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Juan R. Gil

Continuamos para bingo

La moción de censura que el PP anunció el viernes contra Gabriel Echávarri no tiene, lógicamente, la finalidad de prosperar y sumar los 15 votos que harían falta para arrebatarle el puesto al alcalde. Es, en ese sentido, una moción de censura instrumental, con cuyo amago los populares pretenden, de un lado, avivar el incendio que está devorando a la izquierda en Alicante y, de otro, meter presión a ese grupo municipal sordo, ciego y mudo que se hace llamar Ciudadanos, al que cada vez que obligan a retratarse sale descolocado en la foto: le preguntan por el Ayuntamiento y responde con la Diputación. El PP, aunque sólo disponga de ocho ediles, no deja de ser la fuerza con más concejales y la más votada en las elecciones, luego tiene la responsabilidad de mantener la iniciativa política en cualquier circunstancia, cuanto más en medio del guirigay que estamos viviendo.

Es lo que han hecho y lo han hecho bien. Porque si alguna ventaja tiene el PP en esta situación de ingobernabilidad que soportamos en Alicante es que se ha quedado como el único partido con libertad de actuar. A todos los demás, de una forma u otra, los tiene atrapados el alcalde, presos del pecado original de haber puesto al frente de la ciudad a alguien claramente incapaz de asumir tal responsabilidad. Porque Echávarri -si se han olvidado no sufran ahora un pasmo cuando se lo recuerde- es el alcalde investido con más votos a favor de la historia: 21 de 29. Resulta sonrojante ver algún comunicado de estos últimos días del todavía portavoz de Guanyar refiriéndose a él como «excandidato de Unión Valenciana». Bien poco le importó a Miguel Ángel Pavón ese pasado de Echávarri cuando pactó con él a cambio de quedarse con la vicealcaldía y las competencias de Urbanismo. Pero bienvenido sea que reconozca ahora que dio su voto a un alcalde de derechas a sabiendas. Como también se lo dieron Compromís y Ciudadanos, estos últimos, además, gratis et amore.

No se dejen engañar por sus habituales dramatizaciones. Echávarri se irá. Se está yendo. Hace dos lunes, declaraba a este periódico que seguiría de alcalde hasta el final del mandato y repetiría como candidato; el lunes pasado ya admitió que renunciará a la Alcaldía tras haberse echado a un lado también en la secretaría general socialista; y ahora lo único que hace es enredar con exigencias fuera de todo raciocinio, como la de designar sucesora (no hacía falta: fue la segunda en la lista y la ley la impone como candidata de no mediar renuncia voluntaria, así que cada vez que la nombra no le está haciendo ningún favor, sino todo lo contrario) y hacer firmar a todos los ediles no sé qué documento notarial (sin valor alguno, lo que debería saber alguien que es abogado y fue diputado) para obligarles a votar lo que él quiera. Como si él fuera alcalde por la Gracia de Dios y el Ayuntamiento su cortijo. No funcionan así las cosas en democracia, por fortuna. Será alcaldesa Eva Montesinos si suma 15 votos (en realidad, ya los podría tener, si no fuera por el abrazo del oso que le está dando su mentor) y, si no, no lo será. En todo caso, desde el lunes Echávarri ya está en funciones y lo propio a partir de ahora sería referirse a él como el alcalde saliente.

Las maniobras de Echávarri, seguidas a pie juntillas por quienes están tan abrasados como él (hablo del todavía jefe de su gabinete y portavoz de la ejecutiva socialista de Alicante, Lalo Díez, cuya permanencia en ambos cargos, tras haber sido procesado junto a su protector, es otra incongruencia más), su estrategia, digo, es sencilla: aspira a prolongar su permanencia en la Alcaldía hasta el verano, con la esperanza de que, pasado éste, y a menos ya de un año de las elecciones, nadie vea provecho alguno en conformar un nuevo gobierno y le dejen seguir. No le importan ni el PSOE ni Alicante, y por eso trata de reventar cualquier posible solución para su relevo: el mismo día que Guanyar confirmó que votaría a un candidato socialista, incluida Eva Montesinos, si se producía la renuncia de Echávarri; el mismo en que Compromís dio por enésima vez su visto bueno a la operación, la misma mañana en que eso pasó, Echávarri se desmarcó acusando a ambas fuerzas políticas de no ser de fiar, en un nuevo intento de poner patas arriba toda posibilidad de acuerdo por la izquierda.

El juego, por infantil, tiene escaso recorrido. El alcalde saliente seguirá con él mientras el PSOE -en València y en Madrid- se lo permita, pero el final no cambiará. Imposibilitado para repetir como candidato, procesado, imputado y con dos banquillos esperándole, la cuestión no es a estas alturas si Echávarri seguirá en el cargo, sino qué día va a dejarlo. Es decir, cuánto tiempo va a prolongar su agonía, política y personal, y la de una ciudad que vuelve a estar sin gobierno, perdiendo oportunidades y pendiente sólo de las decisiones que se toman en la plaza del Ayuntamiento, pero no en la acera donde se encuentran las Casas Consistoriales, sino en la de enfrente, donde está el edificio en el que habitan jueces y fiscales. Jueces y fiscales contra los que Echávarri ya ha lanzado sus perros de la guerra para reprocharles perseguir fines espurios con sus resoluciones. Hasta en eso el alcalde saliente está siguiendo el mismo vía crucis que recorrió en su día Sonia Castedo. Por eso, porque esto es un dejà vu, ya sabemos cómo acaba el cuento. Sin perdices.

Alicante está pagando muy caro este vodevil. Pero quien más desgaste está sufriendo con todo esto es el PSOE, cuya marca, tan deteriorada como para haber obtenido en las urnas el mayor varapalo de su historia en 2015, corre el riesgo de no sobrevivir a Echávarri y pasar en las próximas elecciones a la absoluta irrelevancia en la segunda ciudad de la Comunidad (como ya le ocurrió en la primera, València), con las dramáticas consecuencias que ello puede tener para las aspiraciones de los socialistas a seguir presidiendo la Generalitat en la próxima legislatura. «Irse se irá, como muy tarde el día que se firme en el primero de los casos el auto de apertura de juico oral; el problema son los numeritos que en estas semanas nos monte», explicaba en off the record un dirigente socialista, verbalizando el temor con el que se están moviendo en este caso. Un error más, lo de andar con melindrosidades, porque lo que sus electores esperan es que se actúe ya, con contundencia, y pasar página. En este casino enloquecido en que se ha convertido el Ayuntamiento, al alcalde saliente ya le han cantado no una sino dos veces «línea». Más vale que se cante bingo pronto o el PSOE se quedará sin cartones para jugar la próxima partida.

Veinte años repitiendo el error

Dicen los dirigentes socialistas que en Alicante están actuando con prudencia. No. Lo están haciendo con desconocimiento y miedo, que es lo peor que le puede pasar a una organización ante un problema de la magnitud del que aquí les ha estallado. No está habiendo contactos en serio con los otros grupos que deben apoyar un cambio en la Alcaldía, por temor a la reacción tanto de Echávarri como de su padrino, Ángel Franco. En lugar de entender que, si saben jugar las cartas, no sólo tienen la Alcaldía garantizada (Compromís y Guanyar no tienen margen y con Nerea Belmonte, que entró en el Consistorio con ese bloque de izquierda, no sería difícil llegar a un acuerdo), sino que se les abre la oportunidad de iniciar la regeneración del partido con un año por delante para ganarse la credibilidad; en vez de aprovechar esto como palanca de renovación, acabarán dejando de nuevo todo en manos del exsenador, que a cambio de hacer el trabajo sucio de matar a quien él mismo apadrinó, reclamará aún más poder en lo que ya es su patio particular. Reza el tango que veinte años no es nada. Debe ser cierto porque aquí llevan dos décadas repitiendo el mismo error y no escarmientan.

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