Si han leído la rigurosa y amplia entrevista que Carolina Pascual publicó ayer en estas páginas con el nuevo alcalde de Alicante les habrá llamado la atención el empeño que Luis Barcala pone en dejar claro que el PP no ha hecho nada por recuperar el gobierno y que, si ha vuelto a él, es por imperativo legal. Pues empezamos bien el cuento. Que sea cierto, que el PP no haya ganado la Alcaldía sino que la izquierda y la legislación se la hayan devuelto tres años después de perderla, no quiere decir que los ciudadanos no tengan derecho a recibir un mensaje más ilusionante y menos melindroso.

Es verdad que para las elecciones sólo queda un año. Poco tiempo para hacer nada. Y también -y en eso hay que aplaudirle a Barcala su sinceridad en la entrevista- que se ha sustituido el minigobierno de seis por un minigobierno de ocho. E igualmente es cierto que Barcala no cuenta con demasiados mimbres. Su «mujer fuerte» -titular horrendo, pero descriptivo que colocó ayer este medio en su web- en el nuevo Ejecutivo es en sí misma una paradoja: joven en edad pero veterana en política, a pesar de llevar tantos años en cargos esta va a ser la primera vez que Mari Carmen de España, concejal de Urbanismo, Vivienda, Turismo, Educación y unas cuantas cosas más tenga que trabajar, con lo que es toda una incógnita. El PP, en todo caso, se la juega a Barcala. Y Barcala se lo juega todo a ser capaz de algo tan aparentemente sencillo como realmente complicado: estabilizar esta ciudad, serenarla, reestablecer el diálogo con sus colectivos, que el Ayuntamiento deje de ser, como él mismo dijo en su primer discurso, un problema para los alicantinos. Hay dos barcalas: el que va de tipo duro y altivo que hemos conocido en otras épocas, y el político normal y dialogante que hemos visto últimamente. ¿Cuál es el de verdad y cuál el avatar? De la respuesta que obtengamos en los próximos meses dependerá su futuro y el del PP.