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os empresarios de la Costa Blanca que han cerrado en Fitur contratos por encima de los 25 millones de euros para este año y que venían ya de buenos niveles de ocupación y facturación en 2007, difícilmente estarán a estas horas muy pendientes de las decisiones que se puedan tomar en Estados Unidos para combatir el efecto de las hipotecas basura. La feria de Madrid, la segunda más importante del mundo, cierra hoy sus puertas con un balance positivo a tenor de lo que han transmitido unos y otros desde los pasillos de los estands, pero con el estrés propio que provoca el desconocer cómo se comportará un mercado clave y estratégico para la provincia como es el español.

Lejos de las visiones megaoptimistas de los políticos y cargos públicos, y lejos del dictamen todavía más generoso del presidente Francisco Camps -Alicante es ya técnicamente la cuarta provincia de España en población- al vincular el crecimiento demográfico con los atractivos de Terra Mítica, la Copa del América o la todavía llena de incógnitas Volvo Ocean Race, la pregunta que todo el mundo se hacía en Fitur era la siguiente: ¿Crisis o psicosis turística, en qué estamos?

Lo cierto es que los datos no son malos. Sin embargo, los veintitrés millones de turistas -incluidos los autóctonos- en la Comunidad Valenciana y las más de cien millones de pernoctaciones turísticas -eso sí 85 millones de las mismas ilegales o, al menos, sin que la Administración se entere- no deben servir ni para amortiguar las carencias estructurales que sacuden al sector. Faltas tan concretas como el que no haya una conexión rápida y asequible entre el aeropuerto y el centro de la ciudad o el resto de la provincia. Algo se podría aprender de la asistencia a Fitur. Veinte minutos de metro entre la T-4 de Barajas y la Plaza de Castilla de Madrid por dos euros. Esos mismos veinte minutos de taxi -al autobús ni se le espera- desde El Altet al centro de Alicante, veinte euros. Algo que podrían comprobar los cargos públicos que van a Fitur si no utilizaran tanto coche oficial.

El empresario benidormí José María Caballé volvió a poner el dedo en la llaga el pasado domingo en una entrevista en este periódico. El industrial, "el único que lo puede decir", como se autojustificaban muchos colegas del hotelero en Fitur, venía a exigir lo que llevan reclamando él mismo y el sector desde hace veinte años y que sigue siendo la asignatura pendiente de la Costa Blanca para convertirse en un destino puntero: que la Administración se ocupe de las infraestructuras y que deje a la iniciativa privada ocuparse de los turistas. No le falta razón al principal industrial hotelero de la Comunidad Valenciana.

En pleno siglo XXI y sin cuestionar para nada la construcción de un circuito urbano en Valencia para acoger una prueba de Fórmula I, la Costa Blanca no puede estar pendiente de que la luz se vaya en cualquier momento porque hayan llovido cuatro gotas, sople el viento con más fuerza, haga mucho calor y, por ende, se enciendan a la vez los aparatos de aire acondicionado o, sencillamente, porque Benidorm pasa de cien mil a trescientos mil habitantes en unas horas en el mismo fin de semana. Un servicio que aunque lo gestione una empresa privada debe ser tutelado por una Administración que no ha hecho los deberes.

Las playas deben estar limpias y ser seguras durante todo el año -algo en lo que sí se ha avanzado- y sus elementos lúdicos al servicio de los turistas, cosa que ocurre en muy pocos municipios y, por otro lado, el Consell debe resolver de una vez por todas el problema del alojamiento irregular. Una regulación complicada y difícil cuya existencia está lastrando las cuentas de resultados de los empresarios que cumplen y soportan las inspecciones, cada día más severas, de la misma Administración que no persigue a los ilegales. Camps proclamó ufano en Fitur que Alicante era ya técnicamente la cuarta provincia de España en población superando a Sevilla. También lo es en oferta ilegal, una práctica que no supo erradicar el PSOE cuando gobernó, ni el PP en los últimos trece años.

Éstos son los temas capitales que siguen sin resolverse en una provincia que, pese a todo, es el primer destino español y donde los empresarios, en particular los hoteleros, hace tiempo que aprobaron con nota la asignatura de la calidad a precios razonables. El reto, no obstante, sigue siendo la diversificación, ser diferentes al resto. Sólo así, la Costa Blanca seguirá siendo lo que tanto ha costado conseguir: ser el primer destino turístico de la península.