El caso de Ayelén Fernández, argentina de 26 años residente en Alicante, es algo atípico, ya que después de vivir en España durante 10 años -llegó siendo adolescente, con su familia- decidió probar suerte en su país pero apenas un año después regresó de nuevo a este lado del Atlántico. «Tenía ganas de ver cómo me iba allí», explica, pese a que aquí tenía trabajo en ese momento. «Hay mucha gente que siente nostalgia, y que si las cosas le van mal, piensa que para estar mal en España, prefiere estar mal en su país», comenta. Esa añoranza de Argentina la animó a regresar, aunque pasado un tiempo se replanteó la decisión, entre otras cosas porque «mi familia más directa seguía en España» y eso le impedía arraigar de nuevo en su país de origen.
Con todo, Fernández considera que la posibilidad de vivir en España puede ser una oportunidad para muchos latinoamericanos, sobre todo si tienen opciones de adquirir la nacionalidad, algo que ella también espera obtener a medio plazo. «Aunque España esté mal ahora mismo, Europa sigue abriendo muchas posibilidades», y hay aspectos como «la seguridad» que se valoran mucho. En su caso, además, piensa en las ventajas que esta cuestión burocrática puede tener para su hija, nacida en España y a la que cree que le va a resultar mucho más fácil que a ella echar raíces en este país. Tener descendencia, añade, «es un factor que ayuda a aguantar el tirón y quedarte aquí».
Por su parte, para el director del Seminario de Inmigración de la UA «es bueno que esto siga pasando en un contexto de crisis», porque «la obtención de la nacionalidad es el estadio máximo de integración de un inmigrante». Carlos Gómez Gil destaca que esta cuestión «mejora las pautas de convivencia y reduce los espacios de segregación», aunque lamenta la lentitud con la que se producen estos procesos. En este sentido, alerta del «aumento de la denegación de solicitudes en los últimos años».
