La muerte esta semana de Roc Gregori, primer presidente de la Agencia Valenciana de Turismo, trae a la memoria un tiempo en el que pasar por el Ayuntamiento de Benidorm era más que hacer un máster. A principios de los años ochenta se reunió en el área técnica un caudal de conocimiento extraordinario: José Ramón García Antón, Francisco Santiago, José Luis Camarasa, José Miguel Iríbas o el propio Roc Gregori. Todos jóvenes pero en el punto justo de madurez y creatividad, que durante años pudieron desplegar sin cortapisas bajo el mandato de Manuel Catalán Chana como alcalde. Catalán militaba entonces en el PSOE, pero al equipo que se reunió en aquel viejo edificio frente al mar en la playa de Levante no le unían las banderas políticas, sino la excelencia profesional: algunos, de hecho, formaron parte luego de la Administración que montó Eduardo Zaplana cuando llegó a la presidencia de la Generalitat como líder del PP. Nunca un ayuntamiento ha atesorado tanta potencia como aquel y si Benidorm sigue siendo hoy un referente no sólo es porque un visionario como Pedro Zaragoza se anticipó a su tiempo, sino porque gente como aquella supo hacer buena la herencia.
