Ser gitanas, estar cursando segundo de bachillerato con expedientes de notable y tener la convicción de querer llegar a la Universidad aún convierte a Herminia Rodríguez y Verónica Rodríguez en dos casos excepcionales pese a estar a punto de superar la primera década del siglo XXI. Estas jóvenes de 17 años que viven en el barrio del Ravalet de Mutxamel a donde emigraron sus familias desde Granada, constatan que las cosas cambian si uno se empeña y que, aunque muy despacio, algunos de los tópicos que rodean a esta etnia -a la que están muy orgullosas de pertenecer- se empiezan a desvanecer. El trabajo no es sólo suyo. Han conseguido romper una dinámica que, aún hoy, parece imbatible gracias a unos padres que han ido aprendiendo con ellas que la educación es esencial para lograr las metas que uno se marque. Además, el trabajo de la mayoría de profesores y educadores que han tenido la suerte de encontrarse en el camino -también recuerdan a alguno que les dijo que no iban a ser capaces- ha sido definitivo para que hoy sean un ejemplo de integración a seguir para otros muchos niños y jóvenes como los que ayudan en el Casal del Ravalet (centro social), donde ellas llevan recibiendo apoyo desde hace unos nueve años.

Pese al interés que puedan despertar, Verónica -que reconoce que desde pequeña se ha rodeado de "gente más abierta"- asegura que no ha hecho nada del otro mundo, "sólo estudio, aunque algunos se sorprendan de que aún sigamos".

Fuerte unión

La profunda amistad que las une -también suelen salir juntas con otros amigos gitanos- les ha ayudado a superar muchas dificultades. "Es muy difícil hacerlo sola porque en nuestra cultura la mujer tiene un papel muy difícil", explica Verónica.

Herminia -con su padre en el paro y su madre cuidando niños- pertenece a un núcleo con costumbres "más de otra época" como ella misma califica en las que una mujer, a su edad, ya tendría que estar casada y cuidando hijos. De hecho, comenta que sus tíos por parte de padre siempre le preguntan por este asunto.

Mientras llega esa etapa, Herminia tiene claro que su camino pasa por la Universidad, concretamente en Magisterio Infantil. Ahora imparte clases por la tarde y en el casal, al que siguen acudiendo, hacen los deberes y ayudan a niños para evitar que acaben abandonando los estudios. Herminia tiene clavada una espinita con uno de sus hermanos pequeños al que insistió en que no dejara el colegio "porque vale más que yo, pero no me hizo caso". La mayoría de los chavales gitanos que conoce no tiene el graduado y acaban en la construcción, agricultura o la limpieza.

Verónica -su padre trabaja en la construcción y su madre es recolectora de tomates- es la menor de cinco hermanos y como Herminia ha conseguido becas del Ministerio de Educación. Aún se debate entre si estudiará Psicología o también Magisterio como su amiga. Sus hermanas mayores se casaron con 20 y 21 años y la tercera que dejó de estudiar ahora se está planteando hacer el acceso para mayores de 25 años. "No tuvo la suerte que nosotras. Tenía el apoyo de mis padres pero siempre había algún profesor que le decía que adónde iba", subraya.

Cansadas de prejuicios

Un poco harta de los tópicos que sobrevuelan el mundo gitano, Verónica comenta que alguna vez aún tiene que explicar que no vive en una chabola, sabe escribir y no tiene ni idea de cantar ni bailar flamenco. "Parece que una gitana, o es mala o tiene que ser artista. Nosotros hacemos lo que vemos pero, si te dan la oportunidad, también eliges" afirma muy segura de adónde quiere ir.

En el colegio y el instituto, sin embargo, no recuerdan haberse sentido discriminadas. De hecho, en el IES L'Alluser de los 440 alumnos inscritos un 20% son gitanos, si bien la mayoría están cursando ciclos formativos. Sin embargo, "los que vienen por detrás tienen buena pinta", asegura Tono García, profesor de Inglés del instituto, quien junto con Jesús Berenguer, jefe de estudios del centro, se han involucrado del todo en la formación de ambas jóvenes.

Colaboradoras en el Casal del Ravalet y voluntarias en el hospital

Verónica y Herminia se han convertido en un referente en la comunidad gitana de Mutxamel. Ayudan a otros niños con problemas de integración en el Casal del Ravalet y también han participado como voluntarias en el programa "Humaniza" del Hospital de San Juan. La fuerza de ambas les ha llevado a plantearse, incluso, la creación de una asociación de ámbito social y cultural "pero no sólo para gitanos", advierten. En estos últimos nueve años, Inma Calpena, una de las educadoras del Casal del Ravalet ha estado muy cerca de ambas jóvenes. Inma les ha animado a seguir estudiando pero también a ampliar sus miras. Ella fue la principal "culpable" de que este mismo año, en abril, ambas jóvenes viajaran por primera vez al extranjero, a Londres, con el resto de la clase. Convenció a los padres y se marcharon, pero a la vuelta les esperaban las cenizas del volcán islandés que pusieron en jaque al transporte mundial. Aún así, mereció la pena.