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Elogio de la posverdad

Cada grupo aprovechó su tiempo pactado para autoalabarse y criticar al contrario, falseando la realidad en todo lo posible

Elogio de la posverdad

Fue el general chino Sun Tzu el primero en aplicar hace 2.500 años el recién reconocido concepto de posverdad, que no es más que una mentira emocional, cuando afirmó en su tratado de estrategia que «El arte de la guerra se basa en el engaño». Los concejales del Ayuntamiento de Alicante demostraron ayer que en esto, al menos, son unos virtuosos.

Ante un exiguo público -solo trece personas acudieron al chequeo anual sobre Alicante, la mayoría relacionadas con los partidos políticos-, los portavoces de los grupos municipales compitieron con el Don Quijote de Cervantes en falta de realismo y cual Enfermo imaginario de Molière, queriendo engañar, se engañaron a sí mismos. Si en verdad se hubiera hecho todo lo que allí se afirmó, Alicante habría despertado hoy como una ciudad ejemplar a imitar y los alicantinos estarían menos preocupados, menos enfadados y seguro que más felices.

Como la modestia y la prudencia nunca han acompañado históricamente a político alguno, el alcalde, Gabriel Echávarri, quien puso el debate un 22 de diciembre para que pasara lo más desapercibido posible, se atrevió a hacer chistes con ello durante la semana, asegurando que «tengo oído que Montoro contraprograma el pleno del Debate de la Ciudad de Alicante con un sorteo de lotería», en referencia al Gordo.

Aunque al primer edil le gusta mantener el suspense hasta el último segundo y no quiso en los días previos a la sesión plenaria aclarar si intervendría o no, tras la espantada del año pasado, cuando no abrió la boca, este año no le quedaba más remedio que ejercer y se encargó de realizar la introducción y el cierre de una puesta en escena que en modo alguno puede ser calificada de debate político, puesto que cada grupo aprovechó su tiempo pactado para autoalabarse y criticar al contrario, falseando la realidad en todo lo posible y repitiendo eslóganes que ya han empleado con anterioridad y que de tan común uso se han convertido en cliché.

Pese a que con este formato era difícil sorprender, el regidor socialista lo logró. No en vano el médico Claudio Galeno ya advirtió dos mil años atrás que «la costumbre es una segunda naturaleza». Empezó el primer edil su intervención a lo Charles Dickens en Historia de dos ciudades, pidiendo perdón «porque la imagen de la ciudad no es la que merecían los alicantinos», pero de inmediato se recuperó y dejó claro que quienes hablan de parálisis de Alicante no saben lo que dicen.

Según Echávarri, no hay motivo de queja porque se ha reducido en seis puntos el paro, ha aumentado el producto interior bruto por habitante, hay más comercios, más cruceristas y, por supuesto, más inversiones en Alicante, a la que llegó a calificar de capital financiera. «Ningún dato es negativo».

A partir de ahí, entró en un terreno espinoso para un alcalde de Alicante: la capitalidad de la provincia y la comparación con la vecina Elche, con la que existe un odio cordial cimentado por siglos de desavenencias y rivalidades deportivas. Echávarri no odia Elche, aunque algunos de sus tuits incendiarios pudieran hacer pensar lo contrario. La envidia. Llegó a afirmar que la ciudad de las palmeras, junto a Benidorm, Alcoy y Xixona, «podría ser capital de provincia, incluso Elche podría ser capital de la Comunidad Valenciana». No contento con semejante afirmación, añadió que su objetivo «es volver a ser líderes provinciales», para al segundo siguiente, en un ejercicio de incoherencia, subrayar que «es algo que se ha conseguido en estos tres años». No precisó que bajo su mandato, porque era innecesario, resultaba obvio.

Nadie debiera escandalizarse por lo dicho por el alcalde, puesto que en su Elogio de la locura, Erasmo de Rotterdam justificaba que «con razón se alaba a sí mismo quien no encuentra a nadie que lo alabe». Solo se reprochó lo sucia que está la ciudad -un área que hasta hace un mes gestionaba Guanyar- y solo distinguió, dándoles las gracias, a tres ediles: Sonia Tirado (Compromís), Daniel Simón (Guanyar) y Eva Montesinos (PSOE). Cuando existía el tripartito, los dos primeros gestionaban Fomento y Cultura, respectivamente; y la tercera, Turismo y Deportes. Al resto de quienes hasta hace un mes formaron parte del equipo de gobierno, les castigó con el látigo de su desdén, lo que deja en evidencia, implícitamente, lo que piensa sobre su gestión.

Natxo Bellido, portavoz de Compromís; y Miguel Ángel Pavón, portavoz de Guanyar, no lo tenían fácil ayer puesto que ambos han participado de la gestión durante once de los doce meses de este año. ¿Qué hicieron? Lo natural. Se olvidaron de esta circunstancia en la mayor parte de su alegato y se comportaron como si toda la vida hubieran estado en la oposición, salvo cuando reclamaron que lo poco o mucho que se haya hecho ha sido por ellos. Ambos insistieron a Echávarri en que debe dimitir por estar procesado por el fraccionamiento de contratos en Comercio e imputado judicialmente en otro caso.

Bellido fue el primero en meter el dedo en la llaga del discurso del alcalde: «¿Por qué hay que creerle ahora, cuando ha faltado a su palabra?». No hubiera necesitado añadir más, pero aseguró que los alicantinos le preguntan por la calle «¿Y ahora qué?», que los socialistas son unos incapaces que no saben ni poner el alumbrado de Navidad y se encendió contra el PSPV por mantener a Echávarri por intereses de partido. «No puede ser delegado en un congreso, pero sí alcalde». En clara clave electoral, se postuló para una improbable nueva Alcaldía en este mandato: «Decidan quién tiene que ser el alcalde y si no se ponen de acuerdo, nosotros lo ponemos». No lo dijo, pero no hacía falta mucha imaginación para darse cuenta que se refería a él mismo.

Bellido cortejó a Ciudadanos. «Ustedes son más nacionalistas que nosotros, nosotros somos feministas, nosotros somos de izquierdas, ustedes no..., pero se trata de salvar la ciudad y refundar un pacto progresista». Y recibió un zasca en toda regla. «No me hable de feminismo cuando está con dos mujeres competentes (en referencia a Sonia Tirado y María Jose Espuch) y ninguna tiene la portavocía», le replicó la portavoz de Cs, Yaneth Giraldo, quien improvisa mejor que lee y a la que ayer se veía nerviosa, quizá consciente de tener los ojos de su partido sobre su nuca.

El portavoz de Compromís no desaprovechó la ocasión de atacar a Guanyar, por cuyo electorado también compite. «El mejor regalo de Navidad que les puedo hacer es hablar poco de ustedes. Tienen una tremenda crisis interna y no es positivo el espectáculo que están dando». Y ahí dejó Bellido el mensaje para quien quiera recogerlo: para 2019 es la única alternativa seria, coherente y equilibrada de la izquierda en Alicante.

Miguel Ángel Pavón no pasa por su mejor momento. Está en minoría en su grupo político, donde es cuestionado con más agresividad de lo que lo hace el alcalde, Gabriel Echávarri, lo que ya es decir. Por supuesto que atacó al primer edil, pero él se puso en evidencia con el mensaje de «yo hice», «yo me reuní», «yo conseguí», que siempre usan quienes necesitan reafirmarse por estar en una situación de debilidad. Hubo un momento Pavón humano: «No sé si habré estado a la altura de las circunstancias», y como somos lo que las circunstancias hacen de nosotros, según Ortega y Gasset, exigió la dimisión del alcalde «como paso inexcusable. Si no, la ciudad va a perder oportunidades».

El paso de Pavón a la oposición ha tenido un serio perjudicado. El portavoz del PP, Luis Barcala, no se encuentra. Quien hasta ahora ha protagonizado brillantes momentos de oratoria parece haber perdido su toque mágico y ayer no estuvo a su altura, con una intervención de perfil bajo. Si su objetivo era pasar desapercibido, lo logró con creces. Solo llamó la atención al realizar una llamada a «un gobierno de salvación». Para colmo, Barcala tuvo la mala suerte de que mientras hablaba salió la bola del Gordo y, a partir de ahí, la mayoría de quienes le escuchaban dejaron de prestarle atención, mientras él reclamaba el derecho a la osadía de defender la gestión durante los últimos veinte años del PP en Alicante, en clara clave interna de cara a posicionarse en la próxima candidatura de los populares. Durante su intervención, su compañero Carlos Castillo, quien cree tener opciones a liderar la lista del PP, adoptaba el mismo gesto que Echávarri cuando habla Pavón: mirada de sufrimiento hacia el cielo, que en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Alicante consiste en mirar el artesonado de las vigas del techo.

Quizá fue el concejal tránsfuga, exCiudadanos, Fernando Sepulcre, quien mejor podría resumir el pleno sobre el Estado de la Ciudad. Se tomó la sesión como lo que era, una broma, y se dio a la novela de ciencia-ficción, empleando el método científico de la reducción al absurdo al plantear una utópica Alicante en la que todo es perfecto. «A ver si de la utopía pasamos a la distopía y, de ahí, a Pavón gobernando en todo. Tendríamos que ir a vivir al subsuelo con los topos», dijo Nerea Belmonte, olvidando que en el subsuelo hay más ratas y cucarachas que topos.

Como se trataba de debatir sobre el Estado de la Ciudad, nada se dijo desde el gobierno municipal sobre Ikea y apenas, de pasada, sobre el Plan General. «No empecemos hoy a hacer campaña electoral, la gente lo que quiere es vivir mejor», consideró en el cierre del pleno de la posverdad Gabriel Echávarri, quien se puso en modo sentimental para aventurar que «dentro de cincuenta años ningún alicantino sabrá el nombre de ninguno de nosotros», lo que le sirvió para hacer la oferta de quedar bien, consistente en «tender la mano para una ciudad mejor».

Si en el pleno hubiera estado el Conde de Montecristo (Alejandro Dumas) le habría recordado que «todo mal tiene dos remedios: el tiempo y el silencio».

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