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Juan R. Gil

La política desquiciada

Mañana lunes debería registrarse en el Ayuntamiento de Alicante la renuncia de Gabriel Echávarri a su acta de concejal y ponerse en marcha con ello el mecanismo legal para relevarle en la Alcaldía. Se corregirá así un desatino, el de que alguien de su perfil llegara a ocupar la más alta magistratura de la segunda ciudad de esta Comunidad, pero eso no resolverá la situación de absoluto desquicie en la que se encuentra la política en este territorio, donde lejos de ser motor de avance es, desde hace demasiado tiempo, un peso muerto. El mandato de cuatro años para el que esta Corporación fue elegida está, pase lo que pase, finiquitado antes de cumplirse tres.

Lo peor es que el PSOE ha perdido de nuevo la oportunidad de poner orden en su casa. Podría haber aprovechado la salida de Echávarri para haber hecho el único despido de verdad procedente que necesita: el de Ángel Franco. Podría haber buscado ya un candidato a la Alcaldía para las próximas elecciones con atractivo, prestigio y desligado de la banda que ha secuestrado la organización durante las últimas dos décadas, dejando claro que Eva Montesinos sólo será un ínterin, y haber nombrado entre medias una gestora, no tanto para dirigir el partido como para desmontar su viciada estructura. No sé por qué le tiene tanto pavor la cúpula socialista a las gestoras. No siempre han sido malas. La que encabezó García Miralles en Alicante, por ejemplo, fue un bálsamo que a punto estuvo de lograr el renacimiento de los socialistas. El constructor Enrique Ortiz, que veía peligrar sus planes para Rabasa, maniobró para impedirlo y lo logró.

En lugar de eso, lo que la dirección del PSPV-PSOE ha permitido, tanto en Valencia como en Madrid, es otra vez un enjuague. Hay una nueva ejecutiva, votada mayoritariamente en una asamblea con una asistencia penosa, ejecutiva básicamente dividida entre quienes buscan colocación y unos cuantos personajes rescatados del Nodo, varios de ellos con un pasado turbio que más pronto que tarde ocupará páginas empañándolo otra vez todo. Nadie con dos dedos de frente va a acercarse a ese agujero negro, así que entre lo que ya ha pasado y lo que está por venir, el futuro electoral de los socialistas en Alicante, renueven o no ahora la Alcaldía tras la marcha de Echávarri, es un carro rodando pendiente abajo. Y eso, sin contar los ajustes de cuentas propios de ese partido, que siempre parece tener hambre atrasada. El que fue secretario de Organización socialista, Gabriel Moreno, comparecía en estas páginas ayer mismo para denunciar que cuando él llegó al cargo, hace unos años, por la sede se movían «fajos de billetes», que la campaña de Etelvina Andreu estuvo dopada con dinero opaco y que, en frase tan descriptiva que no tiene precio, hasta encontraron condones caducados de tanto merchandasing que llegaron a acumular para nada. No dudo de que fuera así, la pregunta es por qué no denunció a la Fiscalía Moreno todo eso con lo que dice que se encontró entonces ni puso en conocimiento del Ministerio Público esas llamadas en la que le ofrecían dinero o esas insinuaciones de que no había que ser «puro» procedentes, según él, de los hombres de Ángel Franco.

Si fuera sólo el PSOE el que se encuentra en situación precaria, la cuestión no sería desesperada. Pero son todos los partidos, aquí y en Valencia, los que tienen graves problemas a las puertas de otro año electoral decisivo. La filtración de que se investiga judicialmente al mismo PSOE y al Bloc, el principal de los partidos que forman la coalición Compromís, por la financiación de la campaña electoral de 2007, ha provocado un movimiento telúrico de mayor intensidad de la que parece. Apunta directamente, por un lado, a la vieja guardia socialista y, por otro, ha desatado también las vendettas pendientes en Compromís. En cuanto a los primeros, emplaza al president Puig a actuar con contundencia, hayan prescrito o no los casos denunciados y aunque personalmente no le afecten, para preservar su imagen. Respecto a los segundos, exacerba la descarnada guerra que dentro de la coalición venían librando ya Iniciativa y el Bloc, además de agravar los enfrentamientos en el seno de los propios nacionalistas. Todo ello, cuando se acerca el momento de tomar una de esas decisiones donde una fuerza política se juega el resto a cara a cruz: la de intentar un apaño para acudir con Podemos a las comicios -opción que defiende desde Iniciativa Mónica Oltra- o presentarse en solitario, que es lo que quiere el Bloc. El presidente de las Corts, Enric Morera, está amortizado pero Compromís, cuya cohesión siempre ha estado cogida por los pelos, corre el riesgo cierto de romperse como coalición.

Todo esto da aire a Podemos, que estaba de capa caida. Pero los de Estañ siguen siendo una incógnita en cuanto a sus expectativas electorales y su estrategia política, tanto en la Comunidad en general como en Alicante en particular. Podemos continúa vegetando aquí como un partido irrelevante, del que no se sabe cuál será su banderín de enganche para conservar el capazo de votos que recibió en 2015, después de haberse apoltronado en las Cortes y haber desaparecido de las principales ciudades: Alicante, Elche o València (ahí es nada) son ejemplo de lo que digo.

En la derecha, las contradicciones son del mismo o mayor calado. El PP se ha convertido en ese circo cuyos dueños comprueban con estupor cada mañana cómo los enanos aspiran a jugar la NBA. La filtración de la investigación sobre la presunta financiación ilegal de campañas del PSPV y el Bloc en la década pasada fue obra de José Císcar, con muchos reparos por parte de Isabel Bonig, que no las tenía todas consigo. ¿Por qué? Porque esa investigación también puede tener una parte que les afecte a ellos y porque, en el fondo, en estos momentos hablar de campañas dopadas, da igual de qué partido hablemos, siempre acaba de una u otra manera poniendo en un brete al propio PP: simplemente, era el partido más importante en el ancien régime y, por tanto, en todas y cada una de las campañas es el que hay que suponer que más recibió, dentro de un sistema perverso en el que los especuladores ponían huevos en todos los nidos. Pero es que, además, en la casa de los populares las «alegrías» duran poco. Ya puedes desgañitarte denunciando prácticas irregulares de los demás, que cuando no te sale una Cifuentes te aparece un Montoro con otros presupuestos dignos, por lo que toca a la Comunidad Valenciana y especialmente a Alicante, de ser llevados al juzgado en forma de denuncia por malos tratos. Y vuelta a empezar. La sensación de partido agotado, que necesita todavía de años en la oposición para regenerarse, es asfixiante hasta para ellos mismos.

Aparentemente, la situación tiene un claro beneficiario: Ciudadanos. Un partido que crece y crece por tener las manos libres de pasado. El problema es que el gigante se erige sobre pies de barro. No hay estructura ni líderes en la Comunidad Valenciana. Puede que no tengan antecedentes, pero tampoco han construido un presente. Y habrá que empezar a contar las cosas tal y como ahora son: no es Mariano Rajoy el que discrimina a la Comunidad Valenciana en las inversiones y el gasto por habitante, relegándola a la cola. Es Mariano Rajoy, sí, pero con Albert Rivera, que apoya esos presupuestos. ¿Han oido decir algo a los portavoces de Ciudadanos aquí? Ni siquiera hacen el esfuerzo de explicarse. Quieren vencer en las elecciones sin dejarse ver. Ganar sin estar. De momento, la jugada les está saliendo: se llevan votos de todos, no sólo del PP, según las encuestas. Y sobre todo, están captando electores del PSOE en mucha mayor medida de lo que cabía esperar. Pero para las votaciones falta un año, un plazo más que suficiente para ponerles la lupa encima. A lo mejor si lo hacemos nos encontramos con que el flamante partido es el más achacoso de todos.

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