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Juan R. Gil

Análisis

Juan R. Gil

La tranquilidad del dinosaurio

El PP sigue anclado en los mismos vicios de funcionamiento que marcaron la época de Camps. No se comprende cómo con todo lo que ya se sabe siga sin reprobar al expresident

«No pasará nada», respondió el diputado autonómico del PP Juan José Zaplana cuando mi compañero Pere Rostoll le preguntó en este periódico por las consecuencias del juicio del caso Gürtel. «No pasará nada», dijo justo antes de que su excamarada Ricardo Costa empezara a rajar sobre cómo circulaban los sobres de dinero negro con el que algunos empresarios compraban voluntades, vidas y haciendas bajo el gobierno de Francisco Camps.El problema no es lo que ha reconocido Costa. Se sabía. Y se publicaba, en este periódico por ejemplo, mucho de lo que estaba ocurriendo cuando estaba ocurriendo. Lo del que fue secretario general del PP tiene el valor de la confirmación en sede judicial y, por supuesto, el que no sea un periodista, un fiscal, ni siquiera un empresario corruptor, el que lo diga, sino uno de los suyos el que lo confiese. Pero lo preocupante a estas alturas es ese «no pasará nada» de Jota (a Juan José Zaplana le llaman en el partido Jota, como a Ricardo Costa le llamaban Ric). O que la también diputada María José Catalá se atreva a decir que cuestionar a Camps sea convertir las Corts nada menos que en un «tribunal franquista». Lo inquietante es esa sensación de impunidad en la que contra viento y marea siguen viviendo muchos de los cargos del PP en esta Comunidad, esa imagen que trasladan de no comprender que lo que perdieron no fue el gobierno, sino la dignidad. Ese no ser conscientes de que el poder es una moneda que va cambiando de manos, pero la vergüenza no se recupera sin una firme voluntad de hacerlo.Lo que ocurrió durante los años que se están juzgando ahora en la Audiencia Nacional no fue solo que se malversaron fondos públicos, se financiaron campañas electorales de forma fraudulenta y se dieron como contrapartida adjudicaciones y contratas a empresarios en condiciones de ventaja a cambio de dinero opaco. Lo que pasó también es que los dirigentes de un partido político se convirtieron en verdaderos amos del Universo, que gozaban en su vida particular de prebendas y lujos a los que jamás podrían haber aspirado de no haber manejado los resortes de la Administración, que bromeaban con los coches, los trajes y los relojes que exhibían y que se comportaban así, a la vista de todo el mundo, al mismo tiempo que recortaban servicios básicos y comprometían el futuro de toda la sociedad. Y encima se daban golpes en el pecho, pero no como el que reza el «yo pecador», sino como hacen los gorilas cuando quieren que se sepa de su poderío.Después de veinte años, el PP perdió el gobierno en la Comunidad Valenciana en 2015. Pero a pesar de la hemorragia que sufrió en las urnas (vio evaporarse la mitad de los votos que había obtenido en 2011), logró mantenerse como el partido con más electores. Luego, la inmoderada ambición de Pablo Iglesias hizo de nuevo presidente del Gobierno en Madrid a Rajoy. Y por último, el desquicie de los independentistas catalanes sacó del primer plano la corrupción.Esas circunstancias han actuado como un espejismo que ha hecho que los populares pensaran que todo estaba perdonado y que podían pasar sin más, del lodo, al oropel. No es así, por mucho que se autoconvenzan. Quienes hoy representan al PP en Alicante, Valencia y Castellón son, como bien señaló el jefe de Política de INFORMACIÓN hace unos días, los hijos de Camps. Pero creyeron que podían aceptar su herencia sin asumir la deuda y eso no es posible. No han hecho nada por impulsar una verdadera regeneración del partido, siguen funcionando bajo los mismos esquemas, con los mismos vicios de base, considerando en su fuero interno que lo malo de lo que pasó no fue lo que hicieron, sino que los pillaran, y confiando en que la memoria es débil. No han abierto las ventanas para que la organización se aireara, sino que por el contrario las han cerrado a cal y canto para que no se les colara nadie que no fuera pata negra. Su pecado es, precisamente, que a día de hoy pata negra en el PP siguen siendo sólo aquellos que nacieron a la política con Camps.El expresident de la Generalitat y los que fueron su guardia de corps, Costa incluido, utilizan el partido como rehén. Con todo lo que ya se sabe (contra lo que ha afirmado el aspirante a presidir el Ayuntamiento de Alicante Luis Barcala, que Costa haya admitido ser un delincuente no resta un ápice de credibilidad a su relato de quiénes fueron sus compinches ni de cómo actuaba la banda); con lo que hemos oído esta semana y lo que sabemos que aún nos falta por oir, digo, no puede comprenderse cómo el PP se abstiene a la hora de reprobar a Camps, cómo no le exige públicamente y sin subterfugios que abandone de inmediato el cargo que ocupa en el Consell Jurídic con sueldo, coche, chófer, conductor y secretaria pagados con los impuestos de ciudadanos que tienen que vivir en una Comunidad con menos oportunidades que otras por culpa de la enorme deuda que con su gobierno dejó como una losa que pesará durante años, como pesará el descrédito que los valencianos sufrimos y del que sólo ellos son responsables.Los actuales dirigentes del PP son cada día más conscientes de que en 2019 no volverán al gobierno de la Generalitat. Pero siguen creyendo que serán el partido con más apoyos y están convencidos de que recuperarán bastante del poder perdido aunque no puedan todavía regresar al Palau. La pregunta que tendrían que hacerse es por qué habría que votarles. Ni son ya la única opción en la derecha, ni siquiera tienen una bandera en la que envolverse que no manejen con la misma o mejor soltura otros. Se burlan en privado de la mediocridad de los cargos que tiene Ciudadanos como si los suyos demostraran un nivel mayor. Es verdad que en tamaño nadie les gana. Dinero a espuertas tuvieron para crecer durante años. Pero también eran grandes los dinosaurios. Y seguro que estaban confiados mientras el meteorito que les fulminó sobrevolaba sus cabezas. «No pasará nada», debieron pensar.

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