Eran las 9 de la noche del martes y el mercurio apenas subía de los 7 grados en las inmediaciones del Centro de Acogida e Integración de personas sin hogar (CAI). Por cuarta noche consecutiva el polideportivo de este centro se convertía en un improvisado refugio para las personas sin techo de la ciudad de Alicante dentro del dispositivo que estos días mantiene activado el Ayuntamiento de Alicante por la ola de frío.

Una treintena de personas buscaron esa noche techo y algo de comida y bebida caliente, la cifra más alta desde que el sábado se activó el dispositivo. Apenas un breve consuelo para quienes se acercaron hasta el albergue. «No les hubiera costado nada dejar el centro abierto todo el día mientras dure este intenso frío. Porque a las 7 nos ponen en pie y el resto del día lo tenemos que pasar en la calle», señala Gabriel, un sin techo de 51 años que desde hace uno vive en una tienda de campaña junto a otras cinco personas en la zona de San Blas. Su historial médico arroja una ristra de enfermedades: pancreatitis, enfermedad pulmonar, neumonía, esclerosis, fractura en dos dedos... «Todas las medicinas que me tomo cuestan al año unos 6.000 euros», afirma mientras muestra la hoja informativa que envía Sanidad a los pacientes con el coste de los tratamientos. Aunque el resto de sus compañeros han preferido quedarse en la tienda de campaña a él le ha resultado imposible. «Tengo los huesos fatal y las piernas me duelen mucho cuando entro y salgo de la tienda». En una situación similar se encuentra Hipólito, quien muestra un informe médico en el que se señala que «precisa estar en cuidado de albergue por comida y reposo» hasta que se le haga un estudio por parte del especialista de digestivo. «Se lo he mostrado al enfermero del centro y no me han hecho caso, no me dejan quedarme», sostiene este hombre de 48 años, que asegura haber venido de Málaga y llevar desde Navidad durmiendo en la calle.

De las 32 personas que dormían el martes en el centro, la inmensa mayoría eran hombres, ya que sólo había tres mujeres.

«Quienes suelen venir estas noches al centro son personas en una situación crónica, generalmente con problemas de salud mental y adicciones, personas que habitualmente no hacen uso de nuestros recursos», señala Irene Ibáñez, técnico de apoyo a dirección del CAI.

Sin embargo, no todos los sin techo responden a este perfil. «Soy de Valencia. He discutido con mi pareja y me he ido de casa. Me he plantado en Alicante pensando que tal vez en el albergue habría sitio, pero está completo, así que me he visto en la calle», explica Toni, de 64 años, a quien no le faltaban ni las zapatillas de estar por casa ni una pequeña radio para matar las horas.

Muchos de los inmigrantes que la pasada noche pernoctaban en el CAI eran de origen magrebí. «Han venido de temporeros para recoger naranjas y mandarinas, pero los precios que pagan son irrisorios. A un euro la caja de 20 kilos de mandarinas. Para ganar 20 euros al día te deslomas, así que la mayoría lo rechazamos», explica Gabriel.

Cruz Roja es la encargada de gestionar el dispositivo contra la ola de frío. Cuatro voluntarios se dedicaban en la noche del martes a que nada les faltara a la treintena de sin techo que pernoctaron en el polideportivo del CAI. Para dormir desplegaron camillas y colchones con mantas, sacos y esterillas para aislar del frío. Bocadillos de jamón, tortilla y queso para comer y agua, además de bebidas calientes para tratar de que el cuerpo entrara en calor. «Permanecemos toda la noche despiertos por si necesitan algo, pero en general las noches son muy tranquilas», señala Beatriz Lozano, responsable del dispositivo.