Cada vez que el PP ha tenido que elegir entre el sentido de Estado y el interés partidista, ha escogido esto último. Entre las muchas desgracias que este país padece por culpa de su actual clase política, esta última es una de las peores. Mariano Rajoy volvió a demostrar que esa perversión sigue vigente en su actuación, incluso ahora, después de tanta inutilidad como ha demostrado su Gobierno en el manejo del denominado «procés». Que el independentismo catalán sea repudiable no implica que el Ejecutivo no haya actuado con una suprema irresponsabilidad todo el tiempo. Ahora, otra vez buscando el beneficio de sus siglas en vez del interés general, Rajoy dio pruebas ayer de que no le va a temblar el pulso a la hora de convertir la Comunitat Valenciana en una nueva Cataluña. Es la estrategia que acordaron en la comida que celebró en Alicante con Bonig, Sánchez y Císcar hace un trimestre y que se contó aquí: la de exagerar las acciones del Bloc para hacer pasar al Gobierno del Botànic por un discípulo aventajado de Puigdemont y sus acólitos. Pero se equivoca. Que las políticas impulsadas por el Bloc generen rechazo no implica que a los valencianos nos use el PP como a menores de edad.