Entre los recuerdos de mi niñez conservo la imagen de mi padre llegando a casa, cada día, con un ejemplar de INFORMACIÓN bajo el brazo. Tiempo después, a mis veinte años, vi impreso en esta misma cabecera mi primer artículo publicado en prensa: un texto sobre Quevedo que coincidía con el cuarto centenario de su nacimiento en 1980. Bastarían estas dos menciones personales para certificar un vínculo emocional con el periódico, ligado a la infancia y juventud. Y es que INFORMACIÓN, instalado setenta y cinco años en la sociedad de la que informa, forma parte de la vida cotidiana de varias generaciones de alicantinos. Lo hemos hallado en los quioscos, en las cafeterías, en los bares. Hemos asistido al teatro, al fútbol o a cualquier otro acto sin resistirnos después a buscar la crónica en sus páginas. Hemos seguido su tránsito al espacio digital.

El periodismo español cuenta con cabeceras que acreditan un largo recorrido. Algunas proceden incluso del periodismo decimonónico: La Vanguardia se fundó en 1881, Las Provincias en 1866, La Voz de Galicia en 1882, Heraldo de Aragón en 1895, El Norte de Castilla en 1854, Faro de Vigo, considerado el decano de los periódicos peninsulares, en 1853. Sin llegar a esa longevidad admirable, aunque con una edad respetable, INFORMACIÓN es el decano de los periódicos actuales con sede principal en Alicante.

Los diarios duraderos son algo más que unos meros fedatarios del instante, algo más que un registro de la actualidad que el tópico insiste en sentenciar efímera. Como reincidencia en esa misma creencia, aún circula la máxima periodística del columnista Lippman, premio Pulitzer en dos ocasiones: aquella de que las grandes exclusivas de hoy envuelven el pescado de mañana. La ocurrencia -una gran falacia, si nos ponemos a analizarla con rigor- puede admitirse como puntazo para rebajar los egos de no pocos reporteros, pero quizá proceda invalidarla si se acepta que el número diario de un periódico, transcurrida la jornada de su edición, no entra en caducidad sino que adquiere una segunda vida en la posteridad.

Todo es discutible, naturalmente. Pero el núcleo del periodismo, como expresó Azorín, es la noticia. Por eso un periódico es, a más de un medio de difusión de noticias de actualidad -con ánimo de influencia y de satisfacer sus intereses empresariales, todo hay que decirlo-, una potente herramienta cultural. Dejar escrito lo que pasa hoy supone construir durante décadas un legado copioso, amplísimo, que acaba inscrito como fuente histórica. Cierto que mucho papel de rotativa ha resultado útil para envolver pescado, o para modelar en invierno capiruchos repletos de castañas, pero el sentido de la conservación ha puesto a salvo ejemplares imperecederos, custodiados en hemerotecas.

Gracias a ellos sobrevive la memoria escrita y cada colección de una publicación periódica escapa del lector del día, de ese seguidor que convive en su contexto, para aventurarse al encuentro de lectores futuros, ayudando a descubrir en frío, desde la distancia temporal de otras generaciones, la sociedad y el momento del que ha informado en caliente. Y ese, además, es un mundo que se abre en el siglo XXI con más facilidades. Si ayer la hemeroteca se abastecía de papel y luego descubrió el microfilm, hoy la inmensa hemeroteca global se sirve en versiones digitalizadas alojadas en la red, mientras las ediciones en línea acumulan contenidos al alcance de cualquier buscador de internet.

En definitiva, cuando la biografía de un periódico cumple una existencia de tres cuartos de siglo, lo lógico es que haya atesorado un testimonio extenso de la evolución política, social, económica, cultural y deportiva de una comunidad. El diario presencia el paso del tiempo, a la vez que debe superar sus adaptaciones al cambio si comparece con vocación de permanencia. INFORMACIÓN nació, sin ir más lejos, en la dictadura franquista, formando parte de un tejido de periódicos del régimen, y pasó tras la Transición a pertenecer a un grupo empresarial privado con la consiguiente innovación del tratamiento informativo. Atrás quedaba la censura y propaganda oficial marcada por el poder político, iniciando con la democracia una etapa que requería la práctica de un periodismo abierto y plural.

Desde sus inicios en la posguerra al siglo XXI, pues, desde la rotativa cómo única opción de difusión a la lectura de la prensa en el teléfono móvil, desde 1941 a 2016 en suma, se han sucedido etapas y convulsiones políticas, bonanzas y crisis económicas, un cambio revulsivo del orden internacional. Hemos asistido también a una revolución tecnológica, se han alterado costumbres, se han renovado los esquemas de la publicidad, se ha transformado incluso la opinión pública. Entretanto -ese es su legado impreso y digital- INFORMACIÓN ha ejercido como consignatario de todo ello.