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Juan R. Gil

Análisis

Juan R. Gil

Cerrar la úlcera

No hay nada que corra más deprisa que el pasado. Da igual que creas que viajas a la velocidad de la luz; que pienses que has conseguido ocultarte para que pase de largo; que te convenzas de que el tiempo es un aliado que lo borra todo. El pasado siempre te atrapa. Al PP le propinó un brutal puñetazo en mayo de 2015, cuando se dejó diez de los dieciocho concejales que tenía en Alicante y perdió, después de dos décadas de mayorías absolutas, el gobierno de la ciudad. A la izquierda le hizo pagar esta semana todas las contradicciones y las traiciones, todo el despilfarro de ilusiones y energías acumulados durante los tres años en que ha ejercido un poder para el que, si algo ha demostrado, es que no estaba preparada. ¿Y saben lo peor? Que el jueves una tránsfuga torció la voluntad popular expresada en las urnas, pero más allá de la burbuja retroalimentada de las redes sociales partidarias o de los shows de televisión, nadie se ha inmutado. A nadie le ha importado demasiado. Probablemente, porque hace mucho ya que quienes votaron en 2015 por un cambio comprendieron que su voto no sirvió para cambiar nada.

Las teorías conspirativas o las autoprofecías cumplidas sirven ahora de poco. Hay quien ya va diciendo por ahí que nunca se debió propiciar la dimisión de Echávarri, que él ya advirtió de lo que iba a ocurrir, como si no fuera Echávarri, dos veces procesado por la Justicia, el primer culpable con su actuación de lo que ha sucedido y como si la izquierda pudiera seguir permitiéndose el lujo de escupir sobre todos sus principios -aquellos, precisamente, que le dieron 15 concejales en 2015- esperando que el gargajo no le caiga en la cara. La estrategia de los partidos que han perdido el poder en la segunda ciudad de la Comunitat Valenciana, la más importante de las que gobernaba el PSOE, es poner el foco en la tránsfuga Nerea Belmonte y en la posible compra de su voto, para lo que rápidamente se acuñó el término belmontazo, en alusión al tamayazo con el que el PP, valiéndose de dos felones, le hurtó en 2003 el gobierno de Madrid al socialista Rafael Simancas para entronizar tras unas nuevas elecciones a Esperanza Aguirre.

Es una estrategia comprensible, pero convendría que no abusaran de ella. Primero, porque quienes insinúan que la derecha ha comprado el voto de Belmonte parecen querer que olvidemos que ellos mismos fueron los primeros que se avinieron a negociar con la edil un sueldo a cambio de su apoyo. Segundo, porque en la presente situación lo peor que puede hacer la izquierda es llorar por la leche derramada de un cántaro que ella solita rompió. El elector no vota incoherencias. O hay delito y se denuncia o se afrontan los errores y se mira para adelante. Lo demás sólo sirve para que los que tanto se equivocaron repartan culpas intentando justificarse. Para poner más en evidencia el fracaso. Para que el agua siga estancada.

Nerea Belmonte fue la única representante de Podemos en una lista, la de Guanyar, controlada por Esquerra Unida, que se valió de los errores estratégicos del partido de Pablo Iglesias para sacar un resultado jamás soñado y que no se volverá a repetir. En una de las escasas ocasiones en estos tres años en que Miguel Ángel Pavón y Gabriel Echávarri fueron cómplices -porque ambos creyeron que tenían mucho que ganar, cada uno para sí mismo-, Guanyar señaló la pieza, el PSOE le pasó la documentación contra Belmonte al PP y, en cuanto los populares filtraron el caso, Guanyar se apresuró a cortarle la cabeza a su edil. Sin reparar en que entre los dos (Echávarri y Pavón) empezaban a cavar la fosa en la que ha acabado enterrada toda la izquierda, la concejal fue expulsada del gobierno, del grupo y de su partido acusada de adjudicar un contrato menor a personas de su entorno, acusación que, sorprendentemente, no se trasladó, como debería haber ocurrido si tan grave era la irregularidad, a la Fiscalía. La echaron y ella se apropió del acta. A partir de ahí, le dieron más estopa de la que jamás le han propinado a nadie en ese ayuntamiento: ni al otro tránsfuga que se sienta en esa Corporación, Fernando Sepulcre, al que dan tratamiento de señoría, ni a los que supuestamente eran los verdaderos rivales: Ciudadanos y el PP. Al final, es verdad que Belmonte cometió el jueves la mayor ignominia que puede perpetrar un político en democracia: pervertir la voluntad manifestada claramente por los ciudadanos en las elecciones. Teniendo la oportunidad de rehabilitarse, el despecho que ha ido acumulando; la ira contra todos y el asco contra Pavón que, según explicaba en su blog de informacion.es la experta Sonia El Hakim, manifestaba en el pleno con su lenguaje no verbal, la llevó a elegir convertirse en terrorista suicida y activar la bomba que escondía en la papeleta sabiendo que la explosión acabaría con ella pero también con sus antiguos compañeros. Nunca más tendrá carrera política. Pero no por censurable su actuación carece de lógica. Visto lo visto, creo sinceramente que incluso si le hubieran firmado un salario más alto que el de la Alcaldía habría hecho lo mismo, tanto es el odio acumulado durante estos tres años entre los ocupantes del ala izquierda de la Casa Consistorial.

Pero hay que decir más. Obviedades que, pese a serlo, conviene no pasar por alto. La izquierda, si alguna vez desde 2015 gobernó Alicante, hace meses que ya no lo hacía. El tripartito se rompió. Guanyar y Compromís no han perdido ningún gobierno, sencillamente porque ya estaban en la oposición. Quien ha perdido la Alcaldía ha sido el PSOE y lo ha hecho por sus propios pecados, con independencia de que el fracaso sea colectivo, de las tres fuerzas que sumaban 15 votos de 29 tras las elecciones y el jueves sólo lograron 14. Pero el minigobierno estaba exclusivamente integrado por el PSOE. Por un PSOE al que hace demasiado tiempo que cuesta identificarlo en Alicante con nada que se parezca a la izquierda. Con un PSOE dominado por un solo personaje, Ángel Franco, que durante los últimos veinte años ha sumado fiasco tras fiasco y ha minado unas siglas, que si una vez fueron respetables y gobernaron bien la ciudad, a estas alturas resultan irreconocibles y se encuentran en la indigencia.

El secretario general del PSPV y president de la Generalitat, Ximo Puig, viene hoy a reunirse con los suyos. Se equivoca otra vez, como se equivocó permitiendo que Echávarri, entonces apadrinado por Pedro Sánchez, encabezara la candidatura de Alicante. Como se ha estado equivocando todo este tiempo dejando que Franco siga haciendo y deshaciendo a su antojo en la cada día más menguada agrupación de la capital. ¿Qué va a hacer Puig esta mañana? ¿Rasgarse él también la camisa? ¿Y qué mensaje pretende trasladar con eso a la sociedad? ¿Que les han robado la Alcaldía? ¿Es que hay alguien que no sepa que la han perdido ellos solos, que empezaron a perderla al día siguiente de asumirla, usándola como si fuera el anillo de Mordor, no para trabajar por la ciudad sino para dominarla? ¿Es que hay alguien que crea a estas alturas que aquí hubo un gobierno de izquierdas y no una riña tabernaria, Echávarri contra Pavón un día, Pavón contra Echávarri al otro, con Bellido agotado de tanto agacharse para no llevarse de rebote algún bofetón? ¿Es que no sabíamos que, incluso ahora, cuando estaban intentando a la desesperada no perderlo todo, lo estaban haciendo con la faca en la faja, sin fiarse ninguno del otro?

El miércoles por la noche, a pocas horas del pleno de investidura, dirigentes de la izquierda mantuvieron una reunión con un grupo de destacadas personas de Alicante, no militantes pero sí votantes progresistas. El ambiente empezaba a ser sombrío, pero los asistentes a la reunión, me refiero a los que no tenían ningún cargo, no mostraban tampoco una gran preocupación. Uno de ellos lo explicó con una metáfora insuperable: «Mirad: lo que pasa es que en 2015 sentíamos mariposas en el estómago, pero hoy lo único que tenemos es acidez». Si Ximo Puig comprende el calado de la frase, anunciará esta mañana medidas contundentes para regenerar su partido en Alicante. Si no, tendrá más derrotas por las que llorar. Porque las úlceras que no se tratan siempre te acaban matando.

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