Existen históricos antecedentes sobre las «autoescuchas» efectuadas en poderosas administraciones: a diferencia de las escuchas, en estos casos se trataba de un «autoespionaje» para conservar conversaciones impulsado por el propio propietario del despacho en cuestión y sin que la otra parte supiera que estaba siendo grabado.

Así sucedió con las grabaciones entre el exministro de Interior Jorge Fernández Díaz y el director de la Oficina Antifraude en Cataluña, Daniel de Alfonso, en las que se deduce que ambos buscaban pruebas para incriminar a dirigentes de ERC y CDC en casos de corrupción. El caso se hizo público en la recta final de la campaña electoral del 26J de 2016 y el escándalo se agravó cuando ya en 2017 el exnúmero 2 de la Policía Nacional acreditó que en el Ministerio de Interior se grababan conversaciones en múltiples salas utilizando un dispositivo que se instalaba o retiraba según conviniera.

Muchos años antes, el presidente norteamericano Richard Nixon, grabó de forma obsesiva todo lo que se hablaba en el Despacho Oval. No era la primera vez que se instalaban mecanismos de ese tipo en la Casa Blanca: Eisenhower ya había registrado conversaciones, pero en el caso de Nixon las grabaciones iban mucho más allá y se activaban automáticamente por voz. Las cintas revelaron los intentos de Nixon por encubrir el famoso caso Watergate, el allanamiento de la oficina demócrata para instalar micrófonos y espiar la campaña de su rival en 1972. Nixon se vio obligado a dimitir en un país conmocionado en agosto de 1974.