender, a la luz de los sentimientos que traslucen en las páginas de este diario, la frustración que le produce a su protagonista su papel, casi limitado al de esposa y madre (Sofia tuvo dieciséis hijos, de los cuales sobrevivieron trece). Pero es que además, Sofia encarnaba el prototipo de mujer que sufre; era una sufridora de tomo y lomo, de esas que trasladan el sentir de ese sufrimiento a los demás, incluido el lector que quiera ahora zambullirse en las más de seiscientas páginas de que consta esta edición. Cualquier acontecimiento inesperado (le preocupa, y mucho, la situación de su hermana Tania), cualquier cosa que no esté en su sitio, es objeto de innumerables cavilaciones. Esta hipersensibilidad, sin embargo, se irá suavizando con el tiempo. A ello contribuirá la actitud de su marido, que advierte en ella su carácter y le confiará la copia de sus manuscritos. Ella, por otro lado, tomará la iniciativa para desarrollar sus aptitudes artísticas, algo que le beneficiará de forma manifiesta. Con lo cual el resto de su vida de casada transcurrirá con los altibajos habituales, como comprobamos en las entradas de los siguientes años del diario. Hasta que todo estalle por los aires cuando el escritor desherede a su familia y decida, en uno de sus bandazos habituales, legar sus cuantiosos bienes a la humanidad. Nada extraño teniendo en cuenta las veleidades utópicas a las que era tan aficionado el maestro. Pobre Sofia, sí. Pobre.