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La Albufereta: abierta todo el año

Esta ciudad satélite con unos diez mil habitantes censados se ideó en los sesenta como un pequeño Mónaco que atrajo dinero, yates y famosos

La Albufereta: abierta todo el año

El verano oficial, con permiso de un cambio climático que parece hacerse fuerte en Alicante, finaliza. Todavía los informativos televisivos nacionales trasladarán a los hogares españoles refrescantes planos de los últimos afortunados que chapotean en el Mediterráneo. Si las imágenes son tomadas, como sucede habitualmente, desde la playa del Postiguet, bastará con aguzar la vista y fijarse en la silueta de rascacielos que se distingue con facilidad al fondo. Es el skyline de la Albufereta. Para muchos un símbolo estival, aunque esté abierta todo el año.

Un barrio con algo menos de diez mil vecinos censados, cifra que en los periodos vacacionales aumenta considerablemente gracias a los visitantes procedentes de múltiples rincones, tanto de la provincia como de otras regiones, especialmente de Madrid. Y de la misma capital alicantina, lo que provoca la primera singularidad de esta ciudad satélite: que gente que habita todo el año en Alicante mantenga una segunda residencia a un par de kilómetros de su vivienda habitual.

La Albufereta, tal y como se configura en la actualidad, creció rápido. En apenas una década, la de los sesenta, un reducido grupo de lo que hoy conoceríamos como emprendedores -si es que este término puede asociarse al ladrillo sin que a alguno le resulte un pecado venial- inician y acaban una épica tarea que consistió en algo así como intentar crear un pequeño Mónaco, una cercana Cannes. Un Benidorm más manejable sin el influjo del entonces todopoderoso Pedro Zaragoza, quizás. Todo ello en una vieja zona de pantanos asediada por la Serra Grossa.

El alcalde que en aquellos momentos ocupa la Casa Consistorial lo tiene muy claro. Así que Agatángelo Soler procura facilitarles la labor a industriales, empresarios y promotores como Carlos Pradel o Félix Horcajo. Es el Desarrollismo en estado puro, para bien y para mal. Faltan décadas para que alguien acuñe el término «sostenibilidad» e impere la continua sospecha sobre los constructores. Las torres concebidas por prestigiosos arquitectos como Juan Guardiola Gaya, Juan Antonio García Solera, Francisco Muñoz Llorens y Miguel López González se entrelazan con otras ideadas por autores de apellidos menos memorables. Los niveles de calidad, como todo en la vida, fluctuarán.

La iniciativa resulta un éxito en pocos años. Se suceden los reconocimientos públicos desde los despachos ministeriales donde agoniza el franquismo. Los pisos, apartamentos y chalets se venden sin parar. En la Albufereta hay trabajo, dinero, divisas, abren sucursales de las cajas y bancos, atracan yates, se suceden los negocios. En la Albufereta hay glamour. Veranean Sara Montiel y Elke Sommer, ruedan Rocío Dúrcal y el Dúo Dinámico, cantan Bambino y Massiel. Se hablan idiomas y circulan coches caros. Abundan los pied-noirs, los alemanes -algunos de incierto pasado-, los holandeses, los ingleses y americanos. Y alicantinos, ilicitanos y eldenses con posibles que invierten también en el barrio.

Comercios diferentes, boutiques extranjeras, restaurantes con cartas que muestran platos desconocidos, locales con nombres exóticos y neones que invitan a entrar atraídos por la aparente oscuridad interior. Es un buen lugar para cerrar un trato, montar una juerga y descubrir placeres ocultos. También para disfrutar de un domingo en familia. Es aquella Albufereta de las postales en technicolor. Dos largas décadas de esplendor.

Las ruletas giran en los despachos. Es el momento de mirar más allá. Tomemos ahora el Cabo de las Huertas, deciden. Pero el barrio aguanta y sobrevive. Para los más reivindicativos, lo hace por sí solo, sin apenas atenciones ni favores municipales. Es un territorio en el que no encajan bien los grises. O se ama, o se aborrece. Ciudadanos anónimos conviven con creadores, autores y artistas que encuentran en este rincón un lugar único bajo el sol donde dar rienda suelta a sus obras, desde Pancho Cossío y Vicente Ramos hasta Pérezgil y Gabriel Celaya.

Lo cotidiano se entremezcla con las leyendas urbanas que hacen de la Albufereta un territorio peligroso que de vez en cuando salta a las páginas de «Sucesos», refugio de almas perdidas, un gran Club de Corazones Solitarios. Un barrio cruzado por una cicatriz en forma de carretera y vía rápida. Con una playa que aparece y desaparece a merced de las inclementes lluvias y la cada vez más frecuente gota fría.

Hoy por hoy, cualquiera que se acerque hasta allí puede percibir que es un entorno vivo, cambiante. En los últimos meses resurgen las grúas que desaparecieron hace tiempo. En escasos metros se ofertan nuevas promociones, en la avenida de la Condomina y en la Colonia Romana, donde posiblemente dan sus últimas bocanadas ciertos restos del ayer. La casa con tejado de barraca valenciana y el romántico cine de verano. Frente al yacimiento de Lucentum, posiblemente el origen de Alicante, se anuncian viviendas de lujo con nombre de cierta mítica montaña griega.

Se abren nuevos negocios, especialmente del espectro hostelero que, unidos a los clásicos, pueden convertir la Albufereta en una ruta gastronómica alternativa con denominación de origen. La Familia, La Mamma Mia -adiós, Don Coleta-, El Rebujito, La Ola, Las Brasas, El Rincón Mediterráneo, Filatelia, Scala, Los Troncos, Villa Kanela, Jesús, Sento, Blanco y Negro, Lucentum, Casa Filo, Erik Café Bistrò, To-Bar en el Club Naútico, el chiringuito Chic, Harocamo? Incluso este verano abrió sus puertas un quiosco de helados. Algo que paradójicamente no existía en un lugar famoso por sus playas. Al recorrerse sin prejuicios y con la mirada ilusionante que debieron tener sus visitantes en los setenta, un simple paseo al atardecer o durante una mañana de sábado, puede hacernos descubrir rincones inéditos.

Si la apuesta, primero de los vecinos y luego de ciertos estamentos e instituciones, fuera firme y decidida, en el barrio podrían desvelarse atractivos que ya están ahí en forma de un gran parque temático -con perdón- monumental y arqueológico con el Tossal de Manises, las balsas romanas junto al Alfín, alguna villas por descubrir y el deteriorado y ninguneado poblado íbero. Incluso con atractivas aproximaciones subacuáticas a los pecios sumergidos en las inmediaciones.

O recorridos didácticos y explicativos por algunas joyas arquitectónicas que ya figuran en el registro «Docomomo» (Documentation and Conservation of buildings, sites and neighbourhoods of the Modern Movement) como son los edificios «Vistamar» -«El Barco»- y «La Chicharra». Aunque haya a quienes les parezcan espantosos atentados urbanísticos.

A la espera de que lleguen los nuevos proyectos, en concreto el ansiado paseo litoral que supondrá un revulsivo como ya lo ha hecho la adecuación de las aceras de la Cantera, transcurren los días. Ya pasan las últimas avionetas publicitarias, las que antes arrojaban pelotas para los bañistas con marcas de aftersun y hoy anuncian tiendas de segunda mano. Llega el otoño y todo esto está aquí, justo al lado de su casa. Vale la pena acercarse en cualquier momento. Y más teniendo en cuenta que la Albufereta, la Gran Olvidada, no cierra por descanso ni uno solo de los doce meses.

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