Con 30 o 40 habitantes algunos días de invierno y una media de 5.000 visitantes diarios en los horarios de las tabarqueras en agosto, hablar de la vida en la isla alicantina es imposible sin tener en cuenta que evidencia como pocos lugares en la provincia la estacionalidad del turismo. Ahora en primavera, cuando hace buen tiempo pero los visitantes todavía no abarrotan el pueblo, Tabarca ofrece su mejor imagen, la de un pequeño paraíso a media hora de Alicante sin más ruidos que los graznidos de las gaviotas en la playa. Siempre y cuando, claro, no arranquen las máquinas y los taladros con las que se está llevando a cabo la reforma de varias de las casas del pueblo. Paseando por las calles y plazas surgidas del viejo poblado fortificado del siglo XVIII es fácil envidiar a los vecinos. Como Ana Valera, que se crió en la isla cuando el colegio aún estaba abierto «y jugábamos todos los niños a escondernos entre las bóvedas de la muralla y a correr por la playa» sin coches ni extraños que inquietaran a sus padres. Ahora Ana es secretaria de la Asociación de Vecinos de Tabarca y, junto a la presidenta de la asociación, Carmen Martí, muestra su orgullo por ser tabarquina al tiempo que reivindica mejoras y servicios para facilitar la vida en la pedanía y que no acabe despoblándose durante los meses más fríos del invierno.

«Uno de los principales problemas que tenemos es el del transporte», apunta Carmen, «ya que los barcos de pasajeros están enfocados al turismo y el primero es a las 10 de la mañana por lo que si vives aquí no puedes trabajar fuera porque no hay barcos, y además no son regulares y como son empresas privadas, a veces no salen y te quedas colgado». La presidenta de los vecinos cree que «con voluntad se podría arreglar poniendo de acuerdo a todas las empresas para que no se solaparan en el horario como han hecho en la isla de La Graciosa en Lanzarote y han solucionado muchos problemas». Además, los vecinos no pueden disponer de sus barcos para ir y venir porque no dejan amarrar embarcaciones en el puerto al tratarse de una reserva marina.

De hecho, la de Tabarca es la primera reserva marina declarada en España y famosa por sus praderas de posidonia y por la riqueza de sus aguas que hacen las delicias de los buceadores. La isla disfruta unas aguas cristalinas en las que cualquiera puede bañarse entre peces siempre y cuando lo haga por la mañana o por la tarde fuera del horario de los barcos ya que, incluso en pleno verano, la isla recupera su paz con la marcha de la última tabarquera de la tarde mientras los vecinos y los pocos turistas que pernoctan en una de las casas de alquiler o en uno de los hoteles del pueblo disfrutan de la calma de la pedanía en la terraza de uno de los 14 bares y restaurantes o cenando al fresco en la puerta de las casas.

Otra de las reivindicaciones de los vecinos es «tener un puerto en condiciones con una bocana porque si viene un temporal se lo lleva todo». Carmen recuerda que hay un proyecto de ampliación del puerto «pero se paró. Hemos recurrido incluso al Síndic pero nos dicen en la conselleria que no saben donde está el proyecto».

Mientras hablamos, recorremos las calles hasta llegar a la iglesia barroca de San Pedro y San Pablo, construida en el siglo XVIII y declarada Bien de Interés Cultural con el resto del pueblo. La belleza de la iglesia se desdibuja sin embargo por la existencia de decenas de sacos con arena y palés con ladrillos tirados en la plaza junto a papeles y restos de botellas rotas. Carmen y Ana, indignadas, señalan que «es material de obra para la reforma de una casa ahí al lado, y se ve que no tienen donde dejarlo y aquí se queda», hasta el punto de que la acumulación de material ha dañado una de las viviendas cercanas a la iglesia a la que se acercan turistas y niños de visita en la isla sorteando los sacos y los cristales rotos del suelo. «Hace falta más limpieza», indican las representantes vecinales. «Las calles están limpias porque nos ocupamos los vecinos, cada uno del trozo frente a su casa, pero en los lugares comunes hace falta más atención», señalan.

En nuestro paseo pasamos por el pequeño ambulatorio de la pedanía. «No tenemos médico y hace mucha falta», indica Carmen, para añadir que «hay un enfermero las 24 horas del día y, si ocurre algo grave, viene un helicóptero, pero lo que hace falta es un médico porque aquí vive gente mayor y además vienen muchos visitantes», señalan, recordando que «en los años 50 del siglo pasado vivían aquí unas 1.500 personas y había médico, colegio... Estaba la almadraba y vivían de la pesca. Luego la pesca se acabó y ahora ni siquiera se puede tirar una caña por la protección de la reserva», indican. Los vecinos no están de acuerdo con la prohibición de pescar y de hecho, en el pueblo hay decenas de carteles con el lema «un niño una caña». «No decimos que pueda pescar cualquiera, sino los tabarquinos a unas horas determinadas, poder echar la caña y pasar el rato como se ha hecho toda la vida, pero no nos lo permiten».

El pasado pescador de Tabarca se evidencia en toda la isla, con la presencia de viejas barcas varadas junto al mar. Sin embargo, al cambiar de actividad y prohibirse la pesca, los viejos pescadores tabarquinos tuvieron que reinventarse. De hecho, la mayor parte de las tiendas y los restaurantes donde se prepara el famoso caldero tabarquino fueron abiertos por los vecinos que ahora se ganan las vida atendiendo a los turistas. En uno de los bares encontramos a sus propietarios: Anita, Juan y su hijo Antonio, que abrieron el bar hace unos 40 años tal como indica Anita. La estacionalidad del turismo provoca que los bares y restaurantes cierren en invierno o apenas abran unas horas por la mañana para dar servicio a los vecinos, a los trabajadores del Museo Nueva Tabarca y del Centro de Recursos Ambientales, y a los albañiles cuando se efectúan reformas en alguna de las viviendas.

Pese a su cambio de actividad, la isla sigue conservando su estética de pueblo marinero de casitas bajas destacando, además de la iglesia, la Torre de San José, la antigua casa del Gobernador, reconvertida en hotel, y sus murallas con sus pasadizos y bóvedas formando cuevas, muchas de las cuales aún hoy se usan como almacenes.

Algunos tramos de la muralla piden una rehabilitación a gritos, al igual que la casa del cura anexa a la iglesia. Hay proyectos de rehabilitación, pero va lento, cuentan los vecinos que, con todo, admiten que desde el Ayuntamiento se van haciendo cosas». Así, las vecinas destacan la esterilización de los gatos en la isla para frenar su proliferación, también señalan que «retiraron una valla podrida en el faro, han hecho algunas bajadas a la playa que han quedado muy bien, duchas nuevas en la playa, cuando llamamos para fumigar vienen, se hizo una limpieza y poda de palmeras...». Sin embargo, otras cosas siguen pendientes como los problemas de la isla con los residuos urbanos. Visitamos con las vecinas «el corte inglés», como llaman en la isla a un solar medio vallado donde los vecinos echan los trastos «y luego cada uno coge lo que quiere». Están pendientes de la instalación de contenedores de reciclaje, de la mejora y unificación de la cartelería en la isla «porque ahora los turistas se hacen un lío» y del cambio de las fuentes de las dos plazas centrales del pueblo.

Limpieza

De lo que más se quejan, sin embargo es del deficiente mantenimiento de las zonas ajardinadas y de la limpieza ya que solo dos personas del Ayuntamiento se encargan del mantenimiento de la isla. «Este fin de semana, por ejemplo, vinieron más de mil personas a la jornada de Geolodía y se encontraron con restos de obras, basuras y trastos tirados sin que nadie se molestara en adecentarlo dado que venía tanta gente. espero que hayan tomado nota», indicó ayer Carmen.

Y luego está el tema de los vertidos, una de las cuestiones que trae de cabeza a la asociación de vecinos. «Tenemos una decantadora que trata los residuos del alcantarillado, pero durante unos meses al año no funciona y se vierte porquería al mar, lo que nos parece muy grave sobre todo por la reserva marina», señalan las vecinas. Hay un proyecto para conectar la depuradora de Tabarca con la de Santa Pola pero de momento sigue pendiente.