«A una voz a la cintura, y luego al cielo con él». La orden del capataz de El Descendimiento, un trono con seis imágenes y 2.000 kilos, tuvo una respuesta uniforme, pues rápido lo alzaron los costaleros del paso que cerraba la procesión de Santa Cruz. Ya habían salido para entonces los otros tres -El Cautivo, El Gitano y la Virgen de los Dolores- en una tarde muy cálida que provocó la invasión de público en cualquier rincón del Casco Antiguo por donde asomaban recortadas las imágenes. Era el momento del «rey», como llaman en Santa Cruz a este paso tan llamativo. Más tarde se escucharía desde los balcones una saeta con una famosa estrofa: ¿Por qué te llaman Descendimiento si tú eres el rey de este barrio y todo el mundo te ama?».

No fue fácil la salida del paso por sus grandes dimensiones. «¡Quietos! ¡Al suelo!», se desgañitaba el capataz dando órdenes. Con una última: «un centímetro a la derecha, suave, de izquierda a derecha para no dañar las flores», dijo, refiriéndose a los más de mil claveles blancos del trono. Y faltaba una maniobra más, puesto que El Descendimiento se saca a ras de suelo de la ermita sin la cruz pues no cabe. Ya fuera, un costalero ascendió por las escaleras que hay tras el Cristo para insertarla.

Muy emotiva fue la salida de la Virgen de los Dolores, portada íntegramente por costaleras. Las chicas han estado meses ensayando el compás de los dos bailes que realizaron con el trono, de 1.200 kilos, uno en la plaza de San Cristóbal y otro en la Carrera Oficial. Fue sólo tocar las andas y a algunas las lágrimas les rodaban por la cara. Se tomaron una foto de grupo con la imagen antes de salir, respiraron, cargaron y triunfaron. Como todos los costaleros de Santa Cruz con su ímprobo esfuerzo, empujándose a veces contra las paredes para no caer, por la estrechez e inclinación de las calles.

Apretaba aún el sol cuando arrancó la procesión con El Cautivo, un Cristo de Medinaceli con la melena al viento y una elegante túnica morada sobre un monte de flores rojas, estrenando potencias y corona de espinas. Pero si hay una imagen que despierta devoción es el Cristo de la Fe, «El Gitano», que se erige sobre un lecho de claveles formando la rojigualda. Restaurado en 2017, muchos aprovecharon para «robarle» algún clavel o rozar la cruz en una procesión con 1.500 cofrades y nazarenos, cinco bandas de música, penitentes con promesas y autoridades que se alarga más de cinco horas y que regresa de madrugada a lo alto de la ermita a la carrera.