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Juan R. Gil

Tic, tac

Mientras Echávarri actúa como un boxeador sonado y la ejecutiva local del PSOE se mofa del partido cerrando filas con él

¿Saben cuál sería el colmo de Alicante? Que el mandato municipal acabara con un tránsfuga como Fernando Sepulcre al frente de la Alcaldía. ¿ Que no? Yo de él, me lo pedía. Total, para lo que queda de estar en el convento...

Miren: los socialistas llevan meses buscando salida a una situación imposible. Como todo el mundo esperaba, la Audiencia Provincial rechazó esta semana el recurso del alcalde Gabriel Echávarri contra su procesamiento en el caso del fraccionamiento de facturas en la concejalía de Comercio, que él mismo dirigía a través de un asesor de confianza, Pedro de Gea. El auto de apertura de juicio oral será lo siguiente que venga y en ese momento ya el PSOE se verá obligado a aplicar sus estatutos o burlarlos. Porque los estatutos que los socialistas se dieron para gobernarse a sí mismos dicen que un cargo tendrá que ser suspendido de militancia y dimitir cuando se llegue a ese punto en un proceso penal. Pues ahí estamos.

Echávarri sigue afirmando, aunque ya no directamente sino por boca de terceros, que no renunciará a la Alcaldía. Pero es un brindis al sol. No sólo los estatutos no le dejan otra a su partido que echarlo si no se va (puede quedarse con el acta, que es suya, pero no puede gobernar él solo el Ayuntamiento), sino que el PSOE no tiene donde apoyarse para mantenerlo: todas las fuerzas políticas, incluso sus socios en el gobierno de la Generalitat, han reclamado su inmediata dimisión. Como un boxeador que después de recibir un directo al mentón trastabilla mientras busca el amparo de las cuerdas, Echávarri ha dado el paso atrás de no intentar la reelección como secretario general del PSOE en Alicante. Es decir, ha tenido que prescindir de su principal blindaje. Pero eso ni siquiera le va a dar el tiempo suficiente para tomar aire: salvo sorpresas que nadie atisba, en próximas fechas recibirá otro varapalo judicial y la segunda imputación que pesa sobre él, por abuso de poder en el despido de una trabajadora para vengarse del portavoz del PP, le encaminará también al banquillo. Recurriendo de nuevo a la imagen del boxeador, sería un segundo puñetazo cuando más indefenso estás, arrodillado en la lona. KO.

El PSOE, donde no cuenta ya con ningún apoyo, ni en Valencia ni en Madrid, no quiere perder la Alcaldía más importante que gobierna en la Comunidad Valenciana. Es lógico. Pero se está jugando en este combate mucho más que eso. Porque en el primero de los casos, el del fraccionamiento, el que ya va directo a juzgarse y obliga a activar unos estatutos que no se hicieron pensando en la corrupción del PP, tontería última con la que nos ha sorprendido una de las dos aspirantes a suceder a Echávarri, Eva Montesinos (la otra sigue siendo Sofía Morales), sino precisamente para hacer valer ante los ciudadanos que el PSOE era más serio y más estricto que el partido de Rajoy; en ese asunto, digo, no sólo está procesado el actual alcalde y su hombre en Comercio, sino también su jefe de gabinete y portavoz del partido en Alicante, Lalo Díez. Y en el segundo, el de la trabajadora echada a la calle en un arrebato, junto con Echávarri está imputado otro concejal socialista, Carlos Giménez. Es decir, todo el partido en Alicante está puesto en riesgo. Y, además, se empeñan en transmitir que se les da una higa. La ejecutiva local cerró filas ayer con la continuidad de Echávarri en la Alcaldía, sin importarle a ninguno de sus miembros cuánto descrédito más pueden aguantar ya las siglas que dicen defender. Para terminar de rematar la faena, la situación ha dado alas de nuevo al enfrentamiento entre el sector del secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, y el del líder del PSPV y president de la Generalitat, Ximo Puig. La política depara estas paradojas: Sánchez, antaño amiguito del alma de Echávarri, reclama ahora su cabeza mientras que Puig, que no soporta al alcalde de Alicante, intenta marear la perdiz a ver si puede hallar una solución en la que no pierda el santo y la peana: en la que el PP, que bastantes problemas le da en Alicante vía Diputación, no se haga en el último año de legislatura, encima, con el Ayuntamiento de la capital. El problema de Puig, insisto, es que las opciones son cada vez menos, así que más vale que espabile si no quiere quedar él también dañado. Echávarri deja la secretaría general de Alicante porque sabe que, camino de ser juzgado, no cabe ser el representante del partido. Pero si no puede representar al partido, ¿cómo va a representar a los alicantinos? De esa trampa el PSOE no puede salir.

La cosa, tal como ya se contaba aquí la semana pasada, está en los números. Cuando Echávarri dimita como alcalde, habrá que ir a un pleno de investidura. Y en él, o las fuerzas de izquierdas suman 15 votos o el PP, con 8, asumirá la Alcaldía por haber sido la lista más votada en las elecciones de 2015. En la izquierda, Compromís está dispuesto a dar sus tres votos, que con los del PSOE sumarían 9. A partir de ese punto, empiezan los problemas. Después de lo que el PSOE y Guanyar se han escupido en los últimos meses, es muy difícil pensar que ambas fuerzas puedan volver a compartir un gobierno sin perder toda credibilidad. Pero al mismo tiempo, Guanyar se puede ver en la trampa de quedar como quien permitió que la derecha volviera al poder. Podemos, que no está representado en el Ayuntamiento, pero fue quien prestó los votos para que Guanyar lograra un resultado sin precedentes en los últimos comicios, no tiene capacidad de decisión, pero sí de influencia. Y la opinión de Podemos, a día de hoy, es que Guanyar no puede darle, directa ni indirectamente, la Alcaldía al PP. Teniendo en cuenta que la única oportunidad que Esquerra Unida tiene de seguir en el Ayuntamiento en el próximo mandato es volviéndose a aliar con Podemos, los de Pavón tendrán que oir a los de Pascual Pérez.

Con todo y con eso, el PSOE, Compromís y Guanyar, tanto si se reincorporara al gobierno como si sólo apoyara la investidura para cerrar el paso al PP pero se quedara en la oposición, sumarían 14. Falta uno. Dijo un día Nacho Bellido que, entre la ética y la aritmética, Compromís siempre apostaría por lo primero. Bueno, pues ahora se plantea otro dilema entre la ética y la aritmética: ¿va a aceptar la izquierda gobernar un año más una ciudad que ya ha resultado ingobernada valiéndose para ello de un voto tránsfuga? Porque aquí, o se lo da Sepulcre, que se fue de Ciudadanos para pastar en el pesebre del PP de la Diputación, o se lo entrega Nerea Belmonte, expulsada en su día tanto de Guanyar como de Podemos bajo la acusación de irregularidades. ¿Ética o aritmética? Tic, tac.

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