Llegué a Alicante en una calurosa noche del mes de julio de mil novecientos setenta y uno para hacerme cargo de la dirección de INFORMACIÓN; llevo, por tanto, cuarenta y cinco años de mi vida compartiéndolos, desde distintos puestos, con una cabecera que cumple, ahora, sus primeros setenta y cinco años de presencia en esta provincia. Aquel día de mi primer contacto con Alicante era domingo y el equipo de redacción de «La Hoja del Lunes» reponía fuerzas -o las consumía, vaya usted a saber- en «La Cabaña», el bar situado a unos metros de Quintana 40 que hasta mil novecientos ochenta fue la casa del periódico.

«La Cabaña» fue durante mucho tiempo, junto con el tabuco de los hermanos Guill, unos pasos más allá, el primer reducto de intendencia básica para la bohemia periodística de aquellos años que evolucionaba en torno al diario; el segundo acomodo, ya bien entrada la madrugada y para los más resueltos, era «El piache» donde, al arrullo de la música de «El sapo cancionero», se cerraba la jornada con los primeros cubatas del día siguiente. Eran los días del plomo en las linotipias, abiertas a la contemplación de los transeúntes, de las máquinas de escribir y las crónicas por teléfono, de los teletipos que advertían con el sonido de unas campanitas de la llegada de noticias de importancia, aquellas campanitas que en una madrugada de noviembre de mil novecientos setenta y cinco avisaban: «Franco ha muerto, Franco ha muerto».... Aquellas campanitas anunciaban que el tiempo nuevo había llegado.

En aquellos primeros años de la década de los setenta, los del tardofranquismo, el régimen dejaba bien pocos respiraderos abiertos al ejercicio libre del periodismo, por no decir ninguno; tan sólo en el territorio de lo local se vislumbraban algunas rendijas por las que, en aquel tiempo, aprovechábamos hasta el límite para llevar a las páginas de INFORMACIÓN la realidad plural de una sociedad, la alicantina, que empujaba ya los cerrojos avizorando un tiempo nuevo.

Cierto es que aquellos atrevimientos nos procuraron más de un mamporro pero no lo es menos que sirvieron para reforzar y ensanchar el compromiso del periódico con sus lectores y el reconocimiento de una provincia hacia una cabecera que profundizaba en su identidad y hacía bandera de ella. La permanencia de ésta a lo largo de tan prolongado lapso de tiempo desvela, con rotundidad, la identificación de un medio de comunicación con la columna vertebral de una sociedad que se reconoce en ella.

Tan sólo el recuerdo -que no la nostalgia- permanece de aquellos años evocados. La espectacular evolución de la sociedad española compartió recorrido con la de los medios de comunicación, un recorrido que en los últimos años ha sido vertiginoso. Esta transformación, como es lógico, la ha experimentado este periódico que a la mitad de los ochenta recibió el impulso definitivo con la llegada a la propiedad de Javier Moll, cuyo coraje como empresario y editor potenció y aceleró con fuerza la trayectoria de INFORMACIÓN dotándolo de los medios técnicos que apuntaban ya al siglo XXI y haciendo suyo el compromiso de la cabecera con los intereses y aspiraciones de esta provincia.

Ya no quedan linotipias ni se oye en las redacciones el teclear de las Olivetti. El periodismo llega a los ciudadanos a través de múltiples plataformas en un proceso renovador que va bien explicado en estas mismas páginas de hoy. El periódico de papel tiene como acompañante el diario digital que dota de una inmediatez vertiginosa a la transmisión de la información. Ambas plataformas conviven y se complementan en un emparejamiento en claro provecho de los lectores y lo cierto es que aún no está señalado el fin de esta convivencia a pesar de tanto profeta oscuro.

Pero, en cualquier caso, no hay por qué acompañar con recelo el progreso formidable de lo digital porque la esencia de su objetivo sigue siendo responder a las exigencias de comunicación de la sociedad de este siglo, es decir, seguir haciendo periodismo. Y en ese extraordinario amanecer están comprometidos INFORMACIÓN, Prensa Ibérica y sus valiosos equipos profesionales, herederos de los que, hace tiempo, comenzaron a construir el prestigio de una cabecera y su intensa relación con la provincia.

No hay, por tanto, motivos para la nostalgia porque, en realidad esto no ha hecho más que empezar, como hacemos en los periódicos cada día, ideando el periódico del día siguiente.