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Las botas de siete «lenguas» de Marzà

Con su decreto de plurilingüismo el conseller vuelve a echarse encima a las familias, esta vez como una sola voz por no dejarles votar

Las botas de siete «lenguas» de Marzà

Del conseller de Educación, Vicent Marzà, no se podrá decir que no actúa. Si algo le achacan, incluso entre sus máximos defensores, es que va demasiado rápido en lo que se propone, pero son los mismos que le disculpan porque prefieren ver a largo plazo el fin que persigue.

Es lo que ha pasado, por ejemplo, con el programa de gratuidad de los libros de texto. ¿Quién no está de acuerdo en que todos los niños tengan sus textos sin necesidad de comprarlos? La respuesta es obvia, solo que han sido precisamente esos alumnos con menos recursos económicos, los que se han quedado fuera de los bancos de libros por la precipitación de unas instrucciones que no tuvieron en cuenta que la burocracia no casa con las familias que bastante esfuerzo hacen con llevar algo que comer a la boca de sus hijos cada día.

También la apuesta por la jornada continua escolar de esta conselleria ha ido más que volada. En apenas dos cursos -y si todos los centros que lo han pedido ahora consiguen el nuevo horario para acabar las clases a las 14:00 horas, y no a las 17:00 horas-, el pleno de colegios en la provincia que habrá modificado la organización de sus clases será casi total el próximo septiembre.

En este caso, las tiranteces surgen entre las propias familias a favor o en contra de dicho cambio de horario, con la significativa salvedad de que previamente se han hecho oír todos y cada uno de los padres depositando su correspondiente voto, lo que deja al cargo político al margen de la polémica.

Su predecesora, María José Català, ni se atrevió a abrir la puerta a generalizar de esta forma la jornada continua escolar, ni tampoco permitió votarla, sino que eligió los centros pioneros a su libre albedrío; y respecto a los libros de texto, fue reduciendo la becas año tras año. Punto, pues, para Marzà, pese a las prisas.

Ahora, con su decreto de plurilingüismo, vuelve a echarse encima a las familias, esta vez como una sola voz en la provincia, tanto de centros concertados como de centros públicos, porque no les ha dejado votar el programa de enseñanza en lenguas de sus hijos.

Al no haberse inclinado por ninguna de las jornadas escolares, partida o continua, Marzà tenía el éxito asegurado abriendo las urnas. Pero con la cuestión de las lenguas se la jugaba, dada su apuesta firme por aumentar la implantación del valenciano bajo la premisa irrefutable de haber estado largo tiempo denostado. Y como se la jugaba, ha querido apostar sobre seguro.

Parece de cajón que la elección del inglés por parte de los padres se iba a disparar, cuando ni las aulas ni los profesionales están preparados para ello, así que el conseller ha preferido aguantar el chaparrón antes que perder la partida.

Al vincular una mayor enseñanza del inglés con recibir, también, más asignaturas en valenciano, la implantación de esta última lengua crece sí o sí.

El problema, como en el caso de los libros de texto, es que se deja atrás en la enseñanza del reclamado inglés a los alumnos que, por hache o por be, no se han criado entre valenciano-parlantes, o que están escolarizados en centros ubicados en áreas deprimidas social y económicamente o en localidades y zonas castellano-hablantes.

Dice el conseller, y lo contempla su decreto, que en un plazo de cinco a seis años, con los suficientes profesores ya plenamente preparados, el máximo nivel de lenguas, léase inglés y, por ende, el valenciano, llegará a todos los niños, pero ese futurible difícilmente convence a unos padres que quieren lo mejor para sus hijos, y lo quieren ya. Sobre todo cuando los de otros colegios de la misma Comunidad van a ir por delante en la enseñanza de una lengua extranjera que todos, sin excepción, quieren para sus hijos en este mundo globalizado.

Y es que las cosas no basta con hacerlas, hay que hacerlas bien, y para eso las prisas no son buenas consejeras, especialmente en cuestiones de aprendizaje, pero Marzà parece haberse calzado las botas de siete «lenguas» y no hay quien lo pare.

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