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La bolsa negra

Maestra y psicopedagoga. Asesora pedagógica de la Escuela Infantil Aire Libre de Alicante

Este septiembre pasado en Montevideo escuché la exposición de André Gonnet, un dinámico profesor de Educación Física que explicaba sus inicios en la profesión relatando que una de sus primeras clases fue dirigida a un grupo de niños y niñas de dos años que se dedicaron a correr de un lado a otro, a deshacerle todo lo que montaba para ellos y a ignorar totalmente sus palabras de maestro formal y bien intencionado.

Según contaba, acudió con sus dificultades a su madre, maestra de Educación Infantil, experimentada y creativa, y ella le dijo en tono de broma que seguramente se había visto en esos apuros porque había olvidado llevarse a clase «La bolsa negra».

-¿Qué bolsa negra?, preguntó él.

La madre le habló entonces de algo que todos los maestros de pequeños conocemos, ya se llame bolsa, caja, saco o baúl. Y ya sea negra, blanca, o de todos los colores. Le presentó el factor sorpresa, que tanta importancia tiene en las clases de Educación Infantil, haciéndole ver el punto misterioso y provocador que enciende en cosa de segundos la curiosidad de los niños, siempre presta al placer. Le recordó el trasfondo aventurero y fantástico que ellos adjudican a todas las cosas invistiéndolas de poder, de vitalidad, de diversión, de secreto y de alma. No en vano recorren un momento evolutivo animista, intuitivo, impulsivo y mágico.

Los niños, como es sabido, con tal de jugar y disfrutar, hacen cualquier cosa. Con tal de inventar sus ricas fantasías, escudriñan, exploran, anticipan, planean. Con tal de tener al alcance un juego ilusionante y atractivo, aceptan incluso quedarse quietos y atentos por un tiempito para averiguar qué será lo que contenga esa misteriosa bolsa negra, o similar, que se saca de la manga su maestra y que les promete placeres y emociones.

A mí la bolsa negra me recordó al tesoro que tengo en mi clase hace años y que suele aparecer en un pequeño cofre de madera. También a la caja de inventar historias, llena de objetos sugerentes y forrada de tela de brillo, perlas y otras maravillas. Y cómo no, a la falda de los bolsillos (que copiamos de Galeano), y que fue confeccionada por la madre de mi compañera Tere, cosiendo bolsillos de distintos colores, formas y tamaños a una larga falda negra de punto que fue de mi madre. En cada bolsillo hay una pequeña sorpresa: unos zapatitos de bebé, un cascabel, un conejo blanco, una pluma, un collar. Y cada cosa trae un particular mensaje: una canción, una pista, un poema, un cuento...

¡Hay tantas maneras de provocar el asombro! Bajar la voz, poner cara de sigilo, de susto o de felicidad, encender una vela, hacer sonar una melodía, abrir un paquete encontrado en un árbol, leer una carta «caída del cielo». De vez en cuando la sorpresa vendrá en manos de un personaje especial, ya sea pirata, hechicera o príncipe azul.

El caso es que cuando hay agitación en el grupo de niños y cuesta conseguir calma para emprender las dinámicas de trabajo cotidianas en la escuela, es frecuente que muchos maestros acudamos a este tipo de recursos que convocan la imaginación de nuestros alumnos y les invitan a soñar, a jugar y a emprender aventuras.

Valernos de estos medios no supone ningún desmerecimiento a los niños, sino más bien todo lo contrario. Es una forma de tomar en consideración su modo de percibir la realidad, mediatizada por ellos mismos y por las características de su momento evolutivo. Es incluir su sentir. Es pensar partiendo de ellos, no ignorarlos, meternos a fantasear a su manera, hablar su lenguaje.

La bolsa negra esconde, pues, conceptos muy potentes: la sorpresa, el asombro, la broma, la improvisación, el secreto, el misterio, el juego, además del respeto, la escucha y el encuentro.

Si los maestros le cogiéramos el aire a estas cosas que parecen simples entretenimientos, tendríamos un recurso casi infalible para generar complicidades con los niños, para establecer vínculos, para recorrer con ellos un territorio atractivo y sugerente, para compartir sueños.

Ojalá alguna asignatura de la formación inicial de los maestros contuviera este espíritu fascinador. Quizás podría llamarse: «El arte de generar asombro», «Buscando el factor sorpresa». O, sencillamente: «La bolsa negra»?

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