Había algo de excursión escolar y algo de tensión infantil compartida entre los políticos, ejecutivos, ayudantes, guardaespaldas y periodistas que aguardaban el inicio de la visita en la escaleras de acceso a la rotativa. La compañía era ilustre, el interior de la factoría prometía, afuera había una fiesta con centenares de invitados y la decoración recordaba que se estaba celebrando un hecho muy poco habitual. Ruido, aroma vegetal, y, más adentro, las primeras copias de un suplemento sobre la historia del periódico tomando forma. Un sonriente Javier Moll, presidente de Prensa Ibérica, pedía a Ximo Puig, presidente de la Generalitat, y al resto de invitados que le acompañaran en este recorrido.

A nivel técnico, Localprint es la rotativa más importante del sureste peninsular: una nave de 32.000 metros cuadrados que factura diariamente varios periódicos de toda la zona a una velocidad máxima de 35.000 ejemplares por hora. Es, además, un proyecto empresarial compartido por Prensa Ibérica y Vocento que ilustra a la perfección cómo dos competidores pueden a la vez ser socios.

A escala emocional, la rotativa es el lugar donde INFORMACIÓN deja cada noche de ser una abstracción informática, un pdf de sesenta y pico páginas, para convertirse en decenas de miles de ejemplares del periódico que, desde hace 75 años, le cuenta cada mañana a los alicantinos lo que hacen los alicantinos.

Un zumbido de rodillos limitaba mucho el alcance de las explicaciones en la sala de filmación, pero el corro formado por consellers y alcaldes asentía a los comentarios de uno de los responsables de la planta. En la pantalla de su ordenador, la portada y contraportada del suplemento Historia (íntima) de un periódico. Tras ellos, el grupo de máquinas filmadoras que, como si fuesen impresoras que procesaban metal en vez de papel, estaban transformando las páginas del pdf en planchas de alumino. Los visitantes se pasaban una lupa cuentahilos y la lámina de la portada para comprobar cómo el láser abolla mínimamente y con enorme precisión las planchas flexibles que van montadas, como si fuesen los neumáticos de una rueda, en los rodillos de la rotativa.

Tras visitar el almacén de papel, un espacio dominado por torres de bobinas con capacidad para guardar la materia prima de dos meses, la comitiva llegó al lugar más importante de la nave: el área de impresión.

El color rojo de la maquinaria y la función que tienen sus dos torres verticales, sujetar los cilindros impregnados de tinta de color para que la interminable banda de papel de donde se troquelan los periódicos se imprima a toda velocidad, hacen difícil evitar una analogía con el corazón de un organismo vivo. Uno de sus módulos fue ralentizado para que los visitantes pudiesen coger un ejemplar. Papel caliente, tinta fresca y un producto fruto de un proceso casi mágico. Durante un momento, los políticos, empresarios, profesionales y técnicos que alcanzaban este punto de la visita se miraban unos a otros y sonreían. De repente, recordaban a los afortunados niños que acceden al interior de la factoría en Charlie y la fábrica de chocolate.

Eduardo Soler, director técnico de Localprint, apenas tuvo que guiar a los visitantes por las instalaciones: Moll ejercía de maestro de ceremonias como si con cada explicación redescubriera la fascinación que le atrajo al mundo editorial en la década de los 80.

Cerca del escenario donde acababa el recorrido y empezaba la fiesta, la rotativa reservaba un última gran impresión: la fase de expedición de ejemplares que, a ojos del visitante, es un gigantesco «scalextric» de raíles suspendidos por el que viaja cada ejemplar primorosamente sujeto por una pinza. Algunos van directamente a los palés donde serán transportados hasta los vehículos. Otros alargan aún más el hipnótico proceso hasta los tambores de encarte, donde una máquina abre sus páginas centrales y escupe revistas, folletos y cualquier tipo de suplemento en su interior con la dinámica de un croupier que mezcla las cartas de dos mazos.

Más tarde, se imprimiría el periódico que ponía punto y final a los primeros 75 años del diario. Y a la vez, la primera línea del siguiente capítulo se estaba escribiendo afuera.