El concejal Miguel Valor anuncia que el próximo mes de enero se instalará en las calles de Alicante una escultura del artista egipcio Ehab El Laban. Se trata de una estatua fundida en bronce, de dos metros de altura que, unida al pedestal, hará un total de tres metros, que es una altura considerable. Afirma el concejal de Cultura que El Laban es uno de los más afamados artistas de aquel país. No siendo un especialista en arte árabe, no puedo dudar de la afirmación de Miguel Valor. Así será, cuando el concejal lo dice. En todo caso, ya habrá ocasión de juzgar la obra en cuando esté plantada.

En reciprocidad con la pieza de Laban, acaba de colocarse en un parque de El Cairo, El guerrero de Lucentum, de Víktor Ferrando, que es también, por lo visto, una obra de envergadura. Al comentar el intercambio, Valor ha dicho que gracias a él "se unen los dos extremos del Mediterráneo, Alicante y El Cairo, a través de una cultura común y milenaria". El tono lírico de la frase es elevado, pero no sabemos con exactitud qué pretende decir el concejal. La poesía -sobre todo, en labios de un político- tiene un punto de oscuridad que a los profanos nos resulta inasequible, aunque siempre suena bien.

Durante los pasados años, nuestros concejales se han visto afectados por la fiebre del amor al arte. Como consecuencia de ello, se han colocado en las calles de Alicante un buen número de esculturas que hoy lucen a la vista de todos. No podríamos asegurar que su calidad sea elevada, aunque siempre hay excepciones. Pero, aún en los mejores casos, en aquellos en los que la categoría de la obra es evidente, se advierte un desajuste que suele ser consecuencia de la falta de escala. No le resulta fácil a la escultura actual encontrar su lugar en las ciudades, pero esa es otra cuestión que ahora no hace al caso; lo que nosotros hemos de preguntarnos es si Alicante resulta o no una ciudad más bella con esas obras.

Todo esto nos lleva a la cuestión de quién decide gastar el dinero de nuestros impuestos en esas piezas. No recuerdo que se haya discutido la cuestión. Los partidos de la oposición municipal, tan atentos a denunciar cualquier minucia para demostrarnos que trabajan, no se han ocupado de ello. Tal vez lo consideren un asunto poco importante, sin atractivo para la opinión pública. A mí, sin embargo, me parece del mayor interés el que un concejal pueda convertirse en comisario cultural, y decidir en cuestiones de arte. No discutiré los méritos políticos de Miguel Valor que me parecen sobrados, aunque solo sea por el tiempo que este hombre lleva dedicado a la política. Ahora, que de los méritos políticos de Valor se desprenda su capacidad para decidir en cuestiones estéticas, media una distancia.

En otros momentos, estas cuestiones habrían incomodado profundamente a los artistas, que habrían exigido a Valor cuentas de inmediato. Por desgracia, los artistas andan hoy demasiado ocupados labrándose un currículo para perder su tiempo en estos asuntos. Además, ya se encarga el poder de darles, de tanto en tanto, un trocito de tarta para que tengan donde ocuparse.