A día de hoy, el modelo educativo finés hacia el que dirige sus pasos el actual Consell está en las antípodas del sistema que rige en nuestras aulas. No más de 20 niños, en estancias abiertas a las familias, y dirigidas por los más cualificados, entre otros extremos difícilmente extrapolables hacia la Comunidad si no se dobla, cuando menos, el dinero destinado a la Educación.

Tanto el president, Ximo Puig, como el conseller, Vicent Marzà, han hecho saber su intención firme de trasladar a colegios e institutos los modos de hacer de la enseñanza del país nórdico, tras visitar esta semana sus instituciones y acordar colaboraciones para el curso que viene. Pero para los representantes de la comunidad educativa, padres, docentes, directores de centros, e investigadores universitarios, la pretensión de nuestros gobernantes resulta utópica mientras no se de un primer paso imprescindible: una ley educativa fruto de un consenso global político y social.

«Lo más importante es la ley, un proyecto educativo común para todo el país y que no esté politizada. Los finlandeses tardaron diez años en diseñar su sistema educativo y ya es inamovible», sentencia Ginés Pérez, representante provincial de los directores de Infantil y Primaria.

Sin ese acuerdo firme de base, se perciben como infructuosos los intentos puntuales por salir del pozo del fracaso escolar en el que nos movemos en círculos desde hace tantos años, así como pretender trasladar a nuestros centros el éxito académico que atesora Finlandia en todas las evaluaciones a nivel mundial.

El portavoz de Secundaria, Toni González Picornell, apunta otras cuestiones imposibles sin una inversión descomunal, porque en Finlandia son 20 alumnos máximo por aula, con profesores de apoyo que tutorizan individualmente a cada uno de los alumnos desde el primer día en que se incorporan a la enseñanza con 7 años de edad, y las asignaturas no son más de cuatro en Primaria ni de siete en Secundaria. Todo un abismo.

A 4.000 kilómetros

A tenor de las reflexiones de los profesionales de la enseñanza, los modelos educativos finés y valenciano parecen tan distantes como los 4.000 kilómetros que nos separan. Y todo a pesar de que la responsable de la dirección territorial de Educación en Alicante, Tudi Torró, recordaba esta semana en el diari La Veu, que hace 30 años fue un lingüista finés el que se trasladó a la Comunidad, y en concreto a la ciudad de Elche, para tomar nota del modelo de inmersión lingüística que empezaba a aplicarse en algunos centros, fruto de la Llei d'Us i Ensenyament del Valencià.

Ahora es el conseller Marzà el que dice haber mirado en el modelo finlandés para redactar el decreto de plurilingüismo, y donde los fineses barajan el finlandés, el sueco y el inglés, las aulas de la Comunidad aplicarán el castellano, el valenciano y el inglés. A lo que Ramón López, representante de la Fapa Gabriel Miró, puntualiza que «las lenguas allí se practican y así no se pierde agilidad», sin olvidar que los programas de televisión no se doblan, se ven en versión original como recuerda el profesor de la Universidad de Alicante, Vicente Díaz.

El catedrático José Luis Castejón abunda que en Finlandia sólo se contrata a los mejores docentes, el acceso a la facultad está «drásticamente limitado a los mejores expedientes», y ese proceso de selección incluye «exámenes, entrevistas personales y evaluaciones prácticas». Además de que los elijen los directores de cada centro -que a su vez pasan por un programa específico de liderazgo en el campo de la enseñanza-, y de que les paga el ayuntamiento.

La apuesta firme de todos los estamentos por la enseñanza es la columna vertebral que sostiene el sistema educativo finés, y el prestigio del profesorado le da carta blanca para innovar y actuar de forma autónoma en cada uno de los centros, con la estrecha colaboración de las familias.

A Ramón López, le provoca desmayo imaginar para la Vega Baja, con un 70% de interinos docentes, las plantillas estables de que goza el país nórdico. «Se les motiva con el sueldo según los resultados, y un profesor motivado triplica el rendimiento de su alumnos», sentencia. Es algo que los fineses ven todos como una «necesidad social», corrobora Laureano Bárcena, presidente del sindicato docente Anpe.

La reflexión de Raúl Alós, de la Fapa Enric Valor, resume el sentir de los representantes consultados. Mejor no mezclar «melones con patatas», y antes de mirar tan lejos para copiar modelos, arreglemos nuestras goteras, como cubrir las bajas de profesores para que los chicos no pierdan clase o ejercer un control efectivo que detecte las anomalías con agilidad para resolverlas. Y eso solo para empezar.