La pequeña isla de Tabarka, de poco más de 16 hectáreas, situada en la costa norte tunecina, pasó a ser posesión de la corona española en 1541. Tenía un gran valor estratégico y comercial, por el rico banco coralígeno que había en sus aguas. Se construyó una fortaleza-presidio y se concedió permiso de pesca a una familia de comerciantes genoveses, que pagaron a la hacienda hispana una quinta parte de las ganancias del comercio del coral.

Al principio del siglo XVIII eran casi 2.000 las personas que habitaban la isla, de origen genovés y sardo, principalmente.

Debido a la continua presión que ejercían los gobiernos tunecinos y argelinos, y a la caída del comercio coralígeno, en 1738 más de 500 tabarkinos decidieron mudarse a la isla sarda de San Pietro, con el permiso del rey Carlos Manuel III de Cerdeña.

Los tabarkinos que se quedaron, unos 800, fueron hechos prisioneros y esclavizados por el bey de Túnez, cuyas tropas invadieron la isla el 18 de junio de 1741.

Los gobiernos de Génova y Cerdeña trataron de rescatar a los cautivos, con la mediación del que había sido párroco de Tabarka, el agustino fray Juan Bautista Riverola, pero no lo consiguieron. Varios religiosos de las órdenes redentoras solicitaron también ayuda a la corona española, como fray Bernardo de Almanaya, quien envió una carta en 1750 a Fernando VI, pero éste y su gobierno no la tomaron en consideración, y los tabarkinos fueron trasladados en 1756 a Argel.

En 1761, reinando ya Carlos III, el ministro de Hacienda Pedro Rodríguez de Campomanes señaló por primera vez la Isla Plana, frente a la bahía de Alicante, como lugar apropiado para establecer una guarnición militar que ayudase a impedir las tan frecuentes incursiones corsarias. A partir de ese momento comenzó a fraguarse la idea de colonizar la isla alicantina, al mismo tiempo que se fortificaba y guarnecía. Idea que decidió llevar a la práctica el X conde de Aranda, Pedro Pablo Abarca de Bolea, poco después de ser nombrado presidente del Consejo de Castilla, y tras la resolución real de rescatar a los cristianos cautivos en Argel.

El 17 de noviembre de 1768 se firmó en Cartagena el «Tratado del ajuste de canje y redención entre cautivos argelinos y españoles», según el cual el rescate de los cristianos superaba los 800.000 reales de vellón, a cargo en su mayor parte de las órdenes redentoras. El Gobierno español aportó el transporte marítimo, dirigido por el capitán de navío José Díaz Veáñez.

De los más de mil cristianos que fueron redimidos en la primera expedición, solo 15 eran tabarkinos. Fue en la segunda expedición donde se rescataron la mayoría de ellos, algo más de 300, que arribaron al puerto de Alicante el 19 de marzo de 1769, a bordo del navío San Vicente Ferrer y la fragata Santa Teresa. Fueron alojados en el que había sido colegio de los jesuitas, abandonado desde la expulsión de éstos dos años antes.

Los tabarkinos estuvieron en la ciudad de Alicante un año, a la espera de ser trasladados a la isla Plana, ahora llamada Plaza de San Pablo por los militares. Durante ese tiempo se llevaron a cabo las obras de fortificación y construcción de viviendas, bajo la dirección del coronel de ingenieros Fernando Méndez.

Por orden del conde de Aranda, el gobernador de Alicante, conde de Baillencourt, mandó que se realizara un censo de los redimidos que residían provisionalmente en el antiguo colegio de la Compañía de Jesús. La conocida como «Matrícula de los Tabarquinos» fue firmada por el gobernador el 7 de diciembre de 1769, y gracias a ella sabemos los nombres de los primeros habitantes de la isla de Nueva Tabarca, que fue como pasó a llamarse oficialmente la isla. También conocemos sus edades, sexo, parentesco y lugares de nacimiento.

Durante el año de espera, fallecieron en Alicante una docena de tabarquinos: 5 hombres y 7 mujeres. Entre ellos había dos matrimonios.

En la Matrícula, los tabarquinos figuran agrupados en 68 familias, más 32 sueltos, aunque entre éstos había varios hermanos.

Una de las familias quedó disuelta poco después de ser inscrita, puesto que en la propia Matrícula se hace constar que el padre, Pedro Buzo, murió después de llegar a Alicante; sus cuñadas Teodora y Paula Burguero marcharon a la isla sarda de San Pietro, con permiso del conde de Aranda; y su hija Catalina falleció al poco de arribar a la isla de Nueva Tabarca; donde quedó sola la viuda, Ana María Burguero, de 33 años.

La autorización del monarca para el traslado de aquella gente a la isla de Nueva Tabarca se firmó el 8 de diciembre de 1769, pero no se llevó a efecto hasta el 19 de marzo del año siguiente.

Arribaron a la isla 292 tabarquinos (153 varones y 139 mujeres). Entre ellos, el que fuera gobernador de aquella isla, Juan Leoni, de 73 años, con su familia; y su lugarteniente, José Sales, de 56 años, también con su familia.

El mayor de los colonos tenía 88 años (Antonio Leoni) y el menor 14 meses (María Rosa, nacida el 17 de septiembre de 1768). Aunque hay algunos errores en las fechas, el promedio de edad era de 50 años.

En cuanto al lugar de nacimiento, la mayoría (136) abrió por primera vez los ojos en Tabarka (o «en la antigua Tabarca», como se apuntó en el censo). Otros 125 nacieron en cautiverio: 68 en Túnez y 57 en Argelia. Habían nacido en Génova 23; y 5 eran naturales de Córcega.

Hablaban el ligur, una lengua romance de la que existían algunas variantes o dialectos, como el genovés; y sus apellidos eran mayoritariamente italianos: Capriata, Carrosino, Crestadoro, Damiele, Ferrandi, Ferraro, Jacopino, Leoni, Luchoro, Montecatini, Parodi, Perfumo, Pitaluga, Ruso, Sarti?

No fue fácil acostumbrarse a vivir en una isla que carecía de los elementos naturales más precisos, como agua dulce o tierra cultivable. Como veremos la semana que viene, la decepción y preocupación de los tabarquinos les hizo rebelarse pacíficamente contra su primer gobernador, el coronel que dirigiera las obras de fortificación y construcción de viviendas.

En 1774 habitaban Tabarca 361 personas, distribuidas en 88 familias; pero en abril de 1782 solo eran 20 las familias que quedaban en la isla (unas 90 personas, aproximadamente). En 1809 había entre 80 y 90 habitantes.

La concesión de la almadraba en 1832 mejoró la economía de Tabarca y ayudó a que creciese la población. En el primer censo oficial, realizado veinte años después, la población tabarquina había ascendido a 403 personas, distribuidas en 70 familias. El 18% de estas familias no eran de origen tabarquino y otro 50% eran familias con un cónyuge de origen no tabarquino. Ello favoreció que el ligur fuese desapareciendo como idioma tabarquino, siendo sustituido poco a poco por el valenciano.

En el último censo oficial (2014), aparecen 57 personas empadronadas en Tabarca: 31 hombres y 26 mujeres. Entre sus apellidos perduran seis de los que poblaron por primera vez la isla: Chacopino (variante de Jacopino), Manzanaro, Parodi, Ruso, Leoni y Luchoro, si bien los dos últimos son segundos apellidos, por lo que es de prever que desaparecerán del censo tabarquino dentro de unos años.

En 2012, el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert publicó el número 60 de su revista Canelobre, dedicado monográficamente a la isla de Tabarca.

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