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Momentos de Alicante

1883: Dos barrios nuevos, crisis de crecimiento y primera circular feminista

En este año, la ciudad de Alicante contaba con unos 35.000 habitantes y estaba en pleno proceso de expansión, tras el derribo de las murallas.

A las seis de la tarde del 2 de noviembre fue inaugurada la nueva Casa de Socorro (la anterior había sido clausurada unos años antes), aunque ya había empezado a funcionar el 22 de octubre. Estaba ubicada en los bajos del Ayuntamiento. Esta corporación también la dotó de personal. Los seis médicos que prestaban asistencia a los pobres fueron los encargados de atender las necesidades del establecimiento benéfico, realizando turnos de 24 horas. Se llamaban Vicente Seguí, Francisco Benítez, Francisco Albero, Juan Dagnino, Pascual Pérez y Antonio Bernabéu. Cada uno de ellos atendía las demandas que se realizaban a diario en una zona determinada del municipio, incluidas las partidas rurales, y no vieron incrementados sus salarios por realizar las guardias en la Casa de Socorro, según quedó estipulado en el nuevo Reglamento, aprobado por el Ayuntamiento el 19 de octubre. Constaba de tres departamentos: enfermería, despacho del médico de guardia y sala de curación. Además de los médicos, prestaban sus servicios dos auxiliares o practicantes y un conserje.

El 12 de septiembre, una empresa fundada por los valencianos José Salabert y Juan Bautista Perales pidió permiso para realizar los estudios necesarios, a fin de establecer en la ciudad y su término municipal un servicio de tranvía movido por fuerza animal. En sesión celebrada el 15 de mismo mes, el Ayuntamiento le concedió un año para hacer dichos estudios.

En el mismo Ayuntamiento se entregaron el 7 de noviembre las llaves de las doce casas que habían sido construidas entre el muro del Arrabal Roig y la carretera. Las obras habían comenzado el 12 de enero, cuyos gastos fueron sufragados por el filántropo José María Muñoz.

Nacido el 7 de abril de 1814 en la provincia de Cáceres, pero afincado en Alicante desde hacía unos años, José María Muñoz y Bajo de Mengibar ya había donado buena parte de su fortuna para ayudar a las víctimas de la riada que había devastado el levante español en octubre de 1879. Tres años después, hizo construir esta docena de casas a los pies del Arrabal Roig, conocidas como Barrio de la Caridad, para las familias alicantinas más desfavorecidas. Muñoz construyó su casa cerca del nuevo barrio, en el Paseíto de Ramiro, que terminaría siendo regalada al municipio y donde se abriría un colegio. Fue nombrado hijo adoptivo de la ciudad.

El Barrio de la Caridad apenas si duró un año. Otra riada derrumbó el muro del Arrabal Roig y puso en evidencia la mala cimentación de las viviendas. Muñoz entregó a las familias afectadas el dinero que obtuvo con la venta del material de derribo.

En este mismo año empezó a construirse otro barrio, más amplio y duradero, pero también concebido bajo otro concepto bien distinto. Fue ideado por un grupo de burgueses que, el 19 de enero, constituyeron la sociedad Los Diez Amigos. El 18 de julio fue autorizada la licencia de construcción e inmediatamente se empezaron a edificar en la parte más occidental del Ensanche de la ciudad las casas que formarían el barrio de Benalúa, así denominado en honor al presidente de aquella sociedad, José Carlos de Aguilera y Aguilera, marqués de Benalúa. Este marqués también había sido nombrado hijo adoptivo de la ciudad tres años antes. Fue un gesto de agradecimiento por haber comprado el marqués un manantial en La Alcoraya, desde el que se traía agua a la ciudad. Pero aquello no fue más que un negocio, tal como quedó demostrado el 17 de mayo de este año, cuando Aguilera firmó un convenio para formar en Inglaterra la compañía Alicante Water Works Limited, que se ocuparía de los negocios de abastecimiento de aguas en Alicante, comprometiéndose a aportar a la misma varios bienes y concesiones. Este compromiso se verificó al cabo de tres meses, el 14 de agosto, en la notaría madrileña de Francisco Moragas, donde se reunieron el marqués, su apoderado Francisco Pérez Medina, el ingeniero Eduardo Manby Muñir y Gustavo Jenequel Berkemeyer, vecino de Hamburgo y representante de la compañía inglesa. Mediante escritura, el marqués entregó a la compañía dos fincas suyas sitas en Alicante (La Alcoraya) y Monforte, con la mina Enriqueta, los depósitos y encauzamientos de agua, así como sus derechos de concesión otorgados por el Ayuntamiento alicantino, por un valor total de 500.000 pesetas. A cambio, él recibió de Jenequel 10.000 acciones de la compañía inglesa y 24.000 pesetas en billetes.

En general, los ánimos de los alicantinos estaban bastante soliviantados en este año. Se respiraba por doquier cierto aire de inquietud, proveniente en gran medida de lo que podríamos denominar «crisis de crecimiento». La ciudad estaba creciendo en extensión y en población a un buen ritmo, con aparición de un sector industrial todavía pequeño pero que favorecía la conciencia de clases, resaca de la Revolución de 1868. Todo ello conllevaba cambios sociales, con desavenencias más o menos públicas entre burguesía y obreros, entre conservadores y progresistas, entre religiosos y laicos, entre ricos y pobres.

En la noche del 15 de febrero, por ejemplo, se produjo un escándalo en la iglesia de Santa María causado por la homilía de un jesuita. «Varias señoras sufrieron síncopes y trastornos, la gente corrió en tropel, la calle de la Villavieja se alarmó, los ánimos estaban sobreescitados, los espíritus inquietos, el recelo formando conjeturas, y el corazon rompiéndose en el pecho con la fuerza de las palpitaciones», contaba El Constitucional, sin duda de manera exagerada. ¿A qué se debía tanta zozobra? Al parecer, el jesuita había contradicho lo que todo buen católico creía cierto: que la verdadera contrición salva todas las almas merced a la infinita misericordia de Dios. «¿Creéis que, cuando un pecador empedernido llama, en su última hora, al sacerdote y le pide su absolución, y éste, por consolarlo, se la da y le dice: "yo te absuelvo", creéis, repito, que Dios absuelve al penitente moribundo? No lo creáis; Dios dice: "yo te condeno, por una eternidad de eternidades te condeno"», sermoneó el jesuita, provocando la protesta de una parte de la prensa, que reclamó al gobernador que echara de la ciudad a aquel sacerdote.

La cárcel además estaba repleta a causa de actos violentos, aunque la mayoría de ellos no habían tenido consecuencias graves. Los arrestos se sucedían casi a diario, sobre todo durante el verano, cuando el calor parecía encrespar aún más los ánimos. Francisco Crespo Candela, de 23 años, por ejemplo, sufrió en mayo un arresto de un mes y un día, y hubo de pagar una multa de 125 pesetas, por resistirse a los agentes de la autoridad. Por idéntico motivo fueron apresados Eugenio Moya Sevila, alias Carreras (38 años, carpintero; durante dos meses y un día, a partir de junio), Vicente Alemañ Solana, alias Roquer (55 años, jornalero; cuatro meses y un día, desde julio) y Manuel Burillo Aracil (dos meses y un día, desde julio). En agosto fueron encarcelados por el delito de lesiones Manuel Clement Bernal, alias Mono (48 años, sereno; seis meses de arresto); Benito Ferrer Coloma (30 años, marinero; 8 meses y 21 días); Jaime Berenguer Galvañ (27 años, pescador; 3 meses); y Eusebio Bellido Espí (20 años, pescador; dos meses).

Otro cambio que se adivinaba en el horizonte, aunque todavía muy lejano, se refería a la reivindicación femenina de igualdad de derechos. Eran en este año 7.000 las obreras que trabajaban en la fábrica de Tabacos y, aunque eran muy pocas las chicas que estudiaban en el Instituto Provincial de Segunda Enseñanza, cada vez eran más las niñas que se matriculaban en alguna de las 65 escuelas primarias que había en la ciudad; además, desde 1859 había una Escuela Normal de maestras, establecida en el Ayuntamiento.

Aun así, la mujer alicantina seguía dominada por la tradicional férula machista.

Desconocemos la repercusión que tuvo entre las alicantinas una serie de artículos que apareció en el mes de diciembre en El Constitucional, firmado por la «Junta de Señoras organizadora del Congreso Femenino Nacional». En esta circular, firmada cinco meses antes, se explicaba la necesidad de otorgar a la mujer el lugar moral, intelectual y material que le correspondía en la sociedad, una sociedad en la que el hombre continuaba autoconsiderándose poseedor en exclusiva de la inteligencia, negando a la mujer el espacio social y recluyéndola en el mundo doméstico; se rebatían además los dos argumentos que el dominio masculino argüía para marginar a la mujer: su naturaleza irracional y el peso de la costumbre; y se anunciaba la organización del que sería el primer congreso femenino de España. La líder de aquel primigenio movimiento feminista era la mallorquina Magdalena Bonet, formada en los ideales republicanos y militante de la Unión Obrera Balear desde su fundación, dos años antes. Fue la presidenta del congreso, que se celebró en Palma de Mallorca aquel mismo mes de diciembre.

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