Se levanta a las 8 y media en invierno, algo más tarde en verano, «luego hago la cama; unos días sí y otros no; me preparo el desayuno; cuido las plantas de la terraza, y me voy andando hasta el Mercado Central. Y a la una y media vuelvo a casa», en el barrio de Benalúa. Cuatro kilómetros diarios caminando, a no ser que lleve mucha compra, «entonces cojo el autobús». Éstos son los hábitos de Higinio Carrasco Carrasquilla, nacido en 1917 en Oropesa, Toledo, y vecino de Alicante desde que enviudó, hace 20 años. Dos de sus hijas se lo trajeron a la «terreta» desde Quismondo, también pueblo toledano, «porque con 80 años no podía quedarse solo allí».

«Por todas partes donde voy me conocen. Carrasco por aquí, Carrasco por allí», cuenta con simpatía este centenario vivaracho que tiene una amplia familia formada por tres hijas y un hijo, once nietos y ocho bisnietos repartidos entre Alicante y Madrid, quienes festejaron el siglo de vida del patriarca.

«Los guardias me llaman el niño del Mercado», dice sobre los policías del recinto, donde regenta una tienda de dietética su hija mayor, María. Ella cuenta que le gusta ir allí, y de paso hace la compra «a mi hija, a los vecinos, va al banco, a por cambio...». «Estoy de recadero», responde con agilidad mental, quizá porque sigue leyendo el periódico y hace juegos de cartas. Hasta hace un par de años iba a bailar pasodobles los sábados y se llevó un premio del Hogar del Pensionista de Pío XII con la jota.

Fue su hija María, vegetariana desde hace 37 años, quien impuso a Higinio su frugal alimentación puesto que de lunes a sábado sólo come fruta y verdura. El domingo María y Rosario, la otra hija «alicantina» de Higinio, le dejan irse con sus amigos. Entonces aprovecha para hincar el diente a «un muslo de pollo asado». Es así desde que hace 4 años enfermó gravemente. Vivía sólo y no cuidaba la alimentación. «Me lo traje conmigo y por decreto es vegetariano porque en esta casa no entra carne. Y para desayunar se prepara su leche vegetal con cacao», dice María. Unos hábitos espartanos que le han devuelto la salud, «y no toma ni una sola pastilla química, sólo cosas naturales para la tensión y vitaminas». Ayuda a su buena salud que apenas ha fumado, y un carácter alegre. «No se enfada ni se amarga por nada», dicen sus hijas.

Nacido el año de la revolución rusa y testigo de una guerra mundial y otra civil, no le gusta hablar de ello. «Pasé lo mío. Cuando acabó la guerra, me llevaron a un batallón de trabajadores tres años. Tengo muchos recuerdos», que se resiste a contar. Tampoco le van los políticos, «los que ha robado deberían devolver lo que se han llevado», y está al tanto de que EE UU tiene nuevo presidente. Y eso que ve poco la tele, solo los toros y a la Pantoja. «Cuando hay algún atentado dice que el mundo está loco», cuentan María y Rosario.

«Todo ha cambiado mucho en un siglo. Antes había más unión. Y el maquinista del tren era un carbonero. Ahora es un señorito». Si hay algo que maravilla de hoy a este hombre que trabajó toda su vida en vías y obras del ferrocarril es el AVE, que le permite plantarse en dos horas en Madrid, donde viven el resto de los suyos. Aunque se ha vuelto tan alicantino que cuando caen cuatro gotas no sale, «dónde voy a ir con este tiempo», suele decir este centenario, que nunca en su vida ha conducido.