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Juan R. Gil

Cuidado con el oso, que abraza

Mariano Rajoy se convirtió ayer en el primer presidente del Gobierno que visita el Ayuntamiento de Alicante. Una firma, la suya en el Libro de Honor del Consistorio, respetable, desde luego, pero inmerecida, puesto que no vino a saber qué necesita esta ciudad, sino a escenificar que toma posesión de ella. De nuevo.

Comprendo que al alcalde Barcala no le queda más remedio que pasar por estos tragos. Pero estoy convencido de que en su fuero interno no se equivocará; de que sabe que cosas así no sólo no le benefician, sino que le perjudican. Las siglas del PP son hoy en día, al menos en la Comunitat Valenciana, más un peso muerto que una ayuda; y una foto con Rajoy no es precisamente un trofeo que pasear por las redes sociales: es de las que subes con la esperanza de que pase desapercibida.

Barcala está en una situación que requiere de mucha habilidad para su manejo. Se ha convertido en el prota de una película en la que sus compañeros de partido no querían participar (recuerden cuando decían que sólo asumirían el gobierno de Alicante «por imperativo legal»), pero en la que, una vez visionada, ahora resulta que todos son los productores. Sin las siglas del PP, Barcala no llegaría demasiado lejos (ni él, ni ninguno de los que han sido alcaldes antes que él: no es una cuestión personal, sino de las dinámicas políticas que actúan en la ciudad de Alicante en elecciones); pero como esas mismas siglas que necesita se le impongan de tal manera que le tapen, entonces está perdido. Ni contigo ni sin ti, en resumen.

El nuevo alcalde lo es porque una tránsfuga, con su voto en blanco, cambió el sentido de lo expresado por los ciudadanos en las urnas en 2015, un resultado ajustado a pesar de todos los escándalos que ya habían marcado la vida política pero que dio a la derecha (englobando en ella a Ciudadanos) 14 concejales, y a la izquierda 15, uno más. Del fracaso de esa izquierda gobernando, del que nace la degeneración que creó el clima propicio para ese voto en blanco, no hace falta escribir más, ya está todo dicho. En todo caso, las maniobras del PP ayer para evitar la imagen de Rajoy estrechando la mano de Nerea Belmonte debió dejarle claro a esta última la oportunidad de rehabilitarse que perdió el día que cambió la voluntad popular sin explicar siquiera por qué lo hacía. Les ahorro la cita histórica que tienen todos ustedes en estos momentos en la cabeza. Roma y bla, bla, bla.

Pero Barcala también es alcalde porque, en contra de lo que su propio partido quería, tomó decisiones arriesgadas y le salieron bien. Él fue el que llevó a Echávarri a los tribunales por el fraccionamiento de los contratos de Comercio, decisión que supuso el principio del fin del mandatario socialista. Podía haberle salido el tiro por la culata y le hubieran enterrado. Podía haber jugado mal sus cartas, haberse enzarzado en una pelea de gallos cuando Echávarri reaccionó vengándose de forma infantil de él en la persona de su cuñada, pero no entró al trapo, dejando que el ya exalcalde se precipitara él solo por el barranco. Él fue el que decidió, en contra de la opinión de propios y extraños, no dar la batalla por la presidencia local del partido y tragarse la humillación de que José Císcar le ninguneara. Y también el que empezó a preparar un plan de gobierno para Alicante por si acaso sonaba una flauta en la que nadie en el PP creía. Tan es así que este Mariano Rajoy que ayer se enseñoreó del Ayuntamiento, cuando vino hace un trimestre a conmemorar, tarde y mal, el aniversario del aeropuerto se llevó a comer a Isabel Bonig, a César Sánchez y al ya citado Císcar. Al que no invitaron fue a Barcala. Gran ojo el del presidente del Gobierno y el de los que le informan: ahora resulta que Barcala preside la tercera ciudad más importante que en toda España gobierna el PP, tras Málaga y Murcia. Como el propio jefe del Ejecutivo admitió este sábado, con su peculiar forma gallega de confirmar al presidente del Consistorio como próximo candidato del PP al mismo tiempo que salía del lapsus de unos segundos en los que no se acordó de su nombre, Barcala ya «se llama alcalde», mientras que Bonig y los demás aún se llaman eso: Bonig y los demás. Así que este sábado volvió a haber comida. Con los mismos comensales. Más uno, claro. Esta vez sí fue invitado a sentarse en la mesa camilla el flamante alcalde.

Barcala sabe que en el año que le queda por delante no puede hacer grandes cosas. Tiene dinero, sobre todo procedente del remanente que dejó sin gastar el tripartito, prueba irrefutable de que las denuncias sobre la parálisis a la que estaba siendo sometida la ciudad eran ciertas. Lo que no tiene es tiempo. Pero esa falta de tiempo tampoco le puede llevar a no ser ambicioso. Su mandato es verdad que se cubre simplemente con poner orden en casa, asearla y no dar tres cuartos al pregonero. Mucho gesto, mucha paz y muchas pequeñas cosas. Pero también, si quiere tener algún futuro más allá de 2019, está obligado a pergeñar un proyecto para Alicante que vaya más allá de las próximas elecciones. Explicarle a los ciudadanos a dónde quiere ir, aunque el camino sólo pueda empezarse a andar, y convencerles de que ese camino es el bueno.

En las escasas dos semanas y pico que lleva presidiendo el Ayuntamiento, Barcala ha construido ya el aparato de comunicación más potente que ha tenido ningún alcalde, no por cantidad sino por calidad. Un arma formidable en una provincia donde las instituciones gastan en gabinetes de Prensa lo que no hay en los escritos, pero luego, o no ponen a trabajar en ellos a profesionales con experiencia cierta o, si por equivocación lo hacen, les maniatan desde el primer minuto, sin dejarles hacer su trabajo.

Tiene por tanto las ideas claras, tiene recursos, tiene infraestructura bien pensada para trasladar lo que haga. Pero lo último que le interesa, a él y a esta ciudad, es que lo utilicen como ariete contra el resto de administraciones, en lugar de dejarle hacer la política que le convenga a Alicante, que es la única que está obligado a defender. Contra lo que dice Isabel Bonig, Alicante no es el lugar donde empieza ninguna «reconquista». Lo que es es una ciudad que necesita encontrar su lugar en el mundo. Así que bien está que el presidente del Gobierno venga de visita, pero esperemos que el nuevo alcalde sepa mantener el oso a distancia. Porque suelen dar abrazos letales.

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