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El barracón «tapa» el plurilingüismo

El Consell trata de difuminar los ataques de la oposición política del PP, centrados en la elección de la lengua, con planes de obras para los colegios

Baracones instalados este curso en el colegio La Almadraba, en la Playa de San Juan de Alicante. RAFA ARJONES

Tanto el bipartito del Consell, como el tripartito en el Ayuntamiento de Alicante, han iniciado una carrera de fondo para tratar de llevarse la gloria electoral de los colegios que consigan finalmente arreglar antes de que acabe la legislatura.

Parcialmente solucionado el problemón que se avecinaba en el arranque del curso por unas normas de plurilingüismo paralizadas por los jueces, -utilizando la fórmula de un decreto-ley que no admite contestación inmediata y demora en el tiempo la solución definitiva-, las controversias por motivo de la lengua han dejado paso a la batalla por las construcciones escolares.

Con esta vuelta de tuerca al centro del debate político sobre las instalaciones educativas, el Consell también trata de difuminar los ataques de la oposición política del PP, centrados en la polémica del plurilingüismo y personificados en la síndica Isabel Bonig.

Es tanto el tiempo que llevan numerosos centros educativos sin apenas una mano de pintura, que todo lo que hagan los actuales gobernantes, por poco que puedan, serán victorias en su haber, al margen del peligro de que anuncios grandilocuentes como que se construirán hasta 200 centros en apenas dos años puedan también pasar cierta factura en el ánimo de los votantes.

Recién sentadas, pues, las bases del propósito constructivo apuntado por el president, Ximo Puig, como uno de los principales ítems del debate del Estado General de la Generalitat celebrado esta semana, ya se ha desatado la batalla campal entre socios del gobierno municipal.

En Alicante, sin ir más lejos, las infraestructuras que dependen del PSOE se enfrentan al día a día escolar que dirige Compromís, y aunque oficialmente lo que se deja oír es que se trabaja en equipo, lo cierto es que en petit comité unos y otros hacen fuerza para aparecer como el adalid de la solución a décadas y décadas de dejadez por parte del anterior gobierno, en manos del PP.

Para tratar de dar la vuelta a la tortilla y que los huevos de las más que fundadas protestas de las familias no les caigan encima, -y por más que la falta de instalaciones adecuadas venga de lejos- el Consell ha ideado una fórmula para desatascar la ingente cantidad de obras necesarias y que no puede abarcar con los escasos recursos personales de las consellerias.

Puig implica a todos los ayuntamientos, que serán los encargados de aportar el personal técnico para poner sobre la mesa del Consell los proyectos ya redactados de los colegios por hacer. A cambio, el jefe del Ejecutivo valenciano se compromete a poner el dinero.

El problema, dice ahora, ya no es económico. El problema, aventuro, va a ser que los ayuntamientos tengan disponibilidad suficiente de personal para sacar adelante tanto colegio dejado de la mano.

Sin duda, una de las mayores vergüenzas que puede pasar un político que ha defendido a macha martillo la desaparición de los barracones, es verse obligado a poner más prefabricadas.

Es lo que ha sucedido con el colegio La Almadraba de Alicante, sin ir más lejos, ocho años ya en precario compartiendo instalaciones con un instituto de Secundaria, por poner solo un ejemplo.

El barracón implica, de por sí, una mala gestión en las infraestructuras escolares. El barracón llega cuando no se ha previsto a tiempo otra construcción de obra que sustituya a la decadente edificación original. Y el escaso mantenimiento de los colegios, arrastrado durante décadas, trae estos lodos.

A continuación, para no crear falsas expectativas en unas u otras familias, porque para todas parece claro que no llegará el nuevo colegio largo tiempo esperado, la responsabilidad se diluye además entre los ayuntamientos, con lo que la guerra de guerrillas está servida entre los socios de gobierno por lograr el trofeo final en las urnas que, no nos engañemos, es lo que les mueve en el fondo.

Y entretanto no olvidemos que hay niños sobre cuyos cuadernos y ordenadores siguen cayendo goteras, -como les pasa en La Cañada del Fenollar donde el agua se cuela por las junturas de los barracones en cuanto llueve-, o que van a tener que comer entre paredes metálicas porque su antigua instalación también está que se cae, textualmente. Y esto no hay quien lo tape.

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