«No somos víctimas, somos supervivientes, todas las que hemos sufrido malos tratos lo somos, incluso las que aún no saben que lo son y siguen conviviendo con su maltratador. Nos tenemos que quitar la etiqueta de víctima porque de esto se sale». María Martínez, nombre ficticio, narró ayer su experiencia en el marco de unas jornadas sobre violencia de género celebradas en la Universidad de Alicante.

Allí narró su historia ante estudiantes de Derecho, una historia que sucedió hace más de 20 años pero que todavía le impide mostrar su rostro ante la cámara por miedo a que su expareja la pueda localizar.

«Lo mío fue de lo más normal. Chico conoce chica, se enamoran y ella se queda embarazada. Yo tenía claro que era el hombre de mi vida, pero empezaron a suceder cosas», afirma María, que deja en suspenso esas «cosas» para rehacerse y contar que sufrió «dos palizas muy gordas» durante los dos años que convivió con su agresor. «Al final me fui tras una bofetada, pero es que ahí juega un papel muy importante el miedo. Hasta que el miedo a quedarte no supera el miedo a marcharte no te pones en marcha», explica. En su caso además se sumaba el miedo de pensar qué ocurriría con su bebé si se iba. «Económicamente ya teníamos problemas porque resultó que el dinero que entraba en casa se lo metía por la nariz, además de llegar borracho con frecuencia», continúa. Ante tal panorama y con la autoestima tocada María decidió prepararse una oposición municipal que se sacó, lo que le dio confianza, aunque no pudo tomar posesión de su plaza porque una noche tras la citada bofetada decidió pedir ayuda a su vecina, «que escuchaba lo que ocurría y siempre me decía que no me lo comiera sola que ella me ayudaba». «Tras el bofetón cogí al niño y el DNI y subí a su casa. Como ya sabía que en algún momento me iría siempre llevaba encima los partes médicos, otros papeles y algo de dinero», indica. De casa de su vecina fueron al cuartel de la Guardia Civil. «Allí me ayudaron, casi que me estaban esperando porque yo ya había acudido a Servicios Sociales y en el pueblo se sabía. Hace 20 años la ley no era como ahora y el que estaba al mando me asesoró para que pudiera irme sin que me acusaran de abandono de hogar. Retuvo al padre de mi hijo el tiempo suficiente para que yo recogiera ropa y las cosas del niño antes de iniciar el plan de fuga», relata María. Este plan la llevó a ella y a su hijo a una casa de acogida, donde estuvieron varios meses hasta que encontró trabajo en otro lugar. «Hubo gente que me ayudó y gente que no, es muy importante dar con gente en la Guardia Civil, entre los médicos y los jueces con sentido común», afirma. María recomendó a los estudiantes que estuvieran alerta con sus amigas para evitar que acaben con un maltratador.

«Ahora las leyes han mejorado y creo que son suficientes, lo que falta a veces es que los jueces las interpreten con sentido común», añade. Durante las jornadas María asentía cuando la juez de Violencia de Género de Orihuela, Joaquina de la Peña, aseguraba que en muchas ocasiones se encontraba en el juzgado con mujeres que «lo único que quieren es vivir tranquilas, sin pensar en si su agresor va o no a la cárcel». «A mí no me interesa si los maltratadores se reinsertan o no o qué pasa con ellos, sólo vivir en paz», apostilla. Y parece haberlo logrado.