Alfonso y Teresa se conocieron el martes 24 de mayo de 1808, día de mercado en Orihuela. Varios ciegos cantaban romances en los que se relataban los fusilamientos del 3 de mayo en Madrid y la prisión en Francia de Fernando VII. A primera hora de la tarde, un correo llegado desde Cartagena trajo noticias de una sublevación en tierras murcianas contra el francés.

Aquel día, la joven Teresa Sánchez quedó prendada de un seminarista de sotana azul que conoció en el mercado y que, durante días posteriores, se hizo el encontradizo con ella en calles y plazas cercanas a su casa, la cual se atrevió a rondar durante semanas, buscándola ávidamente con la mirada.

Alfonso era de familia acomodada y estaba de vacaciones. Todavía no había hecho sus votos definitivos cuando conoció y se enamoró de Teresa, a quien veía casi a diario y en secreto. Sus encuentros apasionados y escondidos dieron su fruto a mediados de agosto de una manera inesperada. Cuando ella le dijo que estaba embarazada, Alfonso respondió con decisión: dejaría la sotana y contraerían matrimonio.

La familia de Alfonso recibió la noticia con desagrado. La familia de ella, por el contrario, aceptó el compromiso con cierto júbilo, hasta que se enteraron de su embarazo, días después de la boda.

Fue una ceremonia sencilla, a la que no asistieron los padres del novio. Comenzaron su vida conyugal en casa de los padres de Teresa, y Alfonso se afanó en la búsqueda de trabajo, pero no lo encontró, a pesar de requerir influencias a sus familiares y amigos. Preparó entonces a conciencia el examen de maestro de primeras letras, obteniendo pronto el título. El 19 de septiembre, presentó en el Ayuntamiento oriolano un memorial que comenzaba de la siguiente guisa: «D. Alfonso Hernández Sánchez de Vigo, natural y vecino de la ciudad de Orihuela, desea establecer una escuela de Primeras Letras?». Pero su petición fue desestimada.

A su desconsuelo por falta de trabajo, se unió la desesperación cuando las vecinas comenzaron a murmurar al ver la mal disimulada barriga de Teresa, demasiado crecida para el poco tiempo transcurrido desde su boda. También sus padres se hicieron eco de tales críticas.

Teresa convenció a Alfonso de que lo mejor era irse de Orihuela, y cuanto más lejos, mejor. En otro lugar podrían rehacer su vida familiar de manera más tranquila, y él quizá podría encontrar trabajo más fácilmente.

En la primera semana de enero de 1809, recién obtenidos los pasaportes obligatorios, se trasladaron a Alicante. Se hospedaron provisionalmente en casa de una prima de Teresa, casada con el escribano Ramón Izquierdo, y Alfonso presentó la documentación precisa en la secretaría del Ayuntamiento alicantino, para conseguir el permiso de residencia.

Alfonso buscó empleo con ánimo, convencido de que no le resultaría difícil hallarlo en una ciudad donde había censados 104 comerciantes, 29 corredores, 7 abogados, 9 procuradores, 11 escribanos, 18 funcionarios, 61 eclesiásticos, 4 peluqueros, 26 sastres, 4 mesoneros, 46 panaderos, 4 esquiladores, 8 boticarios, 13 maestros de primeras letras y costuras, 13 plateros, 12 médicos y cirujanos, y 24 chocolateros. Pero no fue así. Su frustración fue creciendo conforme comprobaba la dificultad de encontrar trabajo. Ni siquiera podía aspirar a ocupar un puesto interino de maestro.

Ramón consiguió por fin que Alfonso fuese admitido en la imprenta de Nicolás Carratalá, situada en la calle Toneleros, junto al ayuntamiento, pero la desgracia se ensañó con el joven matrimonio cuando él cayó enfermo. Una pulmonía le llevó al cementerio de San Blas el primer día de abril. Dos semanas después nació su hija, a quien Teresa bautizó en la parroquia de Santa María con el nombre de Isabel. La viuda podría haber regresado a Orihuela, pero decidió quedarse en Alicante porque no quería volver a ser presa de las críticas.

En mayo, Ramón fue arrestado por orden del gobernador Iriarte, acusado de desobediencia y sospechas de corrupción, y su esposa, agobiada por las deudas, exigió a su prima que le pagase su hospedaje. Madre primeriza y recién enviudada, Teresa no tuvo más remedio que buscar una ocupación, aunque fuese de criada o de lavandera. Pero no le fue fácil encontrar un trabajo remunerado. La desgracia nunca viene sola, dice el refrán, pero en su caso parecía que la acompañaba una procesión de desdichas.

Entró a servir en la casa de Pascual Guinot, dueño de una taberna situada en la plaza del Puente, pero éste fue detenido al cabo de una semana, tras ser sorprendido por la ronda de noche transportando desde el puerto ocho libras de tabaco de Brasil. Fue condenado por contrabando a cinco años de trabajos forzados en Ibiza, y su esposa, Carmen, despidió a Teresa, ya que no podía pagarle.

Además, pese a estar de luto, Teresa empezó a ser acosada por Antonio Hernández, un escribano compañero de Ramón, que decía haberse enamorado perdidamente de ella. Lo rechazó repetidas veces, pero el contumaz escribano, soltero y con fama de mujeriego, no se conformó con los requiebros que le dirigía cada vez que la veía, sino que pretendió colarse en su alcoba alguna que otra noche, con la complicidad de la prima de Teresa, cuya voluntad compró con regalos. El asunto se convirtió en escándalo cuando el gobernador Iriarte recibió un anónimo en el que se afirmaba que el escribano Antonio Hernández estaba amancebado con Teresa. Desde luego, ella lo negó, señalando la conducta de él como la única punible, pero casi nadie la creyó, si bien al final el escándalo se difuminó tras la salida de Teresa de casa de su prima.

Teresa y su bebé fueron acogidas en casa de Carmen, la esposa del reo Guinot, quien les dio cobijo a cambio de que Teresa la ayudase en las labores de la taberna.

Guinot falleció en Ibiza en enero de 1810, y Carmen, viuda y sin hijos, sintió cada vez más cariño por Teresa e Isabel. Pero también Carmen murió en el verano de 1811. Fue una de las 17 víctimas mortales de la epidemia de fiebre amarilla que llegó a Alicante desde Orihuela, pasando por Elche. En su testamento dejó a Teresa como única heredera.

Teresa siguió trabajando en la taberna, que ahora era de su propiedad, con la única ayuda de una vecina, a la que encargó el cuidado de Isabel mientras ella estaba ocupada. Tenía 23 años, era menudita y sabía lo justo de letras y números, pero era muy espabilada, trabajadora y hermosa. Muy pronto su taberna se convirtió en el lugar donde muchos varones alicantinos acudían a diario para beber, comer y cantar. La mayoría de aquellos hombres la cortejaron, pero muy pocos consiguieron lo que pretendían. Al parecer fueron sus amantes un matarife que trabajaba en el matadero que se construyó en la playa de Santa Ana en 1811, y un oficial de la división Mallorquina, herido en la segunda batalla de Castalla (abril 1813). No lo fue, sin embargo, el escribano Antonio Hernández, pese a seguir acosándola dentro y fuera de la taberna, hasta que una noche septembrina de 1813 fue herido en la plaza del Puente. Alertada la ronda de noche, fue llevado a casa de un cirujano para que le curase, pero a continuación fue arrestado por orden del alcalde mayor, Manuel Soler de Vargas, por llevar consigo un bastón con estoque, objeto prohibido por una pragmática real. El herido alegó que no había llegado a desenfundar el estoque y que tampoco le dio tiempo a ver el rostro de su agresor, pero los rumores que muy pronto recorrieron la ciudad aseguraban que fue la propia Teresa quien le hizo, con una navaja que siempre llevaba entre sus ropas, el chirlo que le cruzaba la mejilla izquierda.

En septiembre de 1812, Teresa pidió permiso municipal para ampliar la taberna, convirtiéndola en fonda. Desde que el 9 del mes anterior desembarcara una numerosa fuerza aliada, Alicante estaba repleta de militares y exiliados, lo que generaba graves enfrentamientos y quebraderos de cabeza entre las autoridades; pero para muchos comerciantes, entre los que se encontraba Teresa, aquello supuso una gran oportunidad de ganar mucho dinero.

Teresa no volvió a casarse, pero tuvo al menos tres hijos más. Fueron bautizados en Santa María con los nombres de Mariana (1814), Juana (1815) y Alfonso (1817). En el libro de registro parroquial se dice que eran hijos de Teresa Sánchez García, tabernera, y de padres desconocidos.

En el tomo I de su obra titulada «Orihuela, durante la guerra de la Independencia», Justo García Soriano y Rafael Rogel Rech cuentan lo que les sucedió a Teresa y Alfonso en esta ciudad de la Vega Baja, en 1808.

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