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El ombligo de la Cámara

En los años que llevo ejerciendo el periodismo, una de las preguntas que más veces me han hecho es la de para qué sirve la Cámara de Comercio, Industria y Navegación. La respuesta es compleja porque, en el caso de Alicante, históricamente la Cámara ha servido tanto para lo bueno como para lo malo, para lo mejor y lo peor, todo y al mismo tiempo.

Refugio de paniaguados, hasta llegar a un punto hace unos años que, más que una entidad, parecía el Vaticano en tiempos de los Borgia. Reducto de desahogados: ¿saben que la mayoría de los miembros de sus plenarios no pagan cuota escudándose en que es voluntaria? Factoría de vehículos oficiales: hasta hubo presidente que le vendió a la institución su coche usado y con lo sacado se compró uno nuevo para casa. Agencia de viajes y de colocación. Pasarela de postureo. Plataforma política. Privé hereditario y, encima, pagador de jubilaciones vergonzosas a quienes oficialmente ya se jubilaron. Lobby provinciano. Paradigma del tráfico de influencias.

Todo eso y más ha sido la Cámara. Pero dejarlo ahí no sería hacerle justicia. Si esa fuera toda su condición, no se podría entender la importancia que siempre tuvo en Alicante, que una cosa es el menfotismo y otra la idiotez. La Cámara ha ejercido también de portavoz de los sentimientos y la situación de esta provincia en muchos momentos a lo largo de su historia. Y ha sido, en eso, más valiente y más efectiva que el resto de organizaciones empresariales que ha tenido Alicante. Nunca lo han pasado tan mal los presidentes de la Generalitat, fueran socialistas o populares, como en las Noches de la Economía Alicantina. Emilio Vázquez Novo les sacó los colores una y otra vez por los déficits en infraestructuras, lo que llevó a Joan Lerma a no acudir a sus actos. Valenzuela denunció con tanta vehemencia, pero también tanto conocimiento, la discriminación presupuestaria que sufría Alicante por parte de Madrid y de Valencia que Camps se levantó y se fue sin acabar la cena ni darle réplica. Y José Enrique Garrigós dejó a todo el PP de piedra cuando en un discurso, estando los populares en el poder, les echó en cara la corrupción. Fabra no se esperó al cóctel y Castedo se embroncó en público con él. Pero quedó dicho. Nada que ver con Coepa, que desde que se fue Montes Tallón ya sólo ejerció de muleta del poder, aunque ahora haya tantos interesados en querer confundir a una institución con la otra.

Hasta con Alperi de presidente, y eso que Alperi si cogió el cargo fue solamente para saltar de él a las listas del PP; hasta con Alperi, digo, la Cámara fue la voz de Alicante. Casi siempre, con casi todos sus presidentes, supo ejercer ese papel. Fue la que forzó a que se tuvieran en cuenta sus reivindicaciones. La que salvó edificios emblemáticos que hubieran sido pasto de la piqueta o estableció relaciones más allá de España que durante mucho tiempo fueron un canal de lujo para pequeñas empresas exportadoras cuando la nueva economía ni siquiera se atisbaba y los mercados había que abrirlos saltando de avión en avión. La que tuvo el mejor departamento de estudios y análisis económico que durante mucho tiempo hubo en la Comunitat Valenciana.

La Cámara se encuentra en estos momentos inmersa de nuevo en un proceso electoral. Y el espectáculo que ha estado ofreciendo en las últimas semanas, aunque no haya trascendido más que de forma esporádica, no ha podido ser más penoso. Camarillas peleando las unas contra las otras, los altos directivos de la casa, todos sin excepción, enfangados en conjuras palaciegas y guerras civiles, venta de puestos de designación a cambio de pago en efectivo -literalmente- o en especie... un sindiós difícil de entender y menos aún de justificar, donde se han puesto de manifiesto los peores vicios del empresariado alicantino y de las estructuras de poder que montan, o permiten que se monten, a su alrededor. Y lo más llamativo de todo es que ni siquiera se pelea por la presidencia, sino por condicionar a quien la ocupe.

Juan Bautista Riera es hoy por hoy el único candidato. Un hombre de más de setenta años que, si no quiere pasar con pena y sin gloria, tendrá que acometer precisamente una regeneración en profundidad de la entidad. A pesar de llevar décadas en la Cámara, aunque en tantos años la virtud que se le reconocía era justamente su capacidad de diálogo y su habilidad en la negociación, su mentalidad abierta que brilló especialmente en el trabajo exterior, su proceder en esta «campaña electoral» no ha podido estar más plagado de errores, idas y venidas. Ha ofendido a quien no era necesario, ha permitido que se le colaran quienes deberían estar proscritos de cualquier organización que se respete, hasta el punto de que algún empresario de verdad comprometido ha renunciado a seguir con tal de no verse mezclado con tanto pancista, y ha cometido la torpeza de anticipar que no pretende acabar el mandato, con lo que desató la batalla de su sucesión antes incluso de ser elegido. Con todo y con eso, nadie ha sido capaz de plantear una opción mejor, así que lo que corresponde, si los empresarios tienen dos dedos de frente, es dejarse de banderías y arrimar el hombro. Que Riera se haya equivocado en los prolegómenos tampoco significa que vaya a convertirse en un títere una vez ocupe la presidencia. Así que más valdría que todos se calmaran y recuperaran el sentido común.

Porque una cosa deberían tener clara: la Cámara es lo único que queda. Coepa está liquidada y los inventos para sustituirla que se están poniendo sobre la mesa no tienen visos de consolidarse como una representación seria ni del empresariado ni de Alicante. Son propuestas nacidas de la revancha y el cainismo, que en ningún caso tienen capacidad de edificar nada perdurable. Si alguna vez los empresarios alicantinos vuelven a tener una patronal provincial digna de tal nombre, tendrán antes que acostumbrarse a trabajar más y despellejarse menos. Porque si les ha ganado la partida Salvador Navarro con su patronal autonómica es, precisamente, porque se ha esforzado en hacer kilómetros, estar en todos los sitios y hablar con todo el mundo mientras los de aquí dedicaban todo su empeño a ser los mejores perros del hortelano. Así que Riera, que el 26 de febrero próximo presentará su programa para la presidencia de la Cámara en el foro que organizan INFORMACIÓN, la Universidad de Alicante y Bankia, tendrá que ser consciente de que esta vez el coraje en su discurso no va a estar en quejarse de los de fuera, sino en convocar a los de dentro a dejar de mirarse el ombligo. Que ya está bien.

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